Hoy hablaremos del apellido Arratia, que apareció en Toluca desde la primera mitad del siglo XVII, originándose precisamente, en la merindad de Arratia, pequeña población que quedo en el reino de Navarra.
Los vizcaínos o vascos, gentes laboriosas que vinieron a la Nueva España a ejercer oficios manuales y a dedicarse a la agricultura, constituyeron en la Villa de Toluca una capa social numerosa que perdura todavía, ya que cuantos llevan el apellido Arratia dejaron numerosos descendientes que asociaron su apellido al de González.
Del tronco castizo de los González Arratia entre nosotros los toluqueños, el más visible fue José María, quien nació en esta ciudad el día 31 de octubre de 1783, según el acento parroquial, cuyo texto es el siguiente:
“En esta parroquia de Toluca, el primero de noviembre de 1783 (Venia Parrochi) baptize solemnemente y puse los santos óleos a un niño de un día de nacido a quien puse el nombre de José María Nemesio, español, hijo legítimo, de legitimo matrimonio de José María González Arratia y de Catarina Ortiz, cuyos abuelos paternos son Sebastián González de Arratia y María Lara; los maternos se ignoran, todos originarios y vecinos de esta ciudad, siendo sus padrinos José González y María González, del mismo origen y vecindad, a quienes hice cargo de su obligación y espiritual parentesco y lo firme; Fr. Mariano Saldaña-rúbrica Fr. Cayetano de Piña-rúbrica”.
Como se ve José María González Arratia es un toluqueño cien por ciento, por todos los costados, lo que determino tal vez la vocación a la que fue fiel toda su vida.
Seguramente pocas ciudades en nuestro país han tenido la fortuna de contar con la personalidad de un hombre que, por el puro amor a la ciudad puso todo su esfuerzo para que se transformara el rostro que caracterizo a Toluca desde que Hernán Cortés decidió, como señor que fue de ella conceder solares, sin duda mediante el pago de un censo a los que quisieron asentarse en ella después de 1528.
Antes de la existencia de González Arratia, Toluca, con el pretencioso título de ciudad que comenzó a usar, desde el año de 1656; la población tenía un aspecto ingrato. Mas que una Villa o ciudad, Toluca parecía un aduar, donde residían; tocineros, curtidores, obrajeros de paños, cereros, comerciantes y también agricultores que, sin ser dueños de las fincas ubicadas en el contorno, sino simplemente arrendatarios o censatarios, carecían de fortuna para construir edificaciones como los que ostento desde el principio la otra Villa propiedad de Hernán Cortés, llamada Antequera o Oaxaca.
Por lo anterior, las que conocieron como calles quienes se avecindaron o nacieron en Toluca en la séptima década del siglo antepasado, eran obscuros callejones, más parecidos a caminos por donde transitaban las recuas que, calles verdaderas de una Villa o ciudad. Con excepción de la calle mas antigua que por antonomasia se llamaba Real y que servía de acceso a quienes procedían de la ciudad de México o también de Valladolid, las otras rúas o calles no estaban ni siquiera empedradas, de manera que con la lluvia (4 a 5 meses al año) se convertían en verdaderos barrizales.
La actividad comercial de quienes se asentaron en la Villa de Toluca, por alguna razón les impedía dar a sus mansiones el aspecto de palacios que tuvieron algunas de las casas y edificios de la Villa de Antequera. Por el contrario, las personas laboriosas asentadas en Toluca se conformaban con construir casas de adobe en el interior de los grandes corralones, muchas de ellas con techos de tejamanil. Otros, en las calles que se iban conformando dentro del cuadro de las 600 varas legales que correspondían a todos los asentamientos coloniales, procuraban, los que tenían mayor fortuna como los Rodríguez Magallanes, Gómez Maya, Mejía de Lagos, Gómez de Estrada, cubrirlas con telas de ruana y alfombras.
Se tiene conocimiento en testimonios, que algunos de los vecinos mas ricos en el interior de sus casas, disponían de pinturas de santos, en gran número, de vajillas chinas, de instrumentos musicales; pero la mayoría vivía con gran austeridad, que también se reflejaba en el exterior, quizá porque los franciscanos fueron siempre partidarios de sostener el voto de pobreza al que estaban obligados.
Durante todo el siglo XVI la Villa de Toluca tuvo dos puntos de referencia: el Convento de la Purísima Concepción de Franciscanos y el rio Verdiguel, que atravesaba la población de poniente a oriente y en el cual desembocaban las aguas negras que llevaban los desperdicios de las curtidurías y de las fábricas de jabón no menos que los letales desperdicios de las zahurdas, ya que todos los vecinos procuraban obtener ingresos con la cría de cerdos y con la fabricación tradicional y famosa de embutidos y de carnes frías de cerdo.
Cuando se proclamó la Constitución de Cádiz en el año de 1814, don José María González Arratia, se encontraba en plena madurez. Casi sin salir de la ciudad donde había nacido se había forjado un caudal modesto de bienes terrenales y de basta cultura; de niño, sin ser miserable había tenido que vivir las privaciones de una persona pobre de la clase media. Sus conocimientos constituían un bagaje importante para la época; los había reunido como autodidacta sin salir de Toluca. En su niñez, aquí en nuestra Toluca, obtuvo su primer trabajo como escribiente en la Colecturía de Diezmos que estuvo situada junto a la iglesia de nuestra señora de La Merced, en la casa de la esquina de la actual calle de Pedro Ascencio y la Avenida Morelos.
La Constitución del primer ayuntamiento de la ciudad en los albores de lo que seria la Independencia Nacional le permitió poner el mayor entusiasmo para transformar la ciudad, dotándola de edificios que la hicieron menos austera y mas grata para quienes vivían en ella. Toluca, mejorando su caudal con el cultivo del campo, al frente de la antigua Hacienda de la Pila, José María, puso parte de su fortuna para impulsar, junto con el Corregidor el empedrado de algunas calles y la construcción por lo menos del puente que permitía el paso hacia la iglesia de El Carmen desde la calle Real, como lo atestiguaba la lapida que por muchos años estuvo empotrada en el costado de una gasolinera que hubo en la actual calle de Riva Palacio y Avenida Independencia, atrás de la famosa casa de los Barbabosa.
A Toluca le faltaba teatros decorosos, pues el que existió en la antigua calle del Coliseo viejo y que originalmente se llamo Teatro de Suarez y años mas tarde de Gorostiza, era un incómodo jacalón sin ninguna armonía, que diera apariencia de un teatro, aunque mantuviera la arcada que se puede suponer tenia en Madrid el famoso Corral de la Pacheca.
A iniciativa de González Arratia, en el costado sur de la antigua Plazuela de Alva, hoy jardín Zaragoza, en el lugar en que se encuentra el edificio de la conocida escuela Tierra y Libertad, González Arratia, sin animo de lucro y con el único propósito de darle a la ciudad un lugar de recreación docente, construyo de su peculio (conjunto de dinero propio), el Teatro de Alva que sustituyo al viejo Coliseo. Comentamos que la inversión que José María González Arratia hizo en el nuevo teatro fue de 18,000.00 pesos, suma que para ese entonces era muy fuerte, nunca la recupero, pero no le produjo ningún desanimo porqué lo hacía con el único anhelo de mejorar el aspecto de la ciudad.
Por lo anterior, en 1833, cuando el Instituto Literario fue restablecido en Toluca, después de haber sido fundado y clausurado en San Agustín de las Cuevas (Tlalpan), el gobernador Lorenzo de Zavala, personaje de luces y sombras en la historia de México, decidió encargar la dirección del plantel a González Arratia, ya en estos momentos, un ciudadano distinguido y miembro prominente de la sociedad en Toluca, impulsando la obra material y moral del viejo Instituto, que por muchos años no merecía recibir el nombre de colegio, porque el destino original del edificio, de ninguna manera podría llenar las condiciones que requiere un plantel al que deberían acudir jóvenes ansiosos de contribuir mediante el estudio a la construcción de la nación mexicana.
Toluca siempre tuvo dificultad, aunque parezca increíble para disponer de agua potable, fue precisamente González Arratia el principal promotor de la introducción de dicho servicio para los habitantes de la ciudad.
Citamos que la cañería que 20 años antes con la cooperación de los vecinos y recogiendo los pilones de las tiendas y carnicerías había construido don Nicolás Gutiérrez, ya no presentaba ninguna utilidad, porque el vecindario carecía de agua para beber y para su aseo. Hay testimonios que, hasta muy noche, los vecinos esperaban haciendo fila para surtirse de agua en las fuentes de la que se llamo Plaza de Armas en la fuente del Moro y de la Mulita. González Arratia y doña Micaela Monroy viuda de Cruz, condolidos de sus vecinos pusieron las cañerías que hasta 1885 aun existían, trayendo el agua de la Hacienda del señor Arratia y, a cambio de una merced de agua para sus casas, establecieron otras cinco fuentes públicas en la extensión que hay desde la calle del Chapitel hasta la casa del Juego de Pelota.
Quien no recuerda que fue don José María González Arratia el promotor de la construcción de nuestra clásica Alameda (donde se plantaron ochocientos fresnos), que ha sufrido diversas modificaciones, (la ultima hecha por la licenciada Martha Hilda González Calderón); pero que represento el racional empeño de darle a la ciudad un espacio verde que le era indispensable, como le son indispensables en la actualidad, para mantener el equilibrio ecológico.
Otro espacio de recreación para los toluqueños fue el Teatro Principal, estuvo situado en el mismo predio en que se edifico posteriormente el Hotel Rex, contando también con unos baños de vapor modernos y con un hotel que las generaciones pasadas conocieron bien, quizá sin el esplendor que tuvo en su inauguración y se llamó Hotel Gran Sociedad.
Así mismo el sector mas vulnerable de los habitantes de Toluca, supo de González Arratia de su caridad porque asumió la responsabilidad de sostener casi totalmente el Hospital de San Juan de Dios de Toluca, estando escrito de su puño y letra el reglamento de este establecimiento.
Lo mas digno de recordarse, que ha sido muchas veces soslayado es el esfuerzo que puso para contribuir a la defensa del país cuando los norteamericanos lo invadieron. El gobernador don Francisco Modesto de Olaguíbel le encomendó que presidiera la junta de propietarios encargados de proporcionar fondos para el desnudo batallón de toluqueños que combatió heroicamente en el Molino del Rey bajo las ordenes de Nicolás Bravo. También el gobernador don Mariano Riva Palacio tuvo en González Arratia el mejor auxiliar para los esfuerzos progresistas que caracterizaron su gobierno. Al esfuerzo de este insigne toluqueño cuyo nombre nunca debemos olvidar, se debe que el ayuntamiento de Toluca haya contado con ingresos que le proporcionaron algunos de los locales que se construyeron en lo que fue el cementerio del Convento de San Francisco que sin presentar ninguna utilidad solo servía de basurero y de almacén de inmundicias.
A moción de González Arratia en torno del antiguo cementerio, no ocupado por los Portales, se construyeron anexos, que llamaron cantinas y que no fueron sino pequeñas accesorias en que se situaron algunos comercios que fueron el pie para que hicieran fortuna quienes en Toluca tenían profesión y vocación para las actividades mercantiles.
Muchos fueron los descendientes de José María González Arratia, algunos figuraron en la vida publica nacional en forma destacada, como el ingeniero Jesús Fuentes y Muñiz, otra distinguida descendiente como bisnieta del tronco ilustre González Arratia fue la conocida dama Isabel Negrete de Gutiérrez Dosal; así como el arquitecto Jesús Castañeda Arratia, cronista de la Facultad Arquitectura y Diseño de nuestra alma mater UAEMéx; y otros que permanecieron en el anonimato.
Siempre se ha recordado que lo mas característico de la obra de don José María Gonzales Arratia fue la construcción de nuestros emblemáticos y referentes Portales de Toluca.
Queda el anhelo de que haya hombres que quieran y amen a Toluca y que contribuyan a transformarla en cualquier ámbito en un lugar, donde para todos haya alegría, como guarda el corazón de sus habitantes “un poco de esperanza”, ¡Ojalá podamos ver que alguno de los prohombres de nuestra ciudad se sienta estimulado por el ejemplo casi único de este ilustre toluqueño a quien consideramos el mas digno de homenaje para quienes vivimos y amamos a la noble y fiel Toluca ¡
José María González Arratia, fue presidente Municipal de Toluca en el año de 1852, muriendo ese mismo año el día 14 de octubre.
Fuente: Sumaria Tolucense.