Era lunes por la mañana. Lo sé. Recién habíamos entrado a las aulas tras rendir honores a la bandera. Sentimos y escuchamos el crujir de los muros. En ese momento no alcanzamos a comprender la angustia de una madre que llegó –casi de forma inmediata– a corroborar que todos estábamos bien, de pie y tranquilos. No fue si no hasta regresar a casa, por la tarde, cuando logré dimensionar la gran tragedia que se advertía a través de las imágenes que se emitían por televisión.
Tres décadas más tarde hemos ido, poco a poco, tratando de crear consciencia acerca de los peligros de habitar en una zona de alta sismicidad. Aunque, a decir verdad, nunca se está preparado del todo para las tragedias. Pese a los programas permanentes de protección civil, recomendaciones, precauciones, previsiones, una nueva secuela de terremotos nos volvió a tomar por sorpresa.
Primero fue en Oaxaca, Chiapas y Guerrero, unos días más tarde el epicentro fue en Puebla y Morelos, y nuevamente el corazón del país sufrió una de sus mayores tragedias, nuevamente un 19 de septiembre, pero 32 años más tarde. En esta ocasión, además de la CDMX, se sufrieron severos daños en Puebla, Hidalgo, Veracruz, Tlaxcala, Morelos y el Estado de México. La probabilidad de que ocurriera un terremoto justo en la misma fecha era de 1%, y sucedió.
¡No corro! ¡No grito! ¡No empujo!
En la experiencia particular duele tanto una muerte, como 10 mil. Con el tiempo lo que se acentúa es el miedo, es la angustia, es algo que te oprime el pecho al pensarlo, es algo que no tiene nombre, pero que te cierra la garganta. Pero también es algo que te llena orgullo, que no sé de dónde sale, es algo que se parece a la solidaridad, a la organización de la sociedad civil, a saber que podrías ser tú. Dentro de los escombros se recatan personas y también esperanzas.
El vendedor de tamales y atoles los entrega a desconocidos que son, a su vez, sus hermanos humanos; esos tamales y ese atole ayudan a calentar un poco el alma de los rescatistas que han perdido la cuenta de las horas tienen trabajando sin descanso. Se habilitan centros de acopio, albergues y números de emergencia; se multiplican voluntarios para remover escombros, para trasladar víveres, para brindar un abrazo a quienes están en crisis, para recibir y distribuir la ayuda.
Los más jóvenes nos dan una lección de organización e innovación, usan las redes sociales como herramienta informativa y, gracias a ello, logran coordinar las necesidades de los centros de acopio. Algunos ciudadanos deciden abrir sus líneas de internet para facilitar la comunicación, se logra priorizar la información de emergencia en las redes sociales, se convoca a traductores en diversos idiomas para atender la emergencia de los extranjeros que no hablan español. Algunos rescatan mascotas que huyeron presas del pánico y las resguardan en albergues donde les brindan protección y abrigo. Los panaderos regalan pan, los ferreteros entregan herramientas para apoyar en el rescate y unos mariachis deciden entonar “El Cielito Lindo” para animar a los rescatistas.
México es el lugar de la solidaridad, y nuestro “verdadero” himno es “El Cielito Lindo”. En medio de los derrumbes la gente nunca dejó de cantar, nunca dejó de echar porras, nunca faltó quién te brindara un abrazo y quien te regalara una sonrisa. Los mexicanos sabemos que en la tragedia no hay silencio. Hay fuerza, hay unión, hay resiliencia. ¡Ay corazón! ¡Ay! ¡Hay un corazón que canta y también llora!
Esta vez lo sentí más cerca, no porque hubiese estado en alguna de las zonas más afectadas, sino porque muchos de mis afectos estuvieron en medio del desastre. Sus ojos se inundan cuando reviven el momento: autos en movimiento, cristales estallando, escaleras moviéndose como barco en altamar, balanceo violento del metrobús, crujir de los muros; gente abrazándose, corriendo, llorando.
No hubo tiempo de respirar, inmediatamente se activaron las sirenas de emergencia, aunque no allá, en donde habita la parsimonia de la provincia. En medio del desconcierto y de la angustia, iniciaron inmediatamente las labores de rescate. El alma se sigue reconstruyendo, aunque sus fisuras son visibles y están a flor de piel.
Algunos piensan que nunca-jamás lograrán recuperarse del todo, todos los días logran sobrevivir un poco, pero en el fondo cada día vivido es un pequeño triunfo. ¿Imaginas lo que es salir de casa todos los días diciéndote a ti mismo en silencio “hoy logré salir de casa”?
¡Esto se acabó!
¡Ufff! ¡Qué fuerte!
¡Lo único que quería es que mi hija estuviera bien!
¡Tenía fiebre y mucho miedo!
¡Vi gente mover escombros piedra por piedra!
¡Subí por mi perra y bajé en medio del polvo!
¡Lo que sigue es otra historia!
¡Te juro, te lo cuento y tiemblo!
¡Las tres estábamos bastantes dañadas!
¡Celebro haberlas podido recibir en mi casa!
#FuerzaMéxico #SomosUno #Frida #Estamosdepie #Resilencia
PD. Gracias Rosario, Alisón, Raúl, Luisa, Piei, Eduardo, Mauricio, Rafael, Vivian, Heber, Diana, Daniel…