Si le pidieran a una persona que dibujara una carita, seguramente la mayoría lo haría con una sonrisa; de hecho, lo primero que buscamos en un bebé es que sonría; en nuestra vida cotidiana, compartir sonrisas se convierte en un lenguaje universal. Es más, en el universo digital, el emoji que irradia lágrimas de alegría es símbolo de conexión emocional. Sin duda, no hay nada más bonito que despertar con una sonrisa.
La risa, como expresión innata, muchas veces se ve cuestionada en su espontaneidad. Recuerdo hace algunos años sentirme incómoda al encontrarme en mi lugar de trabajo con letreros que prohibían esta manifestación natural. Sin pensarlo, decidí solicitar mi cambio de adscripción. Aunque más inquietante fue cuando me solicitaron la renuncia de dos compañeras porque, a juicio de nuestro jefe, a una de ellas se le reprochaba por no sonreír lo suficiente, mientras que a la otra por sonreír en exceso.
Tengo memoria de mis días como estudiante universitaria, donde uno de mis profesores tenía la costumbre de iniciar la clase contando un par de chistes. En aquel entonces, aunque no tenía plena consciencia de su tono misógino, esos chistes no lograban sacarme una risa. En una ocasión, el profesor expresó ante el grupo su molestia porque no reía ante sus chistes o bromas.
Durante años, no cuestioné estos temas; me parecían un absurdo sin mayor relevancia. No obstante, mi perspectiva ha cambiado, ahora lo contemplo desde la lente del poder y la vulnerabilidad humana. Recuerdo "El nombre de la rosa" de Umberto Eco, donde la risa se representa como una fuerza subversiva y peligrosa que desafía la autoridad establecida. En esta obra, la risa se observa con recelo, catalogada como una expresión de desorden, rebeldía y disenso.
Este mismo fenómeno se traslada al ámbito contemporáneo, manifestándose de manera notable en la experiencia de las mujeres. La risa, particularmente cuando surge de manera auténtica y natural, frecuentemente se ve limitada por convencionalismos implícitos. Paradójicamente, la ausencia de risa también es interpretada como un elemento disruptivo en sí mismo.
En el ámbito familiar, recuerdo cómo mi madre, con solo una mirada, me transmitía la idea de que las risas fuertes no eran apropiadas. Recientemente, la persona a cargo de la gestión del fraccionamiento donde resido me planteó la solicitud de una vecina, solicitando que mi hija moderara sus risas, ya que le resultaban estridentes.
En el espacio laboral se nos demanda mostrar cortesía y una actitud sonriente, incluso frente a circunstancias desafiantes o críticas, como una señal de respeto hacia los superiores. Bajo esta perspectiva, la sonrisa adquiere un significado de sumisión o conformidad, y la ausencia de esta puede ser interpretada como un desafío. Esta contradicción, aunque sutil, revela un aspecto profundamente arraigado en las dinámicas de poder dentro del ámbito laboral.
Estas experiencias reflejan una concepción arraigada que parece haber sido inculcada no solo a mi madre, a mis compañeras de trabajo o a esta vecina en particular, sino a numerosas mujeres a lo largo del tiempo. De hecho, si lo pienso detenidamente, conozco a pocas mujeres que se permiten expresar sus risas con carcajadas abiertas y sin reservas.
Escribo y mientras escribo, recuerdo haber escuchado en más de una ocasión que las mujeres deben mantener una sonrisa constante frente a sus hijos y su esposo. Esta exigencia, aparentemente inofensiva, conlleva consigo una carga significativa de supresión emocional y expectativas irreales.
De hecho, estas demandas soslayan la complejidad inherente a la experiencia humana y desestiman la diversidad de emociones y estados de ánimo legítimos que una persona puede experimentar en su vida cotidiana.
Obligar a una sonrisa constante puede silenciar las voces internas legítimas de tristeza, frustración o agotamiento, negando así la oportunidad de una expresión genuina y honesta de nuestros sentimientos.
Escribo, y mientras escribo, me pregunto ¿si existe un risómetro que nos permita medir el nivel de la sonrisa socialmente aceptada para las mujeres?