Yo también escribo de Francisco: el Papa, el Vicario de Cristo, el Obispo de Roma, el soldado jesuita, el misionero, el teólogo empático con la teología de la liberación, el ser humano que entendía las pasiones de la condición humana, perfectamente.
En sus andanzas por la Argentina empezó su contacto con los pobres, los marginados, los excluidos, los abusados, los migrantes, es decir, lo que él llamó las periferias, tema de nuestro tiempo doloroso.
De ahí su primer viaje a Lampedusa, el Mediterráneo convertido en cementerio, donde más de 23 mil migrantes de África han muerto al huir de la pobreza, la persecución y la falta de oportunidades, como ahora ocurre en nuestro continente, en especial con los mexicanos. Francisco fue el jesuita disruptivo, siempre en lucha como Ignacio de Loyola, primero en llegar al papado de esta orden, a recordar el papel de los clérigos y recuperar a los católicos idos.
Termina el tiempo del pastor, del líder, y ahora qué, y ahora quién. El cónclave bajo la cúpula de la Capilla Sixtina, ¿cómo enfrentará los desafíos del siglo con el Papa que elijan para un mundo que ha cambiado?
El legado de Francisco es complicado de cumplir en medio del poder y el ornato de la propia Curia. La Iglesia tendrá que volver a la fe en un mundo convulso: al origen de Pedro, lograr un mundo de paz, más humano, con esperanza.
Cuando termine el novenario del Papa Francisco, la política vaticana hará acto de presencia; de hecho, ya lo hace, mientras no se resuelve la guerra de Ucrania, de la Franja de Gaza, de las guerras olvidadas de África, de los migrantes, de la violencia en México, de la incertidumbre.
El poder de la fe frente a la transformación del siglo, y no la fe en el poder. Luz al lado del Hijo de Dios para que así sea, y el poder que prevalezca sea el poder de los desposeídos.
El Papa que llegó de la Argentina, como diría Cercas, “desde el fin del mundo”, lo hizo con un par de zapatos negros y un morral lleno de dudas, un pensamiento novedoso y palabras nuevas. Todos cabían en él, en su reflexión de jesuita: los divorciados, las que abortaron, los de fe débil, los nuevos cardenales (la mayoría que nombró él). Llegó con Latinoamérica a cuestas, con los migrantes, con los pobres, con los que dudan, también con el tango y una cruz de alpaca; como Hijo de Dios, hermano y padre de los agnósticos y de otras religiones que buscan respuestas.