Hoy hablaremos de lo que fue un gran referente en nuestra bella Toluca; hoy oliendo a nostalgia en lo que pudo ser un inmejorable inmueble para diversos usos culturales: platicaremos del famoso Mercado Hidalgo.
También, despojándose en el tiempo la historia de Toluca, huele a nostalgia, pero al fundirse en el presente, la tradición se enriquece y parece que nuestra bella ciudad entra en su plenitud, también platicaremos del viejo Hotel San Carlos.
Empezaremos a comentar sobre los simpatizantes del distinguido maestro Heriberto Enríquez que debieron recordar que en el año de 1910, junto con otro distinguido personaje don Carlos A. Vélez, desplegó una gran actividad para conseguir la designación del señor Corral como vicepresidente de la República, como ya lo comente precisamente en la crónica de don Ramón Corral; dicho personaje fue diputado local, diputado federal, secretario general de gobierno y gobernador del estado de Sonora, es cuando don Porfirio Díaz se lo trae de gobernador al Distrito Federal, para después designar vicepresidente de la república, este personaje ligado a una familia no oriunda de Toluca pero adoptada desde el año de 1972 en nuestra ciudad donde la señora Tere Ramos de Villar fue nieta de don Ramón Corral.
Esta actividad fue uno de los pretextos que invocaron los revolucionarios para levantarse en armas, el profesor Enríquez ocupaba el cargo de secretario de redacción del periódico El Demócrata, que dirigió desde su fundación, el licenciado Vélez. Por cierto, que para ese entonces ya era un destacado poeta el mismo profesor Enríquez.
En 1910, en nuestra bella Toluca, el jurista Enrique Enríquez, ocupó un lugar muy importante que tiempo después sería constituyente en el año de 1917. Este distinguido profesionista fue hermano del profesor Enriquitos (así le llamaban), y ambos fueron hijos del señor licenciado Valente Enríquez. En 1910 los hermanos Enríquez figuraban mucho entre los intelectuales, uno como inquieto dirigente estudiantil y el otro como joven maestro y poeta de amplios vuelos.
En mayo de 1910 el profesor Enríquez y otras personas formaban parte en la preparación de las fiestas del Centenario que fueron muy lucidas. Los estudiantes formaron un comité que, con fondos colectados voluntariamente, adquirió cuantos elementos se necesitaron para dar lucimiento a las fiestas patrias. Entre otras mejoras y obras que se inauguraron en este año estaban: la Escuela de Jurisprudencia, el Mercado nuevo y la escuela Normal para Profesores.
Cabe mencionar que en el acceso donde estuvo en su momento el Teatro Municipal y, después el cine Coliseo, se encontraba un frontispicio de estilo neoclásico que era nada menos que el acceso principal del mercado Hidalgo.
Según datos de un folleto publicado con motivo de las fiestas patrias de 1851 se rescataron los siguientes datos de la construcción del mercado Hidalgo:
El edificio fue un cuadrilátero que tiene 211 una cuarta varas de longitud de norte a sur y de latitud de oriente a poniente 40 una cuarta.
Su arquitectura fue sencilla, pero a la vez elegante; se hallaban en cada uno de los lados del oriente y de su opuesto, que mira al Palacio de Gobierno, treinta puertas iguales, para quince tiendas o cantinas, en tres divisiones; en medio de estas se ven dos puertas grandes, con un enrejado a los lados, y en la parte superior de los pilares de cada lado, estaban colocadas cuatro estatuas de yeso estucado y de poco más de vara alto y algunos macetones.
Hacia norte y sur había en cada lado 4 puertas de las tiendas y 3 para entrar al mercado, siendo más grandes las de en medio; arriba de cada una de estas, en las del sur y en la del norte, estaba una inscripción de mármol que decía: “Toluca recordará con gratitud que esta plaza se edificó bajo los auspicios del excelentísimo señor gobernador Mariano Riva Palacio. 16 de septiembre de 1851.
Todo el edificio tenía sus cornisas y estaba coronado con una citarilla de escamas, óvalos y círculos, y en cada sección estaban unos pequeños postes sobre los que iban unos jarrones. La obra se fabricó por idea del señor Riva Palacio; se empezó a construir el año anterior de 1850 y se hallaba situada en parte del cementerio de San Francisco, y que generosamente cedieron los RR. PP; en cuyo lugar habían sido enterradas multitud de víctimas de la Independencia.
Es increíble la violencia con que este edificio se fabricó por el infatigable empeño del señor prefecto don Agustín Noriega, pues parecía que era obra suya. Los costos del edificio fueron de 16,041 ps. 7rs. 9 gs.
En relación a lo anterior acerca de la ceremonia de la inauguración dice lo siguiente el folleto:
En seguida el señor gobernador, con toda la concurrencia, fue a la inauguración del nuevo mercado; desde el templete hasta la puerta principal que mira al sur, la Guardia Nacional formó valla. En el intermedio del edificio ya estaban colocados por su orden todos los vendedores, y las calles se dividían por ramas de cedro matizadas con rosa y otros adornos de campo. El señor gobernador y los que le acompañaban pasaron por debajo de un primoroso arco, que el ilustre Ayuntamiento había dispuesto y se leía en la parte superior este letrero: Viva el gobernador. En el centro del mercado se hallaba un templete en forma de octágono, y en la portada otro que decía “Viva la Federación”. Columnas, cúpula y balaustrada, todo, todo, hasta el dosel para el señor Riva Palacio estaba formado de ramas de árboles, yerbas y rosas, circundando al templete grandes macetones con hortensias y otras flores exquisitas. El conjunto presentaba el encanto de la novedad, del buen gusto y del esmero del Ayuntamiento, contribuyendo a halagar la vista, la simetría y colocación de los puestos de fruta y demás efectos de la plaza. El templete tenía en el interior cuadros que hacían contraste en aquella especie de quiosco. Un aire embalsamado respiraba; la naturaleza y los campos manifestaban allí su poder. La concurrencia se vio sorprendida, cuando terminó la bendición, la música, los cohetes y los repiques contribuyeron a aumentar la alegría que se experimentaba. A continuación, el presidente municipal, C. Ramón Martínez de Castro, leyó un discurso en el que se manifestó la gratitud a los héroes de la patria, haciendo una honrosa mención del señor Riva Palacio, por sus servicios al estado y a la capital.
Más tarde a cierta hora cerca de las siete de la noche, se presentó el gobernador Riva Palacio acompañado de su distinguida esposa, la música alegremente se oía y, dirigida por el pianista Crescencio Inclán dejando escuchar una polka de moda e iniciándose así el esperado baile, con la solemnidad de aquellos buenos tiempos en que los caballeros apenas si tocaban las puntas de los dedos de las damas.
Se bailó hasta muy noche, la música no cesaba de tocar lanceros, danzas y contradanzas de moda. Las chicas toluqueñas, aquellas hijas de administradores de haciendas cercanas o hijas de empleados del gobierno, lucían sus colores clásicos de las toluqueñas de antaño; sus chapas en el rostro. Al levantarse graciosamente las crinolinas, dejaban ver, para desesperación de los galanes, unos pies pequeños y finos, cubiertos con elegantes zapatillas.
Muy tarde se decía, allá por la media noche, cesó aquella hora encantada que quizá anunciaba días de prosperidad para Toluca o cuando menos marcaba la hora del nacimiento de una nueva vida. Toluca había dejado de ser cliente asidua de los rosarios en el Tercer Orden para dar paso al progreso y a la modernidad. Él baile del 16 de septiembre de 1851 marcó, sin duda, la hora de los nuevos tiempos para nuestra ciudad.
El viejo Hotel San Carlos:
El toluqueño tan castizo don Jaime Pons vio surgir de los escombros del antiguo edificio, una construcción que quiso levantar para que en ella el recuerdo imperecedero de su padre tenga también, como lo tiene el corazón del hijo, el pedestal excelso de su memoria amada.
Tal hecho y tales recuerdos nos obligan a mirar en el pasado no solamente el viejo Hotel San Carlos (hoy en día una tienda de ropa) en el que se hospedaron tantas gentes de todos los rumbos de nuestro estado, las antiguas familias toluqueñas residentes en la capital de la República, el comerciante de Tenancingo, el hacendado de Valle de Bravo, el juez de letras recientemente nombrado en cualquiera de nuestros distritos, y esa parvada garrula de agentes viajeros que por todos los rumbos del país cumplen con su deber y aquí, en nuestras ciudad, aparecían en tiempos precisos, como las propias golondrinas.
¡Cuántos matrimonios jóvenes, en su primera noche de viaje, entretejieron sueños y aunaron esperanzas que cuajaron o se frustraron! ¡Cuántos de la tropa bizarra de comediantes se albergaron en las presuntuosas habitaciones del Hotel San Carlos, que fue en su época símbolo de progreso!
Parece que, en la sombra del tiempo ido, los edificios de la vieja Toluca dialogan. Este Hotel de antaño habló con el Teatro Principal, su vecino de enfrente, y sus voces corrían por las callejas empedradas y llegaban hasta la estación del Ferrocarril Nacional, donde la locomotora asmática jadeaba ansiosa de ir hasta la entrada misma de los minerales, hasta El Oro de Hidalgo, hoy abandonado.
El esforzado catalán don Jaime Pons, propietario del bar Montecarlo, charlaba con cualquiera de los antiguos hacendados comarcanos, y su sombra, como la de los viejos parroquianos licenciado Carlos Castillo, doctor Eduardo Navarro, general Manuel García, Paco Olaguibel, Francisco Javier Gaxiola, licenciado Manuel Piña y Cuevas, Alfredo Vigueras, Silviano García, el vate Garza y otros más, parece detenerse a mirar de arriba abajo el edificio, mientras sonríe el padre bondadoso, satisfecho de ver el rostro alegre del retoño toluqueño, el nuevo Jaime Pons, a quien tanta gente miró, esperanzado, deambular por nuestros emblemáticos Portales, correr por nuestras colinas y soñar, frente al sol de la tarde, en días mejores que, por fortuna, ya llegaron.
El viejo Hotel formó parte, como los otros edificios que junto a él se levantaron, del convento de San Francisco, y el predio fue propiedad de don José María González Arratia, que más tarde lo dejó a doña María González Arratia. Entre los dueños posteriores anda el nombre de don Jesús Barrera, y remata la lista, que no nos proponemos repetir en detalle, el nombre del propietario último, don Jaime Pons.
El edificio fue en un principio muy modesto. Cuando la guerra de la invasión norteamericana, en 1847, constaba de un solo piso, de adobe. Posteriormente se construyó la parte alta; pero don Jaime rehízo totalmente el viejo inmueble, tan lleno de recuerdos.
San Carlos, el inolvidable hotel de la época pasada, ya no existe, pero no han muerto la tradición ni los recuerdos, símbolo de una nueva época en México y de nuestra ciudad tan amada, simplemente se puso a tono con la etapa que nos tocó vivir. Don Jaime Pons hijo no quiso olvidar nada de lo que amo cuando era niño. En Toluca estuvieron sus recuerdos, sus primeros amores, sus dudas indecibles, y también las tiernas y queridas esperanzas. Como si se tratara de una barca antigua acostumbrada a estar en la playa más recatada, como si temiera lanzarse al mar de todas las concupiscencias y ambiciones, Jaime Pons ha dejado caer en Toluca el áncora, para que en ella amarren sus sueños y revivan los gozos de su pérdida infancia.
Cómo no recordar ya en las décadas 40, 50, 60 y 70 ese magnífico restaurante donde se reunían grandes personalidades de todos los sectores a saborear ese rico café, con su magnífica cocina, ya en la década de los 70´s esas tortas tan famosas donde especialmente se iban a comer en sus comensales.
Nostalgia y recuerdos de este gran Hotel donde la ciudad es nuestra ciudad, aquí nacieron nuestros primeros sueños, los efectos más hondos de amistad, aunque parezcan extraños en este ciclo los que deambulan por los Portales junto a uno son nuestros paisanos.