Donald Trump no ha cedido ni un milímetro en su desparpajada vocación por levantar polémica entre propios y sus más acérrimos adversarios. Su reciente participación pública, cobijada por fervorosos seguidores, continúa remarcando su encrespada personalidad, así como su osco perfil machista y empresario arrojado sin rubor a la arena de la política.
Si como dicen, el pasado martes 22 de agosto, trataba de “cerrarle” el paso a temas racistas, neonazis y xenófobos, su extenso monólogo, así como su performance, incumplieron con maestría. Sus soflamas en torno al Tratado de Libre Comercio entre los EEUU, Canadá y México, suceda lo que sobrevenga, no corresponden a un presidente de un país, de cualesquiera, pero menos todavía cuando se trata de un jefe de Estado-Nación que se autocalifica como una de las cunas de la democracia moderna. Dijo: “Personalmente no creo que podamos llegar a un acuerdo [hablando del TLC].”
Lo que desde hace meses sucede con el TLC es que está siendo analizado por especialistas que representan a cada país firmante; cada uno de los cuales analiza, pondera, aporta, propone, escruta, calcula y traza escenarios para hallar rutas de cooperación comercial, social, política y cultural.
Que a un actor político como Trump “se le ocurra” –en el sentido de sandez, de desatino— decir que tal vez los EEUU se saldrán del TLC, es una expresión típica de alguien que alardea; de un personaje que tiene una tenebrosa necesidad de que las luces le inscriban en su halo; apuesta a que la mayoría de sus escuchas sean mediocres o mejor aún, ignorantes. Por ello le glorifican esos ciudadanos crédulos de una palabrería distintiva de los buscapleitos.
Por fortuna, el presidente de los EEUU tiene que convivir con los demócratas y con quienes integran aquella corriente de republicanos que tienen medios para censurar los persistentes desbarros de Trump. Hay grupos, instituciones, bancos, mega-empresas, organismos multilaterales. como la OCDE, que no van a permitir que su intimidación pase a los hechos.
Respecto a la pared entre México y los EEUU, que ahora mide poco más de mil kilómetros entre vallas y trozos de muros, le faltarían pasaditos de 2 mil kilómetros lineales para complementarla; seguro algo hará. Debe su construcción como promesa de campaña, pero sufragada por el gobierno mexicano. Como otros políticos, Trump buscará cómo reciclar su oferta dentro de casi tres años.
