¿Cuántos problemas enfrentamos por no tener la capacidad de ser empáticos con las opiniones de los demás?
Actualmente vivimos en una sociedad altamente polarizada, que se refleja en acciones personales o hasta decisiones en la esfera pública. En este contexto, es común responder con ataques, descalificaciones o hasta burlas y humillaciones a todo aquel que no coincida con nuestro particular punto de vista (sobre cualquier tema en comento). Nos convertimos en una especie de portadores o dueños de la verdad absoluta, lo que nos lleva a evitar el diálogo con quien tenga una opinión distinta, optamos por no abrirnos ante los argumentos de nuestros interlocutores. Con esto no pretendo que concedamos la razón cuando no estamos de acuerdo, simplemente que hagamos el esfuerzo por entender las motivaciones que impulsan a mantener una determinada postura.
Nuestra formación como seres sociales e intelectuales debe estar cimentada sobre la diversidad de experiencias y conocimientos, si bien siempre tendremos predilección por ciertas áreas en las que seguramente nos especializamos, hemos de ampliar nuestra visión con el objetivo de obtener un mapa completo del entorno, de la realidad, esa que se vive de distintas formas y que, finalmente, construye comunidad.
Con anterioridad había tocado el tema de la posverdad, concepto que construye al individuo y va moldeando su pensamiento a partir de todo aquello con lo que coincide, con las ideas y posturas que le son familiares o cómodas; es decir, la “propia verdad”: que evita a toda costa el contraste de ideas, el debate propositivo y la autocrítica.
Quienes somos servidores públicos estamos más que obligados a mantenernos informados, capacitados y actualizados sobre los asuntos de la agenda pública, enfatizando siempre en aquellos que por el ámbito de nuestras atribuciones son neurálgicos para el buen desempeño laboral. El conocimiento debe ser una herramienta que nos ayude a proponer soluciones inteligentes, efectivas, consensuadas y multifactoriales, que abonen a la mejora del contexto social.
A modo de ejemplo, sin que esta se convierta en una postura particular, en días pasados con motivo de algunas celebraciones comunitarias, noté que en las redes sociales crecía el debate sobre lo adecuado o perjudicial del uso de la pirotecnia como parte de los festejos propios de las fechas patronales. Había quienes aludían al hecho de que los fuegos artificiales contribuyen en medida exacerbada al crecimiento de los índices de contaminación atmosférica, otros mencionaban los detrimentos en el estado de salud de los animales de compañía, ya que el estruendo provocado por dichos artificios les causa una alteración notable en sus niveles de estrés.
No pretendo desdecir la veracidad de ambos argumentos, por el contrario, pretendo explorar un par de argumentos más que en este caso se contraponen a los iniciales, pero que tienen igual legitimidad. Dicho de otro modo, saldrán aquellas voces que defiendan el uso de la pirotecnia por ser ésta la única fuente de ingresos de miles de familias, en algunos casos la economía principal de municipios enteros. Podrán surgir otras opiniones que sugieran que participar activamente en estas festividades son acciones catalizadoras para el fomento cultural y la cohesión social.
En parte, todas las posturas tienen razón, se sustentan en argumentos válidos y generan adeptos que buscarán respaldarlos. Lo medular en este debate es saber si todas las partes están dispuestas a dialogar y negociar en busca de soluciones integrales. Esto significará que tras exponer hechos lógicos y flexibilizar las posturas, más allá de emotividades y realidades particulares, se logre llegar a un resultado colectivo.
Está por demás decir que esto no sucederá de forma natural en la cotidianeidad de nuestra sociedad. Deberán entrar en juego distintos actores, la función del gobierno será sentar las reglas del diálogo para lograr armonizar los variados puntos de vista. Esa búsqueda de equilibrio requiere de la defensa de causas por parte de la sociedad civil organizada y de los beneficios derivados de los actores económicos. En suma, el resultado será que logremos anteponer lo colectivo sobre los intereses individuales, siempre a través de un análisis plural que no se nuble desde la comodidad del privilegio particular.
