La fecundación, vista como un proceso sociocultural, familiar, personal e íntima, abarca distintos momentos y complejas decisiones; no se trata de un asunto menor. Por lo que toca al embarazo no intencional en mujeres adolescentes –que es de lo que aquí escribo—podemos trazar, al menos, las siguientes etapas:
1) Señal inicial. Una adolescente percibe síntomas fisiobiológicos que emanan de su propio soma, indicándole que, con altísimas probabilidades está embarazada, sin haberlo pretendido, al menos en principio.
2) Confirmación. Sea por retraso del periodo menstrual, por otros indicios posiblemente desconocidos hasta entonces en su organismo; por visita al médico o, por pruebas de venta en farmacias o en laboratorio, ratifica que ha quedado encinta.
3) Decisión y enfrentamiento. Encrucijada que plantea seguir con el proceso de preñez hasta el parto, para convertirse en madre adolescente o, buscar opciones para interrumpirlo.
3.1) Si elige continuar con su gravidez, dependiendo de una serie de factores vinculados a la condición etaria, de salud, de pareja, emotivo-sexual, de personalidad, familiar, red de amigos(as), económica, religiosa, escolar y de acceso, tanto a información en distintos medios como en internet, así como a servicios gubernamentales, experimentará mayores o menores adversidades para su trayectoria de vida.
Cuando una red de apoyo entra rápidamente en operación y de manera sostenida desde lo familiar, médico, de pareja, escolar, psicológico, gubernamental, comunitario y sociocultural, se reducen algunas de las desventajas que puede representar este suceso en una adolescente; especialmente cuando tal procreación ocurre masticando los 18 o 19 años de edad. En chicas de menor edad, las repercusiones trastocan diversos órdenes y, en lo biológico y psicológico, se requieren de medidas holísticas y altamente especializadas para reducir los efectos adversos.
3.2) Cuando las chicas menores de 20 años experimentan una preñez no intencional y optan por interrumpirla, ha sido consecuencia del mismo conjunto de factores; pero han operado de distinta manera, hasta llegar a esa determinación. Tienen ante sí diferentes senderos, por ejemplo, si viven en la Ciudad de México, quizá sepan que, dentro de las primeras 12 semanas, cuentan con la opción de solicitar la interrupción legal del embarazo, recibiendo los servicios de salud requeridos; proporcionados por personal médico especializado, en una red de clínicas ex profeso. Si, por ejemplo, la joven radica en la entidad mexiquense o en cualquier otra del país, pueden buscar condiciones para viajar a la ciudad de capital, a recibir este tipo de servicio que, aparte de ser legal y confidencial, es realizado por personal médico capacitado. Son algunas de las ventajas de contar con una entidad que hace honor a nuestra definición política como Estado laico.
Lamentablemente, un número indeterminado de mujeres (adolescentes, jóvenes y adultas) por diversos y sinuosos motivos, tienen que recurrir a prácticas peligrosas para interrumpir un embarazo no deseado. Las hay, desde el uso de pastillas abortivas; la combinación de pastillas del día después con otros fármacos; remedios caseros que lucran anunciando una efectividad fallida o indeterminada; agresivas intervenciones que con propia mano se aplican algunas gestantes y, desde luego, la atención clandestina en hospitales, consultorios y sitios que, sea en manos especializadas y/o de dudosa capacidad, aplican abortos, aunque no formen parte de las estadísticas municipales, estatales ni de México.
Las primeras tres fases o etapas descritas, no deben ser vistas en forma rectilínea, mecánica, sin eventuales retornos, carentes de dudas, vaivenes entre el sí y el no de continuar en uno u otro sentido; conflictos consigo mismas, con su pareja, con los familiares, amigos(as); asomos de convicción y de duda, dentro de una selva de emociones contradictorias. Se trata de una parte de la vida de las personas, de sus angustias y de sus legítimos secretos que formarán parte de su biografía. A ello, es difícil aproximarse de manera sistemática. Quizá así seguirá mientras la hipócrita moralina galope en las estepas de un Estado cándidamente clerical, con ínfulas de laicismo.
4) Consecuencias. Después, según se continúe o no con el embarazo, sobrevienen secuelas diversas: respiros de tranquilidad-intranquilidad; pensamientos de diversa índole; sentimientos liberadores o de culpa; consolidación o rompimiento de la relación amorosa o de pareja reciente. En caso de aborto por decisión propia, a veces se presenta depresión post-intervención médica; cambio de conducta para evitar otro suceso similar no deliberado, entre otras. Desde luego, cada persona es un mundo inescrutable y complejo.
Consecuentemente, acerca de “todo” el embarazo no intencional que ocurre en mujeres adolescentes, existen dificultades para registrarlo o dar cuenta de él de manera válida y confiable. A partir de otros acontecimientos que se indagan, se infieren algunas cifras en torno a este fenómeno humano y sociocultural que está conectado con políticas públicas y programas operados por el Estado de Mexicano.
He aquí la importancia de entender que sobre esta problemática social en México y en el resto de las entidades, lo que se reportan son cifras de adolescentes en gestación y de nacimientos ocurridos en madres cuyas edades van de 10 a 19 años. Por ende, dada su multidimensionalidad y prácticas distintas previas a su registro oficial, nuestro saber es limitado y parcial.
¿Qué cifras se reportaron en 2015 en el Estado de México sobre nacimientos en adolescentes, justo cuando se ponía en marcha la ENAPEA y la GEPEA? ¿Cuántos casos se reportaron en suelo mexiquense? ¿Cuál era la tasa de fecundidad en madres adolescentes en esta entidad? ¿Qué municipios reportaron el mayor número de casos y cuáles las tasas más altas? Y, desde luego, ¿con qué cifras cerramos en 2018, después de haber operado sesuda estrategia para la prevención del embarazo adolescente, denominada ENAPEA?
La siguiente semana, presentaré los datos…
Red Internacional FAMECOM
