Estados Unidos decidió su rumbo político en una de las elecciones más polarizadas de su historia reciente, con Donald Trump y Kamala Harris como los protagonistas de una contienda que es mucho más que un enfrentamiento entre dos partidos. Para México, este desenlace representa un giro inevitable en las políticas que han moldeado la relación bilateral y redefine el papel de su nuevo gobierno, liderado por Claudia Sheinbaum, en la arena internacional. Ambos candidatos tienen enfoques contrastantes, pero comparten objetivos en los temas más sensibles de la agenda bilateral: migración, seguridad, y comercio. La sombra de un segundo mandato de Trump genera, para muchos, una aprensión justificada; sin embargo, el posible triunfo de Harris también implica desafíos.
La vecindad geográfica y la interdependencia económica entre México y Estados Unidos hacen que su relación esté marcada por el pragmatismo, pero también por una historia de roces y crisis cíclicas. Más de tres mil kilómetros de frontera unen a ambos países, con una balanza comercial en la que México representa el mayor socio de Estados Unidos y viceversa. Alrededor de 600 mil millones de dólares al año cruzan esa línea imaginaria que divide el norte del sur, y no menos de cinco millones de mexicanos en situación irregular radican en Estados Unidos. Además, la realidad migratoria continúa desafiando a ambos países, mientras que el narcotráfico y la seguridad se convierten en temas prioritarios para la Casa Blanca y Palacio Nacional.
El retorno de Donald Trump a la escena política trae consigo un aire de hostilidad y deja a México como el país más vulnerable ante sus políticas, de acuerdo con el "Índice de Riesgo-Trump" de la revista The Economist. En su campaña de 2016, Trump ganó popularidad a través de retóricas xenófobas y racistas, criticando a los migrantes mexicanos y prometiendo construir un muro fronterizo para detenerlos. Durante su administración, no solo cumplió con sus amenazas, sino que también condicionó la relación comercial entre ambas naciones a la cooperación de México en temas migratorios, usando la amenaza de aranceles como mecanismo de presión. De regresar a la Casa Blanca, Trump ha prometido incrementar las deportaciones a un millón por año y reducir el flujo de migrantes, dejando entrever una política de “mano dura” que podría afectar tanto a la economía como a la estabilidad social de México.
Para Claudia Sheinbaum, el desafío es inmenso. Con Trump, el riesgo no solo está en el ámbito migratorio. Los temas de seguridad también pueden sufrir un cambio radical. Trump podría presionar para que México adopte una política más agresiva contra el narcotráfico, incluso planteando la designación de los cárteles como organizaciones terroristas, lo cual abriría la puerta a una intervención directa de Estados Unidos en territorio mexicano. Esto, por supuesto, implicaría una afrenta a la soberanía de México y podría desencadenar una ola de tensiones diplomáticas sin precedentes.
Por su parte, Kamala Harris, aunque demócrata, no es necesariamente la opción más suave para México. Como vicepresidenta de Joe Biden, Harris ha estado a cargo de la política migratoria y ha enfrentado críticas tanto internas como externas. En su rol, ha mostrado un enfoque más institucional y predecible que el de Trump, aunque igualmente severo en los puntos más críticos de la relación. Harris ha dejado claro que la frontera debe ser segura y que el comercio debe ser justo, buscando una renegociación del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC) en términos que beneficien a su país. Como senadora, votó en contra del TMEC, lo que sugiere que, de llegar al poder, podría adoptar una postura proteccionista que dificultaría las exportaciones mexicanas hacia Estados Unidos, impactando sectores clave como la industria automotriz y manufacturera.
Para México, la victoria de Harris podría abrir la puerta a un estilo de cooperación más colaborativo y menos errático, pero las tensiones persisten. Los demócratas han criticado duramente las políticas internas de México, especialmente en temas de derechos humanos, medio ambiente y justicia, lo que genera preocupación sobre una posible injerencia en asuntos internos.
La relación con Estados Unidos es inevitable. México es el vecino ineludible, el socio comercial de primer orden y el aliado necesario en la región. En esta nueva etapa, cualquiera que sea el desenlace, la política exterior mexicana debe priorizar una diplomacia firme y estratégica que se base en los intereses de seguridad nacional y desarrollo económico. México tiene la capacidad de impulsar una agenda bilateral más equilibrada y respetuosa, siempre que cuente con los recursos y la voluntad política para sostener su posición.
La perspectiva de una posible paridad de género en el liderazgo de ambos países, con Sheinbaum y Harris, podría marcar una nueva era de entendimiento y colaboración, aunque asumir que el hecho de que ambas sean mujeres significaría menos fricciones es una visión simplista.
Coincido con la apreciación de Roberta Jacobson, diplomática y exembajadora de México en Estados Unidos: “Creo que tener por primera vez dos mujeres presidentas en los dos países sería extraordinario, algo histórico. Creo que es cierto que las mujeres hacen política de manera diferente a los hombres. En el sentido de que creo que escuchan más y son más conciliadoras en las negociaciones, más incluyentes. Pero creo que la idea de que dos mujeres presidentas se van a llevar bien, van más suaves en sus modos y no va a haber conflicto es algo un poco sexista. Porque hay ejemplos de damas de hierro en el mundo, por ejemplo, la primera ministra israelí Golda Meir o Indira Gandhi, en India. En el caso de Sheinbaum y Harris, se pueden llevar bien, pero también hay muchas diferencias políticas”.
Los votantes estadounidenses tienen la última palabra. Para México, la apuesta está en fortalecer su institucionalidad y diplomacia, evitar subordinaciones que pongan en riesgo su soberanía y aprender a navegar con prudencia las aguas cambiantes de su relación con el país del norte. El reto es mayúsculo, pero el compromiso de hacer valer su posición y defender sus intereses nacionales es tan imprescindible como urgente.