La felicidad es una emoción positiva que describe empíricamente el estado de ánimo del individuo. Su efusividad sobrepasa las reglas del pensamiento racional, se enmarca en la subjetividad de quien la exterioriza y se traduce en alegría o satisfacción; sustentado en este principio, todos hemos logrado la felicidad, como lo señala el escritor Maruan Soto Antaki “en todos, la felicidad es siempre un estado de satisfacción momentáneo que vive en el deseo de permanencia”.
Ante lo efímero de la felicidad, debemos cuestionarnos ¿Qué nos hace feliz?, la respuesta esencial incluye a todo aquello que nos proporciona alegría y satisfacción; al realizar una retrospectiva rescato una variedad de sucesos: mi boda, el nacimiento de mi hijo, aprobar mi examen de admisión, graduarme, conseguir empleo, adquirir un bien, emprender un negocio, entre otros acontecimientos relacionados al interés personal y emocional.
Estos sucesos se caracterizan por tener una correlación con las instituciones, aun cuando la génesis del evento se refiere al individuo, la mayoría de las alegrías y satisfacciones logradas en nuestro trayecto están vinculadas al papel que desempeñan las instituciones creadas por el Estado.
Es importante señalar que dicha correlación no es exclusiva con el Estado; coexistimos con relación al “otro”, convivencia que permite incentivar la solidaridad, sin omitir, que la felicidad es una manifestación personal y difícilmente puede ser considerada un bien común. Aun con las limitaciones para materializarla como un bien general, el Estado a través de los preceptos democráticos y las instituciones busca cristalizarla; por su parte, el ciudadano como integrante del Estado y del engranaje institucional, aspira a la felicidad.
La relación implícita, posiciona al Estado como el garante de las necesidades básicas de la ciudadanía y con ello de la felicidad del individuo. La felicidad como un ingrediente de la política, requiere de un índice que permita medir el grado de alegría y satisfacción de la población.
Es a partir de 1972 cuando la felicidad comenzó a medirse; el ejercicio implementado por el reino de Bután (Asia), denominado Índice Nacional de Felicidad, se convirtió en el referente obligado para cualquier ejercicio que busque ponderar la alegría y satisfacción ciudadana. El índice considera componentes en materia de salud, educación, diversidad ambiental, nivel de vida, gobernanza, bienestar sicológico, uso del tiempo, vitalidad comunitaria y cultura.
Otro referente importante es el Informe Mundial de Felicidad elaborado a partir de 2012 por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), los elementos que pondera son: vínculos entre el gobierno y la felicidad; el poder del comportamiento prosocial y cambios en la tecnología de la información. El reporte reflexiona sobre la felicidad como una medida adecuada del progreso social y como objetivo de las políticas públicas a implementar por los Estados. En su reporte presentado en marzo del presente año, México ocupa la posición 23 de 156 países, un lugar digno y aceptable, avanza una posición respecto a la evaluación realizada en 2018.
Al analizar el histórico del informe, se identifica que en 2012, también ocupó la posición 23; en 2013 se ubicó en el 16; para 2014 no se presentó la evaluación; en 2015 avanzó al lugar 14; un año después retrocedió al 21, y en 2017 prolongó la caída, se situó en el 25. México oscila entre la posición 14 y 25, con un promedio de 20.8 en el ranking mundial de la felicidad.
Promedio alentador, aun con la incertidumbre social que existe en el país, los mexicanos somos felices. Otro elemento que respalda dicha afirmación es la investigación realizada por el psicólogo Luis González de Alba, quien a partir de los estudios realizados (2000-2016) por las universidad de Varna, Bulgaria, universidad politécnica de Hong Kong y de la universidad Yale, Estados Unidos, señala que los genes pueden ayudar a la felicidad de las naciones, “los ciudadanos de naciones que se califican a sí mismos de más felices muestran un alelo [variedad de un gen] específico: su ADN contiene, en más ocasiones, un elemento básico en la reducción del dolor y sensibilidad al placer”.
“Naciones con más alta prevalencia del alelo A son muy claramente las que se perciben a sí mismas como los más felices, son más felices las poblaciones de Ghana, Nigeria y África Occidental, México y Colombia”.
Las mediciones realizadas por la ONU y las investigaciones sobre los genes y su relación con la felicidad de las naciones, ubican a México como uno de los países más felices del mundo. La población es feliz como resultado de todo el engranaje institucional que tiene el Estado para satisfacer las demandas básicas y por la alta prevalencia del alelo A, gen específico que ayuda a la felicidad. Asumir que la ciudadanía es feliz como consecuencia de la transición política o el triunfo de un candidato, es un error. El Estado históricamente ha buscado concretar la felicidad y el ciudadano constantemente aspira a la felicidad.