Se dice que los seres humanos somos gregarios por naturaleza. Se dice también nuestros sentimientos y emociones están delineados –en gran medida– por los vínculos de amor y amistad que construimos. Diría Aristóteles, son parte de las virtudes que cultivamos y que nos hacen acercarnos al “bien supremo” que representa la felicidad.
De una u otra manera todos tenemos un vínculo familiar, vecinal, laboral o profesional. Aunque hay un vínculo que necesariamente elegimos y nos implica confianza mutua. Amistad, le llamamos.
Aristóteles –quien siempre me ha gustado pensar que debió gozar de fuertes lazos de amistad que le inspiraron muchas de sus reflexiones– afirmaba que la amistad es, en efecto, una virtud y que es además, lo más necesario para la vida, sí, tal cual “lo más necesario”. “Sin amigos nadie querría vivir, aun cuando poseyera todos los demás bienes; hasta los ricos y los que tienen cargos y poder parecen tener necesidad sobre todo de amigos.”
Es a los amigos a quienes llamamos cuando nos duele el corazón, cuando algo nos agobia, y a ellos a quienes también recurrimos para que nos guarden un secreto, así sea de máxima felicidad. Es en la amistad donde tiempo y espacio se diluyen y se recrean.
A cuántos de nosotros, una noche cualquiera, no se ha acercado algún mesero para decirnos: ¡perdón, hace dos horas que cerró el restaurante y ya tenemos que irnos! Cuántos de nosotros no llegamos a casa en nuestra época de adolescentes después de la hora acordada con nuestros padres y para evitar un buen regaño dijimos: ¡ya vine! ¡vengo con Sandra!
Los amigos no se cuentan, se sienten. No se anotan en un directorio, ni se dan por decreto. Los amigos no se compran en una tienda de regalos, no los niegas. Los amigos están ahí siempre, leales e incondicionales; ellos sí, en lo prospero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad. Un buen amigo nos confronta y nos reconforta. Tener un amigo, uno de verdad, es tener una fortuna.
Con un amigo no es preciso hablar de proyectos, ni de tiempos futuros, no se firman compromisos ineludibles y, sin embargo, sabemos que siempre estamos dispuestos dar y compartir, sin plazos ni condiciones.
Por varias razones hoy escribo sobre la amistad. Primero porque me hace feliz saberles cerca siempre, abrevando sueños de colores, de todos los colores. Segundo, porque escribo sin tener que nombrarles, sin tener que hacer un Rosario, deshojar una Margarita o llamar un Reno para llegar a ellos.
Se que están ahí para reír y llorar juntos, para disfrutar de las banalidades de la vida. La amistad es una experiencia emocional, siempre compartida, de lo contrario, no es amistad. Quizá entonces tenga razón Octavio Paz cuando afirma: "no es que la amistad sea un género poético sino que la poesía es una forma de amistad".