Villamelón de corazón: ¡México! ¡México! ¡México!

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Villamelón de corazón: ¡México! ¡México! ¡México!

Miércoles, 06 Junio 2018 08:39 Escrito por 

Sé pocas cosas lo sé, y de esas pocas cosas que sé, de lo que menos sé es de fútbol o futbol o balompié.

Fue recientemente que me enteré que la Real Academia de la Lengua Española aceptó la adaptación de la voz inglesa football con dos acentuaciones igualmente válidas: fútbol y futbol. La primera con acentuación grave, de uso predominante en España y la mayor parte de América Latina; y la segunda –de acentuación aguda– de uso más común en México y Centroamérica. Incluso ahora sé que la Real Academia también acepta el término balompié, que es un traducción textual del inglés, y que suelen emplear con cierta frecuencia los comentaristas de este popular deporte.

Aunque la verdad es que, francamente, no importa cómo nos refiramos a él; se trata de un deporte que, incluso, quienes no tenemos el menor empacho en reconocer que no sólo no sabemos nada de él, sino que es una de las muchas cosas que no tenemos interés en saber, algo sabemos, pues vivimos rodeados de personas que hacen de él su vida, o forma parte importante de su vida.

Tengo en casa un “pambolero” de corazón, sí. Y yo lo quiero así y él me quiere así ¿qué le vamos a hacer?
Mi querido “pambolero” se emocionó hasta las lágrimas cuando le conté que había coincidido en un vuelo con ‘Chepo de la Torre’ –recién nombrado en ese entonces Director Técnico de la Selección Mexicana– y, hace unos días, cuando en la Liga MX coincidí con Maribel Domínguez, “Marigol”, como se le conoce a la mujer que vistió de rosa los estadios, y es considerada la mejor balompié nacional.

–El futbol es un estupendo pretexto para el alarido. Dice Juan Villoro, escritor y también “pambolero” de corazón, y agrega: –La misma persona a quien su esposa le reprocha "¿por qué no dices nada?, ¿es que no me escuchas?" Toma las llaves y se va a rugir a un estadio.

En palabras de Albert Camus, todo gol es “ineluctabilidad, fulguración, estupor e irreversibilidad”. El futbol es más, mucho más que 22 jugadores corriendo tras una pelota. El fútbol es fuente de inspiración, es pasión, es entrega, es identidad, es la guerra y la fiesta, la euforia y la tristeza. Es el rostro de la esperanza.

Para no ser una seguidora puntual de este deporte, he tenido más suerte de la imaginada. He presenciado al menos un partido de futbol profesional en el estadio “Nemesio Diez”, mejor conocido como “La Bombonera”, la guarida de los “nuestros” Diablos Rojos, y otro en el “Estadio Olímpico Universitario”, sí el mismísimo de los Pumas-Pumas ¡Cachún-Cahún Ra-Ra!

Varios más en el “Estadio Universitario Alberto ‘Chivo’ Córdoba”, de los Potros de mi máxima casa de estudios. Incluso en algún momento tuve oportunidad de colaborar en la gestión de un libro acerca de la obra plástica del artista Leopoldo Flores que hace único a dicho estadio.

Sin embargo, para completar mi esencia Villamelón (así con mayúscula, porque ¿saben qué?, lo que se ve no se juzga) me hacía falta algo. Sí, adivinaron ustedes, me faltaba conocer nada más y nada menos que el mismísimo Estadio Azteca, nunca nadie me lo preguntó, pero la verdad es que sí tenía ganas de conocer ese estadio insignia en el marco de un partido importante, algo así como en un partido con la Selección Nacional y ¿qué creen? que lo logré.

Hace unos días fui invitada a presenciar el partido de la Selección Mexicana de Fútbol contra Croacia, partido celebrado previo al inicio del Mundial de Futbol, Rusia 2018. Sí, ya imagino que los seguidores de corazón se deberán preguntar ¿por qué la vida es así? Y, bueno, pues porque así pasan las cosas.

“El Azteca”, un estadio lleno de historia y de magia, un estadio lleno de grandes leyendas como la de Pelé y Maradona. Fue ahí que en un gesto de respeto y solidaridad, el astro brasileño le regaló su camiseta a Bobby Moore –en aquel entonces capitán de la Selección Inglesa– quien en su paso por Bogotá hacia el Mundial de México 70 había sido acusado indebidamente de hurto. Fue ahí el “Gol del Siglo” o la ya mítica “Mano de Dios” que le dio la gloria mundialista a los hinchas argentinos en el Mundial México 86, y que sustentó de alguna manera el origen de su religión, donde él es Dios.

Fue ahí también donde Hugo Sánchez nos recordó a todos los mexicanos que simplemente era humano. A nadie se le olvida aquel penal que falló en el partido ante Paraguay en el Mundial de México 86.

Hoy la leyenda no era como en antaño: ¡Bienvenidos! ¡Bienvenidos! México recibe a sus amigos, México los quiere por igual. Hoy la leyenda es un llamado a la no discriminación, al respeto: “El problema no es que grites, sino la palabra que utilizas. Decir puto no te hacer ser más mexicano”. Hormona mata neurona. Y es que envueltos en la euforia colectiva, se invisibiliza a quienes puedan reparar en ese llamado.

No es habitual vivir en medio de un tsunami de emociones: nervios inevitables para quienes no estamos acostumbrados a concentraciones multitudinarias; asombro ante la perfecta coordinación de más de 80 mil almas alzando los brazos para formar la ola y hacer estallar el grito frenético por cada balón que se acerca a la portería.

En el Estadio Azteca, como diría Carlos Monsiváis, la pasión no deja lugar a dudas. Es deportiva y es nacional, y la sostiene el alborozo… si el enemigo se acerca a la portería está en peligro “La Patria”, pero si son los nuestros quienes se acercan a la del lado contrario, entonces “La Patria Avanza”.

Sí, el final ya se lo saben, este partido “lo ganamos 1-0”; aunque algo me dice que sin importar cuál es el marcador final, lo importante sucede durante los 90 minutos antes de que el árbitro silva el final de partido.

 

 

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Ivett Tinoco García

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