El maestro olvidado. Historia de un menosprecio social.

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El maestro olvidado. Historia de un menosprecio social.

Viernes, 16 Mayo 2025 00:00 Escrito por 
Ecos del pasado Ecos del pasado Juan Manuel Pedraza Velásquez

A lo largo de los años, la figura del profesor ha sido de vital trascendencia en la historia de México, siendo visto como un agente de cambio y progreso, y en épocas anteriores como un apéndice más de la familia, que además de enseñar podía disciplinar, castigar y dar consejos. La figura del docente era admirada y respetada en la educación casi tanto como los propios padres del alumnado; sin embargo, más de un siglo de cambios, reformas y ajustes económicos ha hecho que el prestigio y respeto de la figura docente vaya en declive, convirtiéndose en una caricatura de lo que antes solía ser.

Desde principios del siglo XX, la educación se convirtió en uno de los pilares para lograr la consolidación del Estado posrevolucionario. El artículo 3° destacaba la necesidad de impartir una educación de calidad, laica, gratuita y obligatoria que fomentara los valores cívicos, el respeto a las instituciones y el nacionalismo; incluso, en 1918 el presidente Carranza decretó el 15 de mayo como Día del Maestro. En 1921, durante la gestión del presidente Álvaro Obregón, se creó formalmente la Secretaría de Educación Pública, siendo José Vasconcelos su primer titular. Vasconcelos vio en la educación una forma de transformar al pueblo y al país; inmediatamente se hizo una campaña de alfabetización y comenzó a valorarse a la docencia como un factor de cambio.

El vasconcelismo distinguió al magisterio como una especie de misionero educativo, que se encargaría de salvar al pueblo de la ignorancia, un paladín del crecimiento del país. Durante la década de 1920, la situación del docente mejoró mucho en cuanto a salario y calidad de vida. Asimismo, el pueblo comenzó a ver al profesor como una figura de respeto, de sabiduría, de conocimiento y disciplina, alguien quien tenía la misma autoridad que los padres para corregir e imponer una conducta respetuosa al alumnado. Empero, con la Guerra Cristera, muchos maestros fueron vilipendiados y hasta violentados, sobre todo en comunidades rurales, debido al fanatismo religioso que existía.

A pesar del conflicto religioso, la figura del maestro se venía consolidando como una parte medular de la sociedad mexicana. Sin importar la comunidad, ya sea urbana o rural, el docente era un profesionista respetado, admirado y reconocido, llegando a ser visto como el principal formador de la niñez y la adolescencia en México. Sin afán de exagerar, junto con los sacerdotes, el profesor se convirtió en la figura más reconocida y respetada de las comunidades, cuya influencia con las familias iba más allá de las aulas.

A pesar de las reformas y cambios en el paradigma educativo nacional, la figura del maestro no dejó de ser importante para el desarrollo del país. Durante las décadas de 1940 a 1970, el gobierno federal priorizó a la educación como herramienta clave para inculcar valores y promover el crecimiento del país; de esta manera, los docentes eran vistos como unos aliados del gobierno a través de la educación. En la década de 1940 se obtuvieron grandes logros, como la fundación de la Escuela Normal Superior en 1942 y la formación del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación en 1943 para resolver las demandas laborales del magisterio mexicano.

Contrariamente a lo esperado por el magisterio, las cosas tomaron un rumbo distinto. La década de 1950 auguraba ciertas mejoras educativas, como la implementación de los libros de texto gratuitos o la construcción de más escuelas primarias; no obstante, en la figura del maestro hubo un decaimiento en la percepción salarial y el nivel de vida. El sindicato de maestros comenzó a ser un organismo político servil al partido en el poder. Paulatinamente, sus líderes se volvieron figuras corruptas, como el caso de Carlos Jonguitud Barrios y la tristemente célebre Elba Esther Gordillo. En la década de los setenta, el gobierno de José López Portillo aumentó la cobertura de educación primaria y secundaria, pero la calidad educativa disminuyó notablemente.

En la década de 1980, la situación se volvió insostenible; a lo largo de todo el territorio nacional surgieron una serie de conflictos magisteriales que evidenciaban claramente la disminución de la calidad de vida del profesorado: pagos congelados, demandas salariales, abusos de líderes y directivos corruptos. La implantación del sistema neoliberal en nuestro país implicó que el docente debía adaptarse a esta nueva retórica, y los contenidos y aprendizajes debieran ser útiles para que el alumnado pudiera desenvolverse en este medio social. De esta manera, en 1993 vino una nueva reforma educativa de la mano de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo, en aquel entonces Secretario de Educación.

A partir de ese momento, la educación mexicana ha ido adaptándose a los estándares internacionales, proponiendo nuevos modelos, paradigmas, enfoques, incluso con una Ley Federal de Educación encargada de proteger y garantizar el derecho a la educación de las niñas, niños y adolescentes. En este lapso, la figura del docente ha debido adaptarse a todas estas transformaciones, las cuales el magisterio mexicano ha resistido con estoicismo. Empero, en aras de proponer una “Educación para el siglo XXI”, la figura del docente fue perdiendo relevancia en el ámbito comunitario.

Con una crisis de valores, con un país devastado por la violencia, e insertados en una dinámica global, el docente mexicano ha perdido margen de acción y podemos decir, sin afán de exagerar, que está poco menos que desprotegido ante las actuales leyes que favorecen a la familia y al alumnado. Hoy en día la educación mexicana está en crisis, con familias y alumnos con menos valores, que retienen menos aprendizajes y, por si fuera poco, con familias con dinámicas complejas, con problemas de violencia que ponen un escaso o nulo interés en el proceso educativo. En pocas palabras, la figura del docente ha decaído en épocas recientes y cada vez es menos respetada.

Con la llamada Cuarta Transformación hubo una revalorización del maestro, al menos en el discurso, pero que se ha quedado muy corta ante las necesidades educativas. Si bien es cierto que hubo aumentos salariales y una reforma a los contenidos, hoy en día el maestro mexicano clama a gritos un cambio educativo, en la cual su figura sea respetada, valorada y en la que el padre se interese más en el proceso educativo de su hijo. Por otra parte, es necesario también regular la manera en que operan muchas escuelas particulares que son auténticos centros de explotación del profesorado. Por más aumentos salariales que vengan, si no se ataca el problema de raíz, la figura del docente seguirá perdiendo relevancia en la sociedad.

Por Juan Manuel Pedraza, historiador por la UNAM

 

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