Las autoridades sanitarias del poder ejecutivo han optado por un modelo de semáforo para desconfinar y regresar escalonadamente a la actividad económica. La efectividad del método es cuestionable, al haberse implementado hace más de 50 días y no lograr otro resultado más que un constante incremento en los contagios diarios. También ha sido poco eficaz como método de comunicación, al no explicar a la sociedad el significado de cada color y dar a entender el naranja como una invitación a retomar actividades con algunas medidas auxiliares. Es vital replantearse el método elegido pues, de no ser el correcto y fallar, nuestro país estará obligado a volver al encierro, profundizando las consecuencias económicas para millones de familias como consecuencia de un mal manejo de la pandemia.
El cambio de semáforo ha aumentado la responsabilidad de la gente en su desarrollo cotidiano, pero desgraciadamente al no democratizarse suficiente información, la percepción popular no ha sido la óptima y desde las instancias gubernamentales se ha dejado demasiado a la interpretación social en un tema tan delicado. Cuando las entidades informan sobre un cambio de semáforo, desencadenan una ola de acciones inconscientes al anunciar reaperturas en plena faceta ascendente de contagios. La población, sin recibir lineamientos concretos sobre el significado de un cambio de etapa, comienza a reincorporarse a sus actividades adoptando acciones que, en este momento, resultan insuficientes. Los gobiernos locales han fallado al señalar el color naranja como parte de un momento de riesgo dentro del cuál la población tiene que permanecer en casa y salir a lo esencial, siempre y cuando mantenga pautas de higiene y se use cubre bocas. La falta de indicaciones institucionales oportunas ha desatado una ola de actos inconscientes en los que la ciudadanía comienza a participar en grandes reuniones, trabajar en amplias aglomeraciones de gente y utilizar espacios públicos sin respeto a la sana distancia.
Este método no sólo ha incrementado la irresponsabilidad en la sociedad y ha elevado los contagios, también ha sido motivo de discordia y polémica entre gobernadores y miembros de la Secretaría de Salud.
Algunas cabezas de ejecutivos estatales han mostrado su inconformidad con la forma en la que el subsecretario López Gatell define los parámetros para un cambio de color y han declarado su molestia ante los señalamientos recibidos por el funcionario en conferencia de prensa. Esta circunstancia deja de manifiesto la mala estrategia comunicativa del semáforo no sólo en la relación Estado-sociedad, también en el vínculo entre federación e instituciones estatales.
El gobierno debe de hacer una mejor labor de comunicación social en una coyuntura tan compleja. La falta de información ha generado una amplia irresponsabilidad ciudadana que afecta a los más vulnerables y al personal sanitario. De permanecer estas tendencias nuevos confinamientos serán necesarios para controlar brotes y se harán mucho más profundas las terribles consecuencias económicas. La población debe comprender su rol, y entender que toda acción de prevención es un acto solidario para evitar el sufrimiento de los más expuestos; toda acción para combatir la pandemia tiene que ser tomada para cuidarnos entre todos y evitar la saturación hospitalaria. Está en nuestras manos controlar esta situación y aunque la empatía y unidad es vital, el liderazgo y la información del gobierno será la guía para salir adelante. La responsabilidad es de todos.