Imposible extirpar del teclado el vibrante retiro de la, hasta ayer, candidata independiente a la presidencia de México, Margarita Zavala. Es un hecho que se llevó “la de ocho” en los medios y en las redes sociales con el aviso de que retiraba su candidatura para tan sonada y compleja jornada electiva. Fingido o no, acordado o quién sabe, el hecho es que los periodistas del resucitado programa Tercer Grado, poco a poco reacomodaban su mandíbula, cuando les hizo saber que, en apego a sus principios, optaba por retirarse de una lucha política “polarizada”. Aludió a la congruencia, pero no me enteré con respecto a qué.
La verdad es que no veo más que pragmatismo in extremis. Apunto hacia ella, en primer término ¿La ex primera dama –con seis años de experiencia– no calculó que era poco más que imposible entrar a la carrera parejera? Veamos: Es cónyuge de un presidente errático por vocación, soberbio por convicción y pésimamente calificado en su gestión; ella resolvió transmutarse hacia una candidatura independiente porque surgieron diferencias con el entonces presidente de su partido; se refundó como “panista de corazón”, pero separatista por diplomacia y, aunque logró un montículo de firmas protopanistas, tuvo que declarar que ya no va por la grande. Menuda frustración para sus más afanosos(as) seguidores(as). A sonreír, que estamos de fiesta y la causa pierde.
De los cuatro candidatos que se mantienen en la contienda electoral, a quien más le ha convenido esta sublime huida es a José Antonio Meade. Margarita Zavala, palabras más y gesticulaciones menos, dejó claro que tiene visiones antagónicas con Andrés Manuel López Obrador (AMLO); por ende, de la panista de abolengo no veremos exhalar ni una partícula de voto para el puntero morenista.
Los operadores de Ricardo Anaya, si tales personajes funcionan, tendrán que buscar a los poquísimos entusiastas católicos que todo quieren para México, menos dejar un sufragio en la boleta para AMLO; deberán ganar su voluntad para llevarles a que, al margen de las sonadas traiciones del joven Anaya, mediten y sufraguen azul-amarillo (¿?) por el bien del país.
El fallido gobernador de Nuevo León, El Bronco, tendrá que esperar estoicamente a que acontezcan milagros para que paisanos pseudopanistas desdeñen aquella brutal idea de cortar la mano a toda persona que robe. Cómo se vería ese México brutal que propone el regiomontano para que la ley sea: “Ojo por ojo y diente por diente” y, finalmente nos cubra con su manto el Código de Hammurabi o la sacrosanta Biblia. Lo bueno es que apenas comenzaba sus andanzas como Gobernador de Nuevo León… ¿Cuánto manco nos ahorramos?
Coordinador Red Internacional FAMECOM