Hace unos días compartí en mis redes sociales un microcuento de Marco Ley, que a la letra dice:
Buscaban a Lorca en una fosa común de Granada, pero lo encontraron vivo en todas las bibliotecas del mundo.
Es quizá ahí donde radica la diferencia entre “ser y estar”, al menos yo lo entiendo así. Y es que la esencia de trascender implica que la importancia de la presencia permanezca, aún cuando ésta no sea física. Federico García Lorca, Luis Buñuel y Salvador Dalí están sin duda en esa dimensión: los tres siguen más vivos que nunca y se mantienen a la vanguardia en el tiempo.
En los años 20 del siglo pasado, en la madrileña Residencia de Estudiantes, coincidieron estos tres grandes, compartieron sueños, convulsionaron paradigmas y trastocaron la moral imperante de su época. Ahí forjaron una gran amistad, ahí también, reafirmaron su intensidad artística y humana; y, ahí también se fraguó su inevitable distanciamiento.
Lorca escribió al Amor y la Muerte. Buñuel cuestionó las clases sociales, tanto como la Religión y la Sexualidad.
Dalí creó todo un universo simbólico, extravagante, onírico, absolutamente surrealista. Los tres han sido –son y seguirán siendo– un referente obligado de la literatura, el cine y las artes plásticas. Y aunque alguien pudiera desconocer la profundidad de su obra, ello no es impedimento para saberse cercano, en algún punto.
Tal es mi caso, en diversos momentos he tenido la fortuna de coincidir con ellos, y siempre de las maneras más peculiares: con Buñuel y Dalí coincidí durante en mis años de estudiante universitaria, cuando era casi un pecado no acercarse al cine de culto. “Un Perro Andaluz” fue mi primer acercamiento, en él descubrí que es posible mezclar realidad, ilusión y delirio. Lorca me tomó por sorpresa al escucharlo en Persa, no es necesario aclarar que no entendí ni una sola palabra, y pese a ello fue inevitable no reconocer la belleza de su poesía.
Hace un año tuve la oportunidad de compartir el pan y la sal con Paco Ibáñez, gran cantante español y maravilloso ser humano. En la sobremesa estuvieron presentes: Lorca, Buñuel y Dalí; aunque Paco se afana en decir que no es un coleccionista de recuerdos, se dibuja en su rostro una sonrisa cuando su mente y su corazón se trasladan a París, a esas noches, a esos bares que le vieron nacer como artista.
La anécdota que viene a la mesa es la de una tarde en que Paco llegó a uno de los bares donde amenizaba con su guitarra y sus canciones y, apenas hubo llegado, uno de los camareros le dijo –Dalí vino a buscarte. Paco no prestó atención porque asumió, como era casi natural, que se trataba de una broma. No obstante, el comentario hizo eco, cuando llegó a otro de los bares donde tocaba y también le dijeron que Dalí lo estaba buscando.
Corría el año 1964, Paco grababa su primer disco en el que musicalizaba algunos poemas de Lorca y Góngora. Una amiga cercana a él tuvo oportunidad de conocer las primeras versiones, y le gustaron a tal extremo que le pidió a Paco le obsequiara un máster, y él accedió.
Posteriormente –por esos azares que tiene el destino– dicho máster llegó a manos de Dalí quien, al escuchar las canciones del Romancero Gitano se estremeció hasta lo más profundo del corazón. Vale decir que esos versos los había escuchado antes, pero en voz del mismísimo Lorca.
Dalí, a decir de su biógrafo Ian Gibson, “murió en 1989 sintiéndose culpable por el asesinato de su mejor amigo, por haber sentido envidia de su genio, por no haber insistido más en que se mudase con él a Italia en 1936 y por juzgar su homosexualidad a su manera”.
En esa sobremesa conocí un poco más a detalle sobre esa sublime admiración que había entre los tres, y que por momentos se tornó más cercana entre Lorca y Dalí, lo cual detonó los celos de Buñuel y, más tarde, causó su distanciamiento, zanjado de manera definitiva por la Guerra Civil Española, con el fusilamiento de Lorca.
Se pueden comprender entonces los sentimientos más profundos que se debieron remover en El Genio, al escuchar los poemas de Lorca musicalizados e interpretados en voz de un jovencito llamado Paco Ibañez.
Por eso Dalí buscó a ese joven cantor que se afanaba en sacar su primer disco, y por eso decidió regalarle el dibujo que sirvió de portada del mismo, nada más y nada menos que una obra original de Dalí, para el primer disco de un debutante, entonces desconocido.
Lo escuchado en esa sobremesa me hizo pensar que pocas veces nos detenemos a ver la parte humana de los creadores, de los artistas, de los intelectuales, olvidamos que habitan su propia dimensión humana, olvidamos que son personas que aman y sufren como uno, que buscan aquí y allá, y siempre encuentran a sus amigos en ser y en estar.