Recientemente tuve oportunidad de conocer a Jacques Rebotier, poeta y músico francés quien ha encontrado en el teatro la mejor forma de expresarse respecto a la falta de responsabilidad social que existe en torno al uso de las palabras. ¿Existe un modo “responsable” del uso del lenguaje? Y, de ser así ¿cómo dar con la clave que nos lo permita?
Rebotier, alude a la palabra ‘extinción’ para hacernos conscientes no sólo de la evolución del lenguaje, sino de la ausencia de responsabilidad. Si buscamos en algún diccionario podemos deducir que la palabra extinción hace referencia a la desaparición de alguna especie en el planeta, no se precisan las causas, es simple y sencillamente el fin de una existencia. Sin embargo, a juicio de Rebotier, toda extinción debería llevar implícita en su definición las causas que originaron dicha desparición.
Hace ya algunos años –siglos de hecho– Aristóteles afirmaba que los seres humanos son animales, pero lo que nos diferenciaba del resto de las especies era que teníamos alma, respirábamos la vida y ésta pertenecía a un mundo de raciocinio y representaciones.
Para Aristóteles, los seres humanos éramos los únicos que podíamos hacernos representaciones sobre el mundo que nos rodeaba y teníamos la capacidad de preguntarnos acerca del por qué de las cosas. El resto de los animales, en cambio, simplemente deambulaban por el mundo manteniendo su existencia, sin preguntarse nada acerca de ella.
Se dice que los seres humanos contaban con un recurso distinto al resto de los animales, y ese recurso era la inteligencia. Una inteligencia más desarrollada que la de los animales –o al menos desarrollada de forma distinta– gracias a la cual logró sobrevivir durante mucho tiempo, sintiéndose superior al resto de los seres vivos.
Sin embargo un día, ese ser humano –que se consideraba El Rey del Mundo, el más importante, el centro del Universo y de su insignificante planeta– despertó en un lugar en el que habitaban otros seres vivos, 6 millones 800 mil especies más importantes que él. Un lugar donde el ser humano no era un ser superior, y no se le consideraba ni mejor ni especial.
“Contra las bestias” es una pieza teatral que recupera un alegato en pro de la biodiversidad de las especies, y que arremete
contra el reino tiránico de los seres humanos. Todo ello a través de una escritura muy personal, a la vez crítica, divertida y cruel, una escritura que viaja desde el pasado hasta el futuro de nuestro lenguaje, como para recordarnos que nuestra palabra está en movimiento constante, siendo, a la vez, objeto de poder pero también espacio de libertad y de resistencia.
Se trata de una maravillosa obra en la que se habla del ocaso del ser humano y de su lenguaje. Escribo y no dejo de pensar en ese ocaso y en el uso del lenguaje, escribo y se me viene a la mente el femincida “N”, escucho y leo las noticias que dan cuenta de esa atrocidad, de la manera en que le nombramos: loco, mounstro, inhumano. Al nombrarlo así, sin quererlo, sin ser conscientes de ello, le restamos –de alguna manera– responsabilidad.
Es necesario no olvidar que es un ser humano y habría que preguntarnos cuáles son las causas sociales que le han llevado a convertirse en asesino, en asesino serial. Es necesaria la justicia, tanto como la identificación de esas cuasas, para evitar que sean una constante. Sí, tiene razón Rebotier, hemos extraviado el sentido de responsabilidad social en torno al uso de las palabras, hay hechos que no deberían existir para no ser nombrados, hay palabras que deberíamos rescatar para reestablecer la humanidad perdida.