Las manos de mujeres y hombres de Toluca le dan vida, color y forma a una rica artesanía forjada a través de los años, el dulce del alfeñique, como representación viva de las tradiciones de nuestra familia.
Durante el meses de octubre y principios de noviembre, nuestros emblemáticos portales son el espacio que alberga a la Feria del Alfeñique, máxima expresión cultural que asumimos como patrimonio de los toluqueños, porque da sentido y pertenencia a la vida de nuestro pueblo.
El valor ancestral de nuestras tradiciones, la concepción de la vida y de la muerte, elementos inherentes al hombre, quedan representados en hermosas figuras, en artesanías llenas de color y de sabor, que confirman que la belleza de nuestra historia es la grandeza de nuestra gente.
La Feria del Alfeñique es el producto del esfuerzo de nuestras familias, es la demostración de amor de nuestra gente por mantener viva la alegría y el cariño de lo que como toluqueños nos define.
Nuestra feria es un símbolo de unión familiar, de voluntad por construir un municipio próspero, alegre, trabajador, y que en este testimonio escrito recoge una tradición que vincula a nuestro pasado con la modernidad de nuestro presente.
Asimismo se puede saborear la magia que encierra el alfeñique, la visión de un pueblo amante del arte, depositario de la maravilla de la historia y heredero da la grandeza humana, y así ofrecer a las nuevas generaciones de toluqueños cultivar con amor y con profundo cariño los tesoros grandes que tiene un pueblo: valores, sus raíces y su esencia.
Corría el año de 1630 en la Nueva España. En un poblado de mayoría indígena, cerca del volcán Xinantécatl, empezaban a desarrollarse actividades agrícolas y comerciales impulsadas por los españoles que llegaban y que, poco a poco integrarían una sociedad mestiza y criolla. La moral católica dominaba y convivía, aunque con franca desconfianza, con las creencias y costumbres de las culturas indígenas, lo que se reflejaba hasta en la alimentación. Paulatinamente se introdujeron productos, recetas y formas de preparar postres y dulces que venían de España, los cuales se enriquecían con los usos y la cosmovisión locales.
En ese año, cuenta la leyenda, un hombre dirigió una carta a la Corona española solicitando permiso para elaborar un dulce hecho de azúcar, huevo y un ingrediente propio de la región, así como la licencia para poder venderlo en la Calle Real del lugar donde vivía. El hombre se llamaba Francisco de la Rosa, la Calle Real era lo que hoy se conoce como Independencia, en la ciudad de Toluca, y el dulce era el alfeñique.
Se iniciaba con ello la muy tradición toluqueña de la manufactura de figuras de azúcar, con motivo del Día de Muertos, que se ha trasmitido de padres a hijos por generaciones hasta nuestros días.
La celebración de la muerte a través del alfeñique, síntesis de las culturas indígena, española y mudéjar; se convierte en juego que se transforma en dulce: se le sonríe, se le modela, se le ponen de monje, de dama elegante, se le encierra en pequeños féretros de donde sale sonriente y nos saluda, se convierte en borreguitos de enormes cuernos o en pequeños caballitos que, elegantes, parecen volar, por su fragilidad, al mas allá.
Son figuras con motivo de la muerte, pero que van más lejos. En su conjunto semejan legiones que más parecen acompañar en el trayecto de la vida. Se les observa en familia, se les sonríe, los niños juegan con ellas como si fueran un regalo navideño y los adultos las llevan para adornar las ofrendas o como regalo a los amigos.
Como producto urbano, el alfeñique se ha quedado en las ciudades pero completa el festejo de las celebraciones de muertos en las zonas rurales. Sintetiza tiempos, culturas, vida y muerte; convierte lo trágico en regocijo y lo dramático en fiesta. No niega a la muerte, la celebra, la enfrenta y la traduce en formas nobles a las que todos pueden acercarse.
El alfeñique, la mayor expresión del arte en azúcar, convive con otros productos tradicionales, como la calavera de azúcar o vaciado, la pepita o el amaranto, y se ha constituido en un elemento de identidad de Toluca, de ahí la importancia de preservarlo y difundirlo.
El alfeñique es un dulce histórico. Portador de conocimientos y tradiciones indígenas, españolas y árabes, es una imagen del sincretismo característico de la cultura mexicana. Su historia es la suma de los aspectos culturales y sociales que se transforman en el tiempo. Así, a través de sus sabores, colores y olores, el alfeñique evoca nuestro pasado cultural pero mantiene su originalidad en el presente.
Como muchos dulces mexicanos, el alfeñique es un dulce exclusivo y regional, ya que su elaboración requiere de conocimientos y prácticas que no se encuentran en cualquier recetario. Además del tiempo y la dedicación que cualquier artesano que lo produce debe consagrarle. El proceso de elaboración, la singularidad de las piezas y su dulce sabor han hecho del alfeñique un arte popular que cualquier experto no puede parar de admirar.
Cabe mencionar en este espacio a una verdadera artesana en este oficio que desde hace varios años vende en la Feria del Alfeñique en los Portales de Toluca nos referimos a la señora Conchita Romero, mujer que cumple con todos los requisitos que el nacimiento de una estatuilla de alfeñique exige. Para trabajar y elaborar sus piezas, ha reservado en su casa una habitación que utiliza exclusivamente para este dulce oficio.
En su taller, Doña Conchita relata de donde viene su habilidad para la producción del alfeñique: “Yo lo aprendí de mi madre quien lo aprendió de mi abuela, que a su vez lo aprendió de mi bisabuelo” Podemos ver que es un oficio de origen generacional tratando de reconstruir el árbol genealógico familiar, se percibe que esta tradición ha perdurado por más de cien años en su familia. Y nos describe entusiasmadamente su manera centenaria de hacer el alfeñique.
ELABORACION DE LA MASA:
Pocos ingredientes: azúcar glass cernida, clara de huevo y chaucle es lo que se necesita para hacer la masa principal. El chaucle o chiautle es la raíz del pápalo quelite. Para prepararlo, el bulbo crudo, que es muy duro, se rebana en rodajas muy finas y se deja secar, para finalmente molerlo a mano.
Doña Conchita tiene una lata llena que le dejo su mama. Mezcla todos los ingredientes de acuerdo a proporciones que le cuesta trabajo darnos, ya que la practica ha hecho que pierda noción de las medidas: una cucharada de chautle por media taza de clara de huevo y de dos a tres kilos de azúcar: La pasta debe adquirir una cierta consistencia que se obtiene al amasarla adicionando constantemente azúcar glass.
Una vez preparada, se conserva cubriéndola con un trapo húmedo y un pedazo de plástico, para evitar que se seque. El trapo y el plástico son ahora remplazo de la hoja de calabaza que se usaba antes para la conservación de la masa. Se deja reposar un día
CONFECCION DE FIGURAS:
Una vez lista la masa se utilizan varios instrumentos para hacer las figuras. El rodillo se usa primero, para aplanarla (palotearla) hasta que quede como una tortilla.
Ya aplanada, la masa se coloca sobre el molde de barro que dará forma al alfeñique. La pieza entera se hace a partir de los dos contrarios de un mismo molde con figura de animal. Toma las dos mitades del molde y las cubre con la masa de dulce apenas aplanada. Tiene borregos, venados, jirafas, gallinas, caballos, jarros, sombrillas y toros.
Con la charrasca (pequeña navaja de acero), doña Conchita define bien los bordes de cada mitad para así embonen perfectamente cuando estén secos (un día después).
Al secar, se remueve fácilmente el molde de la masa y se pegan con clara de huevo y un poco de limón.
DECORACIÓN:
El cuerpo solidificado se coloca en un parador, que es un trozo de madera especial para ponerle las patas a los animales; este paso se realiza en dos etapas: primero se pega un sostén y después las patas, medidas con cuidado para que no cojee la figura. Para algunos caballos, borregos, la cabeza es una pieza aparte y se debe moldear y pegar simultáneamente. Obtener el cuerpo completo requiere de la menos tres días o cuatro, dependiendo del tamaño de la pieza. Posteriormente se colocan los ojos (semillas), cuernos, cola.
La decoración o enchinado se hace al final, con betún (clara de huevo con azúcar y colorantes vegetales). El artesano aprovecha sus cualidades artísticas y decora de acuerdo a sus gustos, con el pincel o un palillo. El enchinado hace que cada pieza obtenga singularidad y valor.
Doña Conchita nos dice lo importante que es hacer el alfeñique para ella: “Me gusta hacer el alfeñique para conservar la tradición. Pero para trabajar debo de sentir alegría y satisfacción; si estoy triste, los animales salen llorando”. Menciona algunas de las dificultades que encuentra, como es que el alfeñique tiene mucha competencia con las calaveras de chocolate y los ataúdes de azúcar en las celebraciones de Día de Muertos, así como lo difícil que es encontrar lugares adecuados para exponer y vender sus piezas, las cuales son muy sensibles a la intemperie.
Por último nos habla de los problemas que tiene que para hacer entender a algunos de sus clientes el gran valor de cada pieza que elabora. El alfeñique es mucho más que azúcar y huevo o una simple decoración en la ofrenda de muertos. Por el tiempo, trabajo y dedicación que necesitan, cada una de estas figuras en un monumento a la creatividad del mexicano.
El arte de la Fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros. En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiosas en México, con sus colores violentos, agrios y puros, sus danzas, ceremonias, fuegos de artificio, trajes insólitos y la inagotable cascada de sorpresas de los frutos, dulces y objetos que se venden esos días en plazas y mercados.
Octavio Paz.
La muerte espera al más valiente, al más rico, al más bello. Pero los iguala al más cobarde, al más pobre, al más feo, no en el simple hecho de morir, ni siquiera en la conciencia de la muerte, sino en la ignorancia de la muerte.
Sabemos que un día vendrá, pero nunca sabemos lo que es.
Carlos Fuentes.
UNA HISTORIA DE LA FERIA:
Hoy la Feria del Alfeñique es un espacio donde los artesanos pueden exponer el resultado de su creatividad. Las orgullosas figuras de borregos de colores claros con chispitas blancas en sus lomos son tan atractivas y simpáticas que ojos novatos y expertos no las pueden ignorar. Aunque hoy su presencia es gozada por los niños inquietos que se creen en un cielo de dulce y golosina, el alfeñique no siempre fue tan popular.
En la Toluca vieja, los artesanos del alfeñique estaban distribuidos por diversas partes de la ciudad. El taller, por lo general, era un cuarto acondicionado como tal en sus viviendas, igual que hoy, y sus creaciones se exhibían mesitas de madera.
En un principio su clientela se limitaba al vecindario. Los artesanos elaboraban sus piezas en los tiempos libres que les permitía su trabajo de sustento. Como el dulce de azúcar de alfeñique se demandaba solo durante un breve tiempo, nadie podía vivir nada más de este oficio. Aun ahora, el alfeñique es una artesanía temporal que se consume únicamente durante de tres a cuatro semanas al año.
Conforme fue creciendo, tanto la producción como la demanda del alfeñique, los productores empezaron a instalarse en los Portales con puestitos muy variables. El que producía mucho tenía más espacio y el que menos, traía un cajón adentro del cual exhibía sus piezas.
Por la naturaleza del dulce, que es susceptible a la intemperie, y por intervenciones del gobierno para controlar el comercio ambulante, los artesanos se unieron para ganarse un derecho de piso bajo la sombra de los Portales.
Más allá de la función primordial de ofrenda que tenía originalmente el alfeñique, al establecer como comercio fijo durante la temporada de difuntos, su diseño fantástico e ingenioso atrajo al turismo.
Con el orden impuesto, colocando a cada artesano detrás de un estante y bajo un arco, la exposición se convirtió en feria. Las primeras ferias del alfeñique atrajeron la atención de tal manera, que embajadores de otros países en México recorrían los puestos de la creatividad de los toluqueños.
La feria es también una celebración a la muerte. La muerte en azúcar con decoraciones multicolores que atrapan la atención de admiradores maduros. La muerte en chocolate que devoran los niños de mandíbula a cráneo. La muerte, por todos lados supervisa las almas que le pertenecerán alguna noche.
Adentro de los Portales, las personas caminan unas tras otras hasta que se detienen para atender su curiosidad. La mano de una niña se extiende para señalar a una calavera, una señora se ajusta los lentes para mejor mirar los detalles de una figura de alfeñique, el dinero conecta a dos manos desconocidas, los ojos de una enamorada admiran la caja de muerto que dice “juntos hasta la muerte” y aprieta la mano de su pareja. Las familias se asombran, los viejos sonríen, los niños piden más dulces de alfeñique.
Afuera de los Portales, los músicos pulen el aire con canciones de viento; artistas rentan unos cuadros para enunciar sus talentos cómicos, y la gente sigue avanzando para investigar quiénes son estos personajes de la calle para después admitirlos con una sonrisa de dientes blancos como la de las calaveras de azúcar que compraron.
La Feria del Alfeñique congrega a todos sin distinción para encontrarse con artesanos y artistas que mantienen una tradición toluqueña viva y notable. La feria es para reconocer el largo viaje del alfeñique por la historia hasta llegar a nuestra ciudad; para convivir en una atmosfera de familia; para recordar a los muertos mientras los vivos se ríen y se rozan. En fin, para conocer un poco más de Toluca, cuya historia se aleja gradualmente de nuestra memoria.
La muerte calaca y flaca no engorda por más que empaca.
Calavera de azúcar:
“Ándale, joven, llévese su calaverita, aquí le ponemos su nombre en la frente… para su novia, para su jefe, para su maestra, pa´la señora o pa´la suegra…a ver, a ver, para quien más quiere o pa´quien quiera que se la vaya al panteón… o para su ofrenda”.
Así ofrece el artesano, desde su puesto en la Feria del Alfeñique de Toluca, las calaveras de azúcar, tan tradicionales en vísperas de las fiestas de muertos.
Para el visitante es imposible dejar de escuchar esta plegaria de venta imposible dejar de observar la fiesta multicolor en que se ha convertido este festival de calaveras blanquísimas, pálidas como venidas de otro mundo y adornadas como para irse de fiesta.
Las hay decoradas como catrinas con sus sombreros inmensos, las hay como novias listas para ir a la boda, las tricolores como nuestra bandera, las hay vestidas de azul o con un velo que les cubre su belleza mortuoria, las decoradas de negro como la viuda negra o la llorona, las hay de ojos azules, amarillos, rosas, negros, las hay decoradas multicolores como dioses aztecas o mayas, las hay con bigotes o ralitas de pelo. Las hay también monumentales, las hay pequeñitas, o medianas, las hay decoradas o sin decorar, las hay para que se las lleve uno a casa y termine dándole “el toque personal”, con un poquito de azúcar glass y color vegetal. Las hay de tantas maneras, que ninguna parece igual a otra.
La calavera de azúcar se ha constituido en un elemento imprescindible para la ofrenda de muertos y que además decora casas, oficinas, iglesia e incluso tableros de coches. Muchas veces sirve hasta para hacer bromas o mandar una dedicatoria de amor.
La calavera de azúcar es un juego que guarda en secreto un dialogo con la muerte. “Yo a ti te moldeo, te digo cuando y como me llevas, porque tu no me llevas, porque nunca me he ido y si me voy vuelvo, y si me voy pues ya veremos cuando pero de que vuelvo, vuelvo”, parece decir quien la observa y agrega, “y como ves, hasta te decoro y me burlo de ti o me rio contigo”.
Con la muerte los mexicanos no nos aterran, nos dan gozo como si fuera vida. “Como me veré cuando me lleve la flaca?”, parece preguntarse el observador, pero la gente contenta se lleva su calavera.
Su elaboración al vaciado de azúcar:
Detrás de cada una de las calaveras se encuentran meses de paciente trabajo y tradiciones familiares de quienes las elaboran y que se remontan, varias veces, a más de cien años. Don Jorge Sánchez Casas, médico de profesión, queriendo preservar la tradición de las calaveras de azúcar, hace un alto en su carrera para darse el tiempo de elaborarlas durante los meses de junio y julio.
“Quiero conservar la enseñanza que me dio mi padre, Albino Sánchez Ibarra, quien a su vez la aprendió de su padre, mi abuelo Mónico. Para mí es un placer elaborarlas y que mi esposa e hija las decoren para ser exhibidas y vendidas en los primeros días de octubre en mi puesto de los Portales de Toluca”.
Don Jorge muestra los utensilios que emplea: cazos de cobre que lucen impecables, palas de madera grande y chica, “hecha a la medida de lo que se necesita”, moldes de distintos tamaños aprisionados por ligas, y escurrideras y charolas en donde se colocan las calaveras para su secado final.
Existen varias técnicas para su elaboración. La utilizada por don Jorge es la del vaciado; se llama así porque una vez preparada la mezcla, esta se vierte en los moldes y se deja enfriar para obtener la figura.
Pero vayamos desde el principio.
Primero se coloca en un cazo de cobre azúcar, agua y crémor tártaro, que sirve para darle consistencia a la mezcla, y se somete a una temperatura aproximada de 180° C para obtener una jarabe con una consistencia de bola blanda (llamada así porque al tomar una porción de esa mezcla caliente e introducir los dedos en agua fría se forma una pelotita de pasta suave); en seguida se vierte en otro cazo y se bate con una cuchara de madera observándose un cambio de consistencia al irse enfriando y pasar de ser transparente a un color opaco y granuloso, entonces esta lista para vaciarse (de ahí el nombre de vaciado) en los moldes de barro limpios y húmedos, los cuales se llenan al ras.
La mezcla más cercana al barro se va enfriando (en alrededor de veinte minutos) y con una palita (esa es la técnica de don Jorge) golpea en el centro del líquido vertido para verificar hasta donde llega la onda que se provoca, y si no llega al borde del molde entonces está listo para que el contenido, que aún se mantiene líquido y caliente, se vierta en otros moldes pequeños, en donde se repite el proceso y se deja sobre los escurrideras para que se seque y se vacié la mezcla sobrante. Una vez que se enfría, se quita la liga y se desmolda y ya está. ¡La calavera blanca y sonriente se nos aparece!, para ser decorada con azúcar glass y papel de estaño de colores.
En la decoración entra en juego la creatividad e inspiración de quien la hace. La esposa de don Jorge, quien las decora, revela que “como en el cuento del canastero, en cada calavera se pone un pedazo de corazón”.
La calavera esta lista y una vez decorada se empaqueta y guarda durante algunas semanas antes de poder admirarla en el puesto recién remodelado del señor Sánchez.
Alexander Nemer Naime Libién
Historias de Toluca:
Sucesos en Toluca y Metepec
Porfirio Díaz en Toluca
Con motivo del cincuentenario de la muerte del C. Porfirio Díaz en la ciudad de París y de las alusiones de algunos periódicos de la capital del país, de que si es o no conveniente traer los restos del caudillo para darles sepultura en su tierra natal, Oaxaca, es por ello que nos permitimos hacer un relato, aunque sea breve, de la llegada del señor expresidente a esta ciudad en los tiempos que dirigía los destinos del Estado de México, un hombre a carta cabal amante a todas luces del progreso de nuestro Estado; el General José Vicente Villada Perea. (1843-1904).
Como lo comentan los cronistas de entonces, desde mediados del mes de septiembre del año de 1897, ofreció el Presidente de la República al señor gobernador del Estado, venir a visitar las nuevas mejoras materiales así como inaugurar la instalación del agua y el nuevo alumbrado eléctrico, el Hospital General, la Cárcel, Instituto Normal para señoritas (que estuvo por muchos años ubicado en el Convento del Carmen); como la visita del señor presidente debería revestir un carácter enteramente privado y amistoso deseaba se le recibiera sin pompa de ninguna índole.
Como los lectores comprenderán, ese deseo del señor Presidente no se podía satisfacerse en lo absoluto, ya que ni las autoridades ni el comercio, ni las distintas clases sociales de la ciudad de Toluca, podían dejar de participar en tan magno acontecimiento. Así que empezaron a circular en el mes de octubre de ese mismo año, profusas invitaciones suscritas por el gobierno del Estado, por las fabricas “La Industria Nacional”, “La Compañía Cervecera Toluca-Mexico” (Graff), la “Empresa del Ferrocarril a Tenango” (Henkel) a cooperar al recibimiento del mandatario.
En efecto, toda la ciudad estaba engalanada por arcos triunfales con alusiones a la adhesión unánime del pueblo, los balcones y puertas de las casas -sobre todo las de la Avenida de la Independencia- ostentaban colgados farolitos de multiples colores, que daban a la población un aspecto realmente feérico (aspecto realmente relacionado a las hadas). Se lo pueden imaginar?
El día 30 de octubre de 1897, temprano en una fría mañana toluqueña, llego por fin el tren presidencial el tren presidencial a la estación y fue recibido el señor presidente Porfirio Díaz, por todas las autoridades de esta ciudad así como por una comisión del comercio y la industria y por los delegados seleccionados entre los más conspicuos (que se goza de gran prestigio) ciudadanos de la colonia española de la población encabezada por don Víctor Sola y Vives.
El recorrido desde la estación de tren hasta el Palacio de Gobierno a través de la Avenida Independencia, fue toda una apoteosis (momento culminante y triunfal de una cosa, en especial, parte final brillante y muy impresionante de un espectáculo u otro acto). El señor General don Porfirio Díaz se alojó en el mismo Palacio de Gobierno donde residía el señor Gobernador del Estado.
Al medio día y como estaba previsto, se verifico un banquete preparado por la colonia española residente en nuestra ciudad de Toluca, en la casa del señor Víctor Sola y Vives (este personaje emparento con la familia Ferrat); ubicada en la esquina de Independencia y Aldama en donde actualmente se encuentra ubicada la farmacia de los Garduño (otrora Benavides).
En relación a lo anterior, lo que resultó ser un verdadero espectáculo digno de los cuentos de las Mil y una Noches, fue el festival; así con mayúscula; que tuvo lugar en la noche de este mismo día en la Alameda, conocida tiempo más tarde como “Parque Cuauhtémoc”. En ese lugar y en la noche apacible del otoño, se dio cita lo más granado de la sociedad en el que brillo la elegancia en el vestir de las damas y señoritas de aquellos años en que la educación y las buenas maneras eran proverbiales.
Para penetrar la crónica... pasamos bajo un Arco Azteca que ornamentan jeroglíficos, grecas caprichosas como aquellas que bordaban sus arcos triunfales esa raza poderosa. Todo el decorado de este arco fue diseñado por el señor Juan de Dios Fernández, así como muchos otros pabellones del festival.
En verdad que todo era grandioso, maravilloso, con luces en abundancia, con fantásticas combinaciones de cintas, chorros de agua de la fuente del centro de la glorieta.
No había detalle que llamara la atención de la concurrencia; el Pabellón de Comercio, el Pabellón de las Flores, el Pabellón Morisco, el Pabellón de Dulcería y Pastelería, el Palacio de la Cervecería, el Teatro del Festival, el Pabellón de Confeti, etc… etc… todo inspiraba entusiasmo, regocijo, alegría y placer.
El señor presidente llegó a las 9:50 horas del brazo de la señorita Guadalupe Villada, retirándose a la media noche y aun a las dos de la mañana se notaba una gran animación a los acordes armoniosos de las músicas dirigidas por el señor D. Gregorio Bernal por la banda del Estado y por el señor profesor D. Encarnación Payen por el Estado Mayor.
En el Café-Teatro del festival, 24 mesas estaban listas para atender a las familias que, al calor de suculentas bebidas asistían a los distintos espectáculos que se les ofrecían. Don números que llamaron la atención de los espectadores y que fueron sumamente aplaudidos fueron los presentados por la señorita Enriqueta Ammann quien ejecuto un soberbio acto de prestidigitación (conjunto de trucos y habilidades con los que se hacen juegos de manos y cosas sorprendentes y extraordinarias como hacer aparecer y desaparecer objetos y personas, descubrir cosas ocultas, etc.); y la niña Isabel Moreno Flores que por cariño era conocida por “Mebilli”, que recito magistralmente un monologo y que valió calurosos aplausos.
Todos los puestos que arriba mencionamos estuvieron atendidos por lo más granado de las señoras y señoritas de nuestra mejor sociedad de entonces…
Ramón Pérez…