Qué gracioso podría resultar de no ser serio escuchar a la presidenta de México hablar de democracia. Tanto ella como su antecesor y los políticos de la 4T violentan cotidianamente su verdadero significado. Acomodan, por un lado y con perversidad, a la parte de la sociedad que identifican como “pueblo bueno”; y, por el otro, a la inexistente oposición.
Alegremente ajustan su visión con base en un apoyo popular que presumen cotidianamente y que no fue precisamente consecuencia de una buena administración del gobierno próximo anterior; ya que este dejó como herencia un ejercicio gubernamental disfuncional, mediocre y endeudado. Pues, como si de política de Estado se tratase, impulsó enfrentamientos al interior y al exterior de la República. No faltaron los programas sociales clientelares, pero, ¿de progreso? Nada.
En términos prácticos, no destaca ninguna acción del sexenio obradorista que no esté impregnada de sospechas de desvío de fondos o de malversación de recursos públicos. La 4T, en ese periodo, tiró el dinero como si fuera cualquier cosa; además, no escuchó, fue soberbio, creído y peleonero. Redujeron a su mínima expresión a la oposición, por lo que, a estas alturas, hablar de PRIAN solo les acomoda como discurso.
Sin embargo, no siempre el pueblo tiene la razón. Cuando la muchedumbre se impone con violencia —como se presentó con mayor crudeza al término del sexenio de Enrique Peña Nieto se le llama oclocracia. No es, ni de lejos, un poco de democracia, pero se refieren a ella como si fuera su apelativo, imponiéndola además con un significado propio. Para desgracia de los mexicanos, la 4T edificó su administración al amparo de apariciones diarias para negar la realidad e imponer una inventada. Su líder, de gobernar: no supo, no le entendió y no le interesó.
A lo anterior habría que agregar que, al nuevo gobierno, como al anterior, no le gusta la crítica; por eso les incomoda la libertad de expresión. Las opiniones pueden tener cualquier interlocutor y no deberían, por el solo hecho de expresar su sentir, ser objeto de censura. La presidenta Claudia Sheinbaum, a partir de una pregunta de esos paleros que se acomodan en el teatro de la supuesta conferencia del pueblo, se lanzó en contra del expresidente Ernesto Zedillo Ponce de León, llamándolo con burla “paladín de la democracia” y vocero de la oposición.
Es precisamente uno de los graves problemas que enfrenta la incipiente democracia, que vive sus últimos días. Desafortunadamente, para el verdadero pueblo, de no haber sido tan corruptos los anteriores gobiernos, no tendríamos por qué soportar a otros con grandes sospechas de ser aún más corruptos que ellos.
Sin embargo, ni el PRI (Partido Revolucionario Institucional), ni el PAN (Partido Acción Nacional), ni el PRD (Partido de la Revolución Democrática, hoy convertido en cenizas) gozan de buena salud. Desperdiciaron la confianza de una buena cantidad de ciudadanos que apoyaron a su coalición en las elecciones de 2024, y lo hicieron no porque la hubieran recuperado, sino porque ya no había más. El resultado es ya conocido: el triunfo de Sheinbaum. Una de las razones es que su candidata, Xóchitl Gálvez, fue abandonada a su suerte, porque los dirigentes de los institutos mencionados únicamente se dedicaron a cuidar sus intereses y asegurar un lugar en el Congreso.
La actitud tanto de Alejandro Moreno “Alito” como de Marko Cortés, presidentes del PRI y PAN respectivamente, dejó a no pocos con la ceja levantada. Fácilmente se podía observar que su candidata, en solitario, luchaba por mantenerse en la contienda, sin poder determinar libremente su campaña, pues se encontraba muy limitada, y sus aliados manejaban agenda particular.
El pecado de Zedillo fue opinar y plasmar en un artículo publicado en el medio Letras Libres su punto de vista. Eso fue suficiente para recibir una oleada de señalamientos y de acusaciones sobre la actividad de su sexenio. Para la realidad que vive el país, si se considerara necesario, debería ser investigado, pero no centrar toda la atención en ello, a menos que no se pretenda darle solución a los problemas actuales para utilizar ese pasado como cortina de humo.
Dentro de las cosas que señaló Zedillo, también muchos mexicanos han cuestionado; solo que no cuentan con la fuerza de atención que sí tiene el expresidente, que es y seguirá siendo invitado a foros internacionales. Es respecto de los gastos de las obras del sexenio anterior. Pero no existe respuesta, como tampoco la hay a los cuestionamientos sobre la destrucción del Poder Judicial y la democracia.
Expresar su sentir —de Zedillo— fue lo que encolerizó a la presidenta y a los integrantes del partido en el poder. Como respuesta, la prensa cooptada por el oficialismo y sus fieles se lanzaron en contra del exmandatario, que fue objeto de una brutal campaña. Aunque la titular del Ejecutivo federal nunca respondió a las certeras interrogantes, tampoco ordenó mecanismo alguno para revisar, por entidades externas, el gasto de las obras emblemáticas. ¿Algo que ocultar?
Para el gobierno de México, nadie más puede hablar de democracia que ellos y el partido en el poder; tuercen el concepto y así exigen que se entienda, con una visión miope y limitada. Esta forma de acomodar las cosas a conveniencia son prácticas comunes en países con los que simpatizan, como Cuba, Venezuela, Nicaragua, Rusia o Corea del Norte. Por eso, son quienes tienen autorizado definir su significado: se creen “paladines de la democracia”. El soliloquio será utilizado por el tiempo que puedan hacerlo. En algún momento, tarde o temprano, tendrán que hacerse a un lado. Para entonces, todos los cambios que han realizado serán su lastre en el futuro.
En este momento, si criticas, eres mezquino. Las observaciones hechas a la Secretaría de Marina (Semar) por el accidente del Buque Escuela Cuauhtémoc, ocurrido el sábado pasado cuando chocó contra el puente de Brooklyn en Nueva York, Estados Unidos en el que fallecieron dos cadetes, la mandataria afirmó que es una “institución gloriosa”, destacando su labor en “la seguridad de las costas y la población, y también ahora construyen trenes, tiene todo nuestro reconocimiento y el reconocimiento del pueblo de México”, señaló. ¿Y entonces? ¿Por eso no se le puede criticar? Aunque ya se sabe que existe una investigación al respecto y que el capitán es estadounidense, así sea una institución de renombre mundial, es susceptible a la crítica, como todo en el gobierno. Eso sí es libertad, no la que quieren imponer. ¿Por qué la censura?
Además, dijo la presidenta que renunció a su derecho de elegir a los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) para “que los elija el pueblo porque eso es democracia”. “El pueblo de México es mucha pieza y millones y millones van a salir a votar el 1 de junio y van a decir: México es un país democrático. En México, el único que decide es su pueblo; el pueblo de México decide nuestro país”, aseguró. ¿Quién conoce a alguno de los personajes por los que se votará para magistrados o jueces? ¿Es verdad que los ciudadanos elegirán? Guarde usted el dicho de la presidenta sobre la asistencia de que millones y millones saldrán a votar el 1 de junio.
Lo dicho: se creen “paladines de la democracia”.