Hace algunos días, en el marco del Día Mundial del Perro que se celebra cada 21 de julio, en uno de mis recorridos matutinos por nuestra bella capital, tuve la coincidencia de leer un cartel en el que se leía: “no hay nada más terapéutico que acariciar a tu perro”; situación que me trajo reminiscencias de mis mascotas y del cómo me han acompañado a lo largo de varias etapas de mi vida.
Si bien mis anteriores columnas se han enfocado al desarrollo político, a la participación ciudadana y demás temas concernientes a mi profesión y encargos como servidor público, considero que el bienestar personal se ve siempre reflejado en nuestras acciones como ciudadanas y ciudadanos; es por eso que en estas líneas compartiré con ustedes algunos de los beneficios que nos aporta el compartir nuestra vida con alguna mascota, específicamente con los caninos.
Para empezar, la relación humano-canino data de miles de años atrás y es que a través de la historia, el perro ha asumido numerosas funciones desde su domesticación: cazador, pastor, guardián, vehículo, fuente de calor, auxiliar en las guerras, rescatista, artista, deportista, guardián, animal de compañía, entre otras varias. Así, la domesticación de los caninos se dio en el contexto de un beneficio mutuo que ha derivado en la influencia positiva de las mascotas en la salud y bienestar de las personas, quienes les correspondemos con cuidados, respeto y cariño.
En relación con las investigaciones científicas, y de acuerdo con el estudio “La influencia de las mascotas en la vida humana”, de la Universidad de Antioquía, Colombia, los efectos que las mascotas aportan a los seres humanos se han clasificado en cuatro áreas específicas: terapéuticos, fisiológicos, psicológicos y psicosociales.
Primeramente, los animales como recurso terapéutico pueden estar presentes en los tratamientos, incluyéndolos en el entorno de una persona, con el fin de permitir que se establezca una unión afectiva; en segundo lugar el estudio refiere que la tenencia de mascotas es un factor protector para las enfermedades cardiovasculares, ya que pueden modificar varios factores de riesgo: se disminuye la presión arterial, se reduce la frecuencia cardíaca, la ansiedad y el estrés por soledad, y se liberan endorfinas al acariciar a las mascotas. Además, las y los dueños de perros tienen una mayor actividad física en comparación con aquellos que no los poseen, y como consecuencia los primeros tienen en general una mejor salud.
Asimismo, el autor del mencionado estudio indica que las mascotas ayudan a disminuir las alteraciones psicológicas, reducen la sensación de soledad e incrementan el sentimiento de intimidad, conduciendo a la búsqueda de la conservación de la vida en personas enfermas. En estados de depresión, estrés, duelo y aislamiento social, las mascotas se convierten en un acompañamiento incondicional, aumentando la autoestima y el sentido de responsabilidad, que necesariamente genera una mejor integración con la sociedad.
Finalmente, el estudio revela que los propietarios de animales tienen una mayor facilidad para establecer vínculos de confianza en las relaciones interpersonales y de tener una mayor participación en eventos comunitarios.
En conclusión, el impacto positivo de las mascotas en nuestro día a día nos ayuda no solo a gozar de buena salud, sino a ser mejores personas, lo que resulta en una mayor incidencia en nuestro entorno al promover la cohesión social fomentado conductas de socialización que nos permiten el ejercicio de una ciudanía aún más activa.