El periodista sorbe de su taza de café amargo. Enciende el televisor y en el noticiero se encuentra con la imagen de un sujeto con una guayabera arrugada, el cabello de la cabeza entintado de negro, y en la cara, la barba blanca desarreglada. Se nota sucio, pero presume de viajar a Nueva York en first class plane (lo grabaron junto su esposa en el avión). Su mensaje es una reacción al comunicado de la UNAM sobre usar cubrebocas en lugares cerrados o sin ventilación: “¡Si no para ni un pedo el pinche cubrebocas, entonces qué va a parar”… la UNAM no es ninguna autoridad sanitaria… La recomendación es una ‘imbecilidad”, y fue hecha por quienes representan “un reducto” de neoliberales mezquinos, racistas y clasistas”. “Son unos cretinos los de la @UNAM_MX. Espero que las autoridades sanitarias ya paren sus ocurrencias”.
Se trata del senador con licencia del PT y dícese futuro compañero presidente de México, Gerardo Fernández Noroña pero, ¿Por qué no habríamos de tomar en serio el comunicado de la UNAM sobre el uso de cubrebocas? Tal vez, él preferiría el consejo del subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, quien consideró "importante no sobredimensionar, ni exagerar la preocupación de la Universidad”. Habría que recordar sus predicciones del 4 de junio de 2020, cuando sostuvo su escenario catastrófico de 60 mil muertes por la pandemia”… En México, al menos hasta mayo del 2023, se tiene registro de 700 mil defunciones. A él, a este hombre que desestimó las advertencias de la OMS, la historia le tiene guardado su propio sobrevenir pero ¿por qué el lenguaje pedestre para “hacerse pasar” como pueblo y barrio?
Si neta, no me espanto
Sólo que pareciera que los esfuerzos milenarios para impartir en las escuelas una educación de calidad, digna, con valores y confianza en la ciencia y el desarrollo, no valen un “pepino”. Y menos desde el léxico que en tribuna o pantalla promueven “you tubers”, “tiktokeros”, pseudo “influencers”, y ahora, los políticos. Tristemente eso tan cuestionado antes, hoy está legalizado. La fracción IX del artículo 223 de la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión, describe que, las transmisiones que deben “propiciar” un “uso correcto del lenguaje” son inconstitucionales, “porque pretenden que el Estado se erija en una autoridad lingüística… lo que para los ministros “es constitucionalmente inaceptable”.
Así que, muchos están felices: el propio Noroña, Xóchitl Gálvez (esa ‘corcholata” que no puede controlar el supremo), porque decir majaderías o albures de manera pública y por cualquier medio, es un derecho y nadie puede cuestionar la vulgaridad. Antes, claro, esa restricción legal sancionaba a emisoras de radio y televisión que expresaran “güey”, “pinche”, “ojete”, “chinga tu madre”, “pendejo” y demás, de manera intencional o no. Más allá de que la autoridad se erigiera como potestad lingüística, lo hacía para proteger a las audiencias infantiles de contenidos inapropiados para su edad (aunque también lo hacía para castigar ciertas líneas editoriales que no le eran afines).
De hecho, decir groserías en México es como beber tequila o comer unos tacos; es parte de nuestra cultura y tradiciones, así que no, neta, no me espanto, sólo que si lo escuchamos en la colonia, o con un par de tragos, está chido. Es una válvula de escape al enojo, la tristeza o la desesperación. Insultar tiene su función catártica pero, usar la ley y las emociones como pretexto barbaján, es darle en su máuser a la educación que queremos para nuestros hijos porque perdón, eso no es libertad de expresión, esas son m…das. Sólo digo. Mi X @raulmandujano