Estamos a un mes de que la jornada electoral del próximo 1º de julio dé inicio en todo el país. Como se ha escrito por todos lados, será la justa por sufragios más grande de la historia de México. Como parte del juego político y de la estrategia de ataque y contra-ataque, cada uno de los candidatos a la silla presidencial continúa declarándose como virtual triunfador; vamos, hasta El Bronco advierte que puede ganar; el problema es que solamente existe un lugar. Perdón por la perogrullada, pero las declaraciones de los contendientes la traen a cuento.
Con la inclusión de los debates entre postulantes para encabezar el poder ejecutivo, los medios de comunicación sacan una raja más, a fin de rentabilizar económicamente su vinculación con segmentos específicos de audiencias y/o lectores tanto analógicos como digitales. Además, desfleman cada contienda televisiva (y lo seguirán haciendo) a fin de producir juiciosos análisis acerca de “quién ha ganado”, según la cristalina visión de los respectivos coordinadores(as) o representantes que envía cada suspirante a tan sonado post-debate convertido en post-verdad.
Desde luego, no se puede pecar más, en términos periodísticos ni en el cada día más escaso sentido común, al lanzar la cínica pregunta –a cada uno de los actores que asisten representando a su respectivo jefe— que inquiere: “Hoy, quién ganó el debate”. Aquel que se atreva a responder teniendo ambos pies en la incómoda realidad para aceptar que su jefe no dio lo que se esperaba; que se equivocó; que desaprovecho la oportunidad; que exageró; que se extralimitó; que no conectó totalmente con la ciudadanía; que evadió como es su costumbre o, que no fue del todo claro, al siguiente minuto se quedaría fuera de tan distinguida función.
¿Creen que la ciudadanía es tonta o miope mentalmente? ¿Consideran, por un segundo, que cada uno de los interlocutores, al hablar de su candidato, se ciñe a lo que sucedió en el debate? Está claro que ese tipo de mañosos comentarios, cual festín, están dirigidos a los militantes y simpatizantes de cada uno, pero no a la ciudadanía que vive ajena a los partidos. Esos encuentros a toro pasado, cumplen con otra perniciosa función: acrecientan el descrédito hacia los adversarios y cultivan la defensa fervorosa de aquello que el jefe dijo mal, equívocamente, de manera confusa o ridícula.
Resta menos de un mes efectivo de campaña. El temporal, para cada uno de los postulantes, va a arreciar en estos calurosos y futboleros días por venir. Veremos danzar con terquedad dimes y diretes; acusaciones de distinto calibre, con tal de generar entre la ciudadanía indecisa o jóvenes de primera vez: temor, desconfianza, descrédito, confusión, recelo, sensación de fraude, inquina, antipatía, oposición, tirria, rencor, repulsión, y toda una serie de umbrosas emociones a las que lamentablemente se recurre en nombre de una campaña. Y luego se quejan del maléfico manto que envuelve al quehacer político. También sobrevendrán carretadas de promesas sugestivas, sorprendentes, encantadoras y cortoplacistas pero inviables económica y socialmente.
Con dos dedos de frente, es inevitable preguntarse ¿qué va a hacer el candidato que gane el próximo 1º de julio? ¿Con quiénes va a trabajar desde palacio de gobierno para conducir al país? Se habrá rasgado tanto las vestiduras que le tomará tiempo cubrir su desnudez y ver cuáles son las nuevas prendas que se pondrá para convertirse paulatinamente en presidente de México. Los tres que perderán, están obligados a dar muestras de civilidad, si tienen la altura política esperada, así como los respectivos partidos en coalición. Falta poco, ya veremos.
* Red Internacional FAMECOM
