Los rasgos de la sociedad contemporánea dan cuenta de las dificultades que representa definir un modelo social efectivo que cumpla las expectativas de los sujetos, su desarrollo individual y colectivo, de manera integral en los diferentes ámbitos que componen esta compleja estructura.
La personalidad social se constituye por la combinación de los roles que una persona desarrolla en los diferentes ámbitos o escenarios en los que se encuentra. Roles que en sí mismos, significan el papel que esa persona desempeña dentro de la sociedad; mismos que suponen una actitud o comportamiento típico, que prácticamente, se le exige como requisito mínimo para formar parte del grupo al que pertenece, o en su defecto, que resulta simbólicamente importante para su entorno.
La educación, básicamente, cumple una función social: el aprendizaje de roles y la ampliación de estereotipos. Ahora bien, continuamente escuchamos que las nuevas generaciones no cumplen con sus roles o que los “nuevos roles” no representan los valores y normas que una buena sociedad demanda, incluso cuando las dos estructuras más fuertes, familia (en sus diferentes composiciones) y escuela, permanecen a pesar de las adversidades del medio.
Sucede pues que, a lo largo de muchas generaciones esas expectativas de una sociedad encumbrada en las buenas costumbres, valores y la tradición, así como la búsqueda de un entorno donde todos los agentes sociales converjan hacia un mismo destino, y, además, que ese destino sea promisorio, no se ha podido consolidar. Dado lo anterior, entonces deberíamos preguntarnos, ¿por qué cada generación piensa que la forma de vida con la que creció es la mejor y desvaloriza a las nuevas generaciones y su cambiante concepción del mundo?
Esta percepción sin duda supone que nuestros abuelos, nuestros padres e incluso nosotros mismos lo hemos hecho mejor, y ¿entonces por qué no ha funcionado?, por el contrario, cada vez más, percibimos una descomposición social que nos lleva a un abismo de vacilaciones y desesperanza.
Siendo las cosas así, diríamos que la predisposición y la asignación de roles sociales, no son exactamente la clave para la construcción de una mejor sociedad; incluso que las cosas han sido inestables siempre por una dinámica compleja de comunidad, o en el mejor de los casos, que no se han podido solucionar por fenómenos externos a la socialización. Lo que si podríamos decir es que, las libertades y facultades que los individuos han ido ganando, y que trasforman la realidad, a pesar de las singularidades y excentricidades con las que se definen, abonan a la constante solidificación y empoderamiento de grupos y personas con una voz diferente y un aire de cambio en favor de nuevas formas de sociedad; pero que ciertamente, continúan encontrando su respaldo en las dos estructuras primarias vigentes. No somos los que fuimos, pero es seguro que nuestra principal expectativa es la de alcanzar la felicidad en tiempos tan llenos de incertidumbre.