Matices... Peculiares sincretismos

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Matices... Peculiares sincretismos

Miércoles, 11 Octubre 2017 04:38 Escrito por 

Octubre evoca una época del año controversial en la historia de nuestro continente, el encuentro de dos mundos: América y Europa. Quienes me son cercanos generacionalmente recordarán esos singulares dibujos en el salón de clases que detonaban la imaginación de aquella travesía que hicieran la Niña, la Pinta y la Santamaría.

Sí, efectivamente, fue todo un descubrimiento. Lo primero que los españoles revelaron a los suyos fue la gran diferencia cultural y religiosa de los habitantes de aquellas tierras, respecto de la tradición peninsular. Las posturas unilaterales no formaban parte de su dinámica social; lenguas distintas, tradiciones y costumbres dibujaban la gran riqueza mesoamericana. Olmecas, teotihuacanos, toltecas, zapotecas, mayas, aztecas, mixtecos, chichimecos, tenían en común una cálida y cercana relación con la tierra, dadora de maíz; su emblemático juego de pelota, algunos rituales, una prodigiosa vegetación y una riqueza mineral que despertó la mayor de las avaricias.

Cortés se asombró por la existencia Ix-Chel, Diosa de la luna; de Coatlicue, Diosa de la fertilidad; Tláloc, Tezcatlipoca, Huitzilopochtli y Mixcóatl; más aún por Centéotl del cual –hasta nuestros días– no hay una descripción sobre su sexo biológico, ni identidad sexual; y también le causaron asombro los sacrificios humanos.

En nuestros referentes históricos se asume este encuentro de dos culturas, como una época donde imperó la imposición y la resistencia, la fuerza y la perseverancia. Era poco comprensible que se gobernara en nombre de un Rey, una tierra a la que no se pertenecía.

Se habló del encuentro biológico y –en nuestro caso– de esa mezcla entre mexicas y españoles, de ese mestizaje que dio origen a una nueva raza, a una nueva cultura.

Una cultura en la que la religión católica romana ganó nuevos e importantes territorios, se impuso una lengua, se trazaron ciudades bajo nuevos paradigmas urbanos [kiosco, iglesia, autoridades], se introdujeron manifestaciones culturales y artísticas peninsulares y éstas se combinaron con las ya existentes. Se impuso una nueva forma de ser y de pensar, pero no de manera hegemónica, muchos elementos del mundo prehispánico permearon hasta fusionarse, diluyendo la fuerza de esas líneas de lo español puro y lo indígena puro.

Lo que nos define, lo que nos caracteriza viene de ese sincretismo. Han pasado algunos siglos de aquella época a la fecha, le hemos dado sentido y significado a nuestro espacio. Hay símbolos que reconocemos y nos dan orgullo e identidad; zonas arqueológicas, iglesias, conventos, seminarios, haciendas, mercados, plazas, kioscos, calles, festividades.

Este encuentro de dos mundos, se repite todos los días, de manera cotidiana. Hay en nuestra convivencia diaria un sincretismo que nos habita, aunque compartamos el mismo país, la misma religión, la misma lengua, costumbres o tradiciones. Eso a lo que el filósofo alemán Martin Hidegger denominó dasein, y que podría ser entendido como “ser en la vida y mediante la vida”.

Cuando los tripulantes de esas tres carabelas creían haberse perdido, arribaron a un lugar que creyeron haber descubierto. Habitaron ese sitio hasta mezclarse y fundirse con quienes ahí habitaban y así crearon en conjunto, unos y otros, un nuevo mundo. Quizá el verdadero descubrimiento no es más que la fusión a la que se dio lugar y que advertimos en la forma en que hablamos, en que creemos, en que comemos y en que amamos.

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Ivett Tinoco García

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