¿Se acuerdan cuando íbamos a la primara, que todos los lunes por la mañana rendíamos los honores a la Bandera? Con admiración veíamos marchar a la escolta ondeando nuestro lábaro patrio y con respeto entonábamos, primero el Himno Nacional, seguido por el Himno al Estado de México. Traigo estos recuerdos presentes porque todavía en actos oficiales se me enchina la piel y carraspeo con orgullo antes de cantar tan simbólica melodía nacional, cuando esto sucede, mi mente recorre cada estrofa y con singularidad ahondo en su significado, mi reacción inconsciente es erguirme y tonificar “al sonoro rugir del cañón”.
Somos mexicanos con un sentido de pertenencia y nacionalismo que nos obligan a abrazar nuestras circunstancia más allá de lo buena o mala que ésta sea. No pretendo en esta columna ahondar en las barreras sistemáticas y la desigualdad en oportunidades que como pueblo no nos han permitido crecer homogéneamente. Intento únicamente, desde una visión romántica y simbólica, que se me permita reconocer a los mexicanos que todos los días se levantan de madrugada para llegar al trabajo. Miles de jóvenes que llevan al hombro una mochila llena de proyectos y de ilusiones. Felicitar a los artesanos que nos inundan de tradiciones, a los grupos indígenas que glorifican nuestras raíces y, así, a cada mexicano que hace de México un gran país.
Hoy no pretendo generar análisis con este texto, mi intensión es transmitirles mi sentir y el amor que le guardo a mi tierra mexicana. Vivimos en un país de instituciones fuertes y vanguardistas, que se han construido durante dos centenarios con voces y pensamientos de miles de mujeres y hombres, que muchas veces pensando diferente, han impreso atinadamente su legado. Grandes ideas que siguen dando forma a los diferentes “Méxicos” que coadyuvan en una nación de más de 120 millones de habitantes.
Somos un país de enormes diferencias, empezando por lo complejo de su orografía, que nos traslada a lugares maravillosos: pueblos mágicos, selvas, playas, bosques, desiertos y metrópolis. Somos un país de una gran diversidad en recursos naturales, humanos y financieros y, a la par, somos un país con estructuras tan complejas que no nos han permitido impulsar un desarrollo sostenido.
Como una mención particular, los mexiquenses nos sentimos doblemente mexicanos, así lo enuncia nuestro Himno al Estado de México: somos “por patria y provincia”. El mexiquense es de trabajo, de esperanza, de lucha. Somos aguerridos, constructores de nuestra realidad, de nuestra circunstancia, somos plurales y tolerantes, somos de una “prepotente existencia moral”.
Todo lo anterior me lleva a remontar una de las citas de Octavio Paz plasmada en “El Laberinto de la Soledad”, advierto que lejos está de ser una de las frases emblemáticas, pero sí se adecua a la realidad social: “para el mexicano, la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado”; de aquí la necesaria adecuación, no de autoría propia, pero sí compartida por convicción: hoy más que nunca México requiere de mexicanos “chingones” sin la necesidad de “chingarse” a los demás. Porque como lo he dicho antes, a México le irá bien en la medida en que los éxitos particulares sean genuinamente éxitos compartidos. ¡Que Viva México!
