La milenaria presión cultural que ha ejercido el patriarcado sobre las mujeres, las ha llevado a que su cuerpo esté en fuerte coacción para que ocurra la esperada función reproductora. El cuerpo femenino, por mandato «natural» y, por ende, divino (¿?) debe mostrar que cada persona de sexo femenino, a partir de cierta edad, ha de ser capaz de dar vida a otro. Es decir, está impelido a evidenciar que se trata de un organismo fértil. Entonces, la esterilidad genética o por elección, se torna en estigma; una marca que separa, cuestiona, limita y que castiga a quienes no procrean.
Si hemos de tener en cuenta la revisión histórica hecha por Gerda Lerner, en su texto La creación del patriarcado, anota que desde hace unos dos mil años, antes de la era cristiana, la cultura mesopotámica, la mesoasiria, la hitita y el legado hebraico, a través del Antiguo Testamento, dejaron claro que una mujer estéril pasaba al mundo del desprecio social.
A manera de recordatorio, Sara, la esposa de Abraham, según el relato mítico-religioso, fue estéril hasta los 89 años. De ahí que años atrás le había propuesto a su marido que tomara por cónyuge temporal a la esclava egipcia Agar, puesto que ella no le podía dar descendencia. El patriarca lo entendió a la primera y con gran dedicación, a los 86 años procreó con Agar, a Ismael. Luego, como se sabe, Sara logró embarazarse, teniendo a Isaac a los animosos 90 años. Misterios del todopoderoso.
Han pasado casi cuatro siglos y el asunto no ha mejorado mucho, incluso dejando en mañoso resguardo qué porcentaje de tal infertilidad proviene de los masculinos. Lo que está en cuestión es si «la mujer» no pudo darle hijos al intachable esposo, entonces la tragedia sobreviene para ella y la justificación para que el varón decida con quién sí le puede cumplir el capricho de la huella genética a perpetuidad.
Es aquí donde el tema de la adopción cobra relevancia para comprender otro eje que ha generado la transformación familiar. Aunque esta forma de parentesco y de relación filioparental históricamente se ha centrado en recién nacidos (as), infantes o en adolescentes, en realidad son las personas adultas las que, por razones disímbolas y complejos procesos emotivo-sociales, optan por construir una familia a partir de la adopción.
Vamos por partes. Un número indeterminado de casos de adopción se da cuando uno de los integrantes de la pareja decide reconocer legalmente a la hija o hijo biológico de su cónyuge o pareja; desde luego, sin tener vínculo genético con tal hijo (a). No es fácil socializar este tipo de sucesos porque –aparte de que pertenecen al ámbito de lo privado-- muchas ocasiones los motivos tocan sinuosos aspectos de la vida erótico-amorosa del padre o de la madre biológica. Por ejemplo, Valentina Ivanova, casada con el comediante Mario Moreno Cantinflas, adoptó al hijo que el famoso comediante procreó con Marion Roberts, una joven tejana que moriría a los pocos años de haber tenido a su hijo, cuyo nombre sería Mario Arturo Moreno Ivanova.
En otros casos, el acogimiento ocurre debido a un añejo divorcio que ha generado el desligamiento de uno de los progenitores; por migración o tácito rompimiento de la relación parental. He ahí formas de vida familiar que escapan a la visión «naturalizada» o hegemónica de construir familias.
¡Qué anhelado amor materno o paterno, asentado en postergado manantial! ¡Qué infinita muestra de generosidad a escala humana! ¡Qué deseo filial que se dirige hacia una persona no procreada pero necesitada de afecto! ¡Qué maravilla de nuestra constelación de afectos que logra construir nuevas e inéditas familias! Parece un milagro. Lo es.
Es cierto que tenemos larga data sobre la adopción en México; prácticamente desde la Época colonial. Luego pasó por las constituciones de 1857 y de 1917. Por ejemplo, para 1928 solamente podía adoptar una persona cuya edad fuese de 40 años o más; casi un anciano(a) para la época y que –además—no tuviese descendencia. Algo hemos avanzado. Hasta 1970 se reduce tal edad y se estipula en las 25 primaveras para los(as) adoptantes, al tiempo que se suprime haber procreado o no.
En el país como en otras naciones, fuimos entendiendo de qué se trataba la adopción simple y la adopción plena. La primera era revocable por motivos como la «ingratitud» del adoptado y no contiene todos los derechos para la persona adoptada, relacionados con otros vínculos familiares paralelos o ascendentes. La segunda, trata al pequeñín o nena adoptada, con todas las garantías, como si fuese hijo o hija consanguínea y no existen posibilidades de anulación.
El sistema político-jurídico que tenemos en el país, en el que se concibe un pacto federal vertebrado por la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, con algunas leyes de fuero federal, incluye la libérrima y soberana existencia de cada entidad o estado de la República Mexicana. Como en otros aspectos, ello ha generado que, en materia familiar y desde luego por lo que corresponde a la adopción, tengamos un sistema jurídico que no solamente es un desbarajuste, sino que raya en la anarquía. Es cierto que también lo puedo expresar en términos políticamente correctos, así que ahora mismo va: Tenemos un mosaico normativo con diversos criterios y procedimientos para lograr la adopción ¿Suena mejor? ¡Me alegra! Pero es un caos.
Cada entidad federativa es un caso aparte en materia de adopción. Pero no solamente eso, sino que cuando se requieren cifras confiables y válidas a escala nacional o estatal, no hay Dios ni gobernante –por guapo que sea-- que lo consiga.
Con base en el valioso estudio elaborado por el Centro Horizontal MX, con el apoyo el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE) y liderado por la periodista Thelma Gómez, en el periodo 2012-217, México reportó que al menos fueron entregados en adopción 5,118 infantes. Digo «cuando menos» por las siguientes lindezas. Por su condición de entidades libres y soberanas hasta la médula, Chiapas, Michoacán, Nayarit y Sinaloa, por sus gónadas, no proporcionaron ninguna información. Imagino que pensaron algo así como: Que el país se rasque con sus propias uñas; para eso somos entidades soberanas, válgame. Por su parte, la Ciudad de México, así como los estados de Hidalgo y Puebla no indicaron qué rangos de edad tenían los menores dados en adopción. En el caso de Querétaro, la información proporcionada para el estudio resultó incompleta, confusa e inconsistente.
Otras entidades federativas simple y llanamente no consideran los mismos rangos de edad estipulados a escala federal para registrar a los menores que dan en adopción. Tales gobiernos locales deciden que es mejor tener otros grupos etarios, debido a convicciones inescrutables. Está dicho todo en la materia. Por ello, cual país subdesarrollado, es imposible contar con un estudio nacional acerca de lo que pasa con las familias que se integran a partir del cauce de la adopción. ¿Será un misterio que, a la manera del novelista francés René Barjavel, seguirá perdida en la noche de los tiempos?
A pesar de esa deficiencia estructural en la información, por ahora podemos decir que en el periodo 2012-2017, se dieron en adopción un total de 5,111 menores. Como se aprecia en el gráfico siguiente, la mayoría de ellos y ellas (35 %) tenían entre cero y cinco años. Conforme la edad del menor en desamparo familiar avanza, los adoptantes se resisten más a recibirles en sus hogares.
Los estudios en el ámbito familiar han mostrado que dicha posición se explica debido a que en muchas ocasiones los menores han experimentado varios años de violencia o de privaciones severas que, desde luego, tienden a reflejarse en sus comportamientos, especialmente a partir de la adolescencia y juventud. Seguiré…
Coordinador Red Internacional FAMECOM