Pasadas las emociones de las elecciones del primer domingo de julio del año próximo pasado, el país recibió la noticia de la victoria aplastante de Morena de la mano de su líder Andrés Manuel López Obrador, en ningún otro sentido se pensaría que aquellos que contendieron por ese partido hubieran tenido alguna oportunidad de no haberse colgado de la imagen de quien durante dos sexenios arremetió en contra de los gobiernos que, según él, le arrebataron un triunfo que sentía suyo, por fraudes electorales y no en las urnas, por lo que cada movimiento que hacían los nuevos ejecutivos, eran señalados constantemente por el dedo flamígero del que prometió mucho más de lo conscientemente aceptable.
México de pronto se fundió en el deseo más que en la real expectativa de un hombre, más que de una coalición, o de quien lo acompañara en la aventura, con el poder suficiente de llevar a cabo una profunda transformación en la forma de gobernar, para lo cual presumió la cantidad de veces que le vino en gana sin que nadie le pidiera la muestra de su estrategia o la base sólida de sus argumentos con una plataforma de gobierno bien estructurada.
Tiempo lo tuvo y de sobra, como para poder presentar a la nación que en números redondos fue representada por treinta millones de votantes que creyeron en él. Sólo que parecía más el sueño de un cambio, que un verdadero cambio, la ilusión se dejó llevar como gorda en tobogán, jalando a su paso a cuanto votante encontró en su camino, y así, al contagio como una peste, la mayoría de los mexicanos decidieron unir su voluntad para elegir al mago que todo lo iba a arreglar.
Rumbo al inicio de una nueva era, o al menos así se presumió en la historia de México, se empezaron a escribir las páginas de la nueva forma de gobernar, la que prometió un cambio de timón para arreglar todo lo que se consideraba estaba mal, poniendo etiqueta a lo que no fue en su año, y nació la animadversión del neoliberalismo, de los fifís, del conservadurismo, condición que el pueblo, animado por ser llamado bueno y sabio, decidió seguir al pie de la letra cada cosa que hacía el nuevo líder, aplaudiendo incluso sin sentido, cada frase, cada nuevo refrán, cada nuevo mote.
Tan es así que es fácil identificar a quienes defienden la forma en la que López Obrador trata de gobernar, porque repiten las mismas frases que parecen letanía y que se las dicta constantemente, además de estar atentos para arremeter en contra del que señale algo en contra de aquél para que arrecien duro y tupido por redes sociales en contra de los identificados como sus enemigos.
Esta condición ha sumido a los mexicanos ahora más que nunca en una terrible polarización, una división que se encuentra bien marcada, a saber quién está con él, y quién no, no hay medias tintas, aunque alguien intente defenderse en el sentido de que no comulgue con algún partido, o con alguna corriente política, porque será señalado de inmediato como parte del piran, o es neoliberal, conservador, etcétera, pero no existen para los seguidores del lopezobradorismo los pensadores independientes.
Tal vez sea porque así no lo comprenden. A final de cuentas, es su exclusiva percepción, alimentada como ya se marcó por una tendencia dictada desde las huestes de morena, principalmente del líder.
Ahora, al paso del tiempo, debemos recordar que López Obrador materialmente empezó a tomar el control del país desde julio mismo, a pesar de que tomó protesta el primero de diciembre, pero para nadie es un secreto que ya tomaba todas las decisiones de gobierno.
Ahora bien, a pesar del tiempo mencionado, se supone que para un nuevo gobierno deben pasar los primeros cien días para que se empiece a notar un cambio en la forma de tomar decisiones, en la forma en la que se van a resolver los problemas de la patria, que no es cosa menor desde luego, pero esos cien días son muy importantes para valorar hacia dónde caminará la vida pública, económica y social.
El nuevo gobierno ha hecho de todo un circo, con decisiones torpes, improvisadas, y parece, tomadas sobre las rodillas, no se olvidará, por más que se quiera ocultar, disfrazar, o se pretenda ponerle las peores condiciones para que la determinación de cancelar la construcción del aeropuerto de Texcoco sea cien por ciento aceptada y presumir que no afectará la vida económica.
Esa, que fue de las primeras decisiones, es la que principalmente viene arrastrando la nueva administración, pero a ella se suman otras por opacas y por no darles sentido con proyectos bien estructurados, perfilan irremediablemente una catástrofe, la magnitud aún no termina por asomarse, pero ya no hay regreso.
Los dueños del dinero a medias dicen apoyar al nuevo presidente, pero en los hechos los números no reflejan el apoyo, al contrario, todo huele más a una fuga de capital y escasa inversión, que por más que se trate no logra verse distinto.
Puede ser que la voluntad de López Obrador sea buena, pero la incómoda realidad pondrá las cosas en su lugar, no importa cuánto se insulte a quienes se atreven a cuestionar los números del presidente, que siempre tendrá otra información, con otros números, lo dije en una entrega vieja, hará lo mismo que con sus cifras en la Ciudad de México, y desgraciadamente no me equivoqué, ojalá lo hubiera hecho, pero no es así, repite la misma fórmula.
Ahora, la discusión será centrada en los gobiernos anteriores, corruptos, que dejaron un cochinero en el tema de seguridad pública, y tal vez sacará al balcón nombres, pero todo quedará ahí, sin juicio, sólo el mediático, ese que le ha dado tan buenos resultados, sólo que llegará el momento que no sea aceptado más por quienes recienten los golpes de sus malas decisiones.
En la misma ciudad a de México, se dio la marcha mas grande por La Paz exigiendo más seguridad, en una columna de voluntades independientes marchando y exigiendo poder vivir sin miedo, mismos que fueron descalificados por el ahora presidente.
México no avanza, y no se ve para cuando lo haga, la economía no podrá mejorar sólo por el deseo de López Obrador, las inversiones no adoptarán confianza sólo por que se les pida, la delincuencia no cesará porque el presidente se crea bueno, los números lo dicen, además de que el inicio del nuevo sexenio marcó el menor índice de aseguramiento de estupefacientes. La República se encuentra muy cercana a una crisis, no querer verlo es otra cosa, pero la realidad llegará aplastante.