Fabián Tomasi dedicó sus últimos años de vida a generar conciencia sobre el peligro de los herbicidas que todos, en mayor o menor medida, ingerimos a través de los alimentos (principalmente verduras y lácteos) los cuales manejó personalmente al surtir los aviones de fumigación, lo que le ocasionó una polineuropatía tóxica severa, que lo llevó a la muerte el siete septiembre a sus 53 años.
En Argentina, uno de los mayores productores y exportadores de soya, con 28 millones de hectáreas donde se usan 300 millones de litros del defoliante glifosato que produce Monsanto, aseveró: "Va a hacer que no quede nadie. Toda la tierra que tenemos no va a alcanzar para sepultar tanta muerte". Esto, antes de que por causa de la enfermedad ya no pudo ingerir alimentos sólidos, perdió masa muscular y sufrió dolores en las articulaciones que limitaron su movilidad.
Monsanto ha sido el creador no sólo del glifosato (la OMS lo vincula al cáncer) y del agente naranja que se usó indiscriminadamente en la guerra de Vietnam donde dejó una estela de muerte y daño irreparable a la naturaleza, sino también del DDT que por décadas se esparció en hogares y el campo en México para tratar de erradicar el mosquito anofeles, y otras especies, que ocasiona la malaria.
Investigadores y especialistas advierten que el glifosato, el que llevó a la muerte a Fabián Tomasi, podría ser aún más peligroso que el mismo DDT ya que es un agrotóxico que viene incrustado en la célula de los “alimentos” transgénicos y no se puede lavar. Y eso es lo que estamos comiendo.
En la década de los 50, cuando era secretario de Salud Ignacio Morones Prieto, las brigadas de salubridad obligaban a los campesinos a abrir sus humildes ranchos y viviendas para ser rociadas con DDT, pero en cuanto éstas se iban, sus moradores lavaban paredes, muebles y piso con cubetadas de agua para disuadir el cancerígeno agrotóxico y evitar que sus animales mutaran o se murieran. Si eran descubiertos se hacían acreedores a una multa de 500 pesos, de aquellos antes de la devaluación echeverrista y de la quita de tres pesos al cero de Salinas.
En ese sexenio, que se vanaglorió de haber erradicado la malaria, se descubrió que lejos de ese logro, el mentado mosquito mutó a una forma más robusta y ocasionó que 250 mil personas fueran registradas con la enfermedad. Los enviados de la Organización Mundial de la Salud (OMS) lejos de reportar el caso hicieron mutis en beneficio de las grandes trasnacionales de la fumigación.
Los científicos afirman que en la actualidad no hay bebé que nazca que no traiga rastros de DDT en su organismo. Un estudio de El Colegio de la Frontera Sur en zonas rurales de Chiapas, Veracruz y Tabasco encontró que fue detectado en el ambiente y sangre de personas años después de haberse usado.
El DDT está prohibido por la normatividad mexicana; es muy persistente en el medio ambiente y puede llegar a durar varias décadas. Además tiene alta tendencia a acumularse en el organismo y se ha relacionado con efectos sobre el sistema nervioso y con disfunciones hepáticas.
Otros estudios indican que aunque el DDT fue prohibido en Estados Unidos desde 1972 después de la ardua lucha en contra de su uso por la investigadora Rachel Carson (en México fue el Dr. José Villalobos), el defoliante aún contamina campos y alimentos por lo que se puede encontrar en el ambiente. Incluso en al Ártico y el Antártico se ha localizado pues el aire lo transporte a lugares inimaginables ya que es un elemento que no se degrada.
En esa época el gobierno mexicano gastó mil 200 millones de pesos en la infructuosa campaña y casi no hay reportes de sus efectos posteriores en la salud. Vaya a donde vaya la molécula cancerígena, dicen los expertos, finalmente acabará en el ser humano por distintas vías, como forzosamente lo hará el peligroso glifosato, creación antinatura de Monsanto. ¿Cuánto se invertirá y perderá para contrarrestar los efectos de éste último? Fabián Tomasi ya dio un signo de advertencia con su digna lucha y muerte por revelar la verdad.
*Presidente de la ONG Franature