21 gramos de trascendencia

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21 gramos de trascendencia

Miércoles, 22 Agosto 2018 00:10 Escrito por 

Este fin de semana las cavilaciones fueron en torno al alma. Sí, esa sustancia inmaterial que ha dado pie a discusiones filosóficas, propuestas artísticas e, incluso, investigaciones científicas.

 

Los filósofos han abordado este tema desde que se tiene registro de la reflexión humana, al menos así se advierte en la obra de Plotino en el siglo III. La comprobación de la existencia del alma le ha quitado el sueño a más de un científico a lo largo de la historia de la humanidad, así lo constatan las investigaciones llevadas a cabo en el siglo XIX por Bernhard Reimann, Rudolf Wagner y Rudolf H. Lotze entre muchos otros. Sin duda, una de las obras maestras de la literatura universal que toma como centro de reflexión el alma es, nada más y nada menos que el “Fausto” de J. W. von Goethe.

 

Ahora bien, la idea de que el alma pesa 21 gramos se la debemos a los experimentos llevados a cabo a inicios del siglo XX, por parte del médico Duncan MacDougal en Haverhill, Massachusetts. MacDougal publicó un polémico artículo titulado “Hipótesis sobre la sustancia del alma: evidencia experimental de su existencia” en la revista científica “American Medicine” (vol. II, núm. 4, 240-3, abril de 1907).

 

En dicho artículo, MacDougal describe los hallazgos experimentales de “pérdidas de peso” en enfermos terminales minutos posteriores a la muerte. Los resultados de dichas investigaciones no han sido considerados concluyentes en el ámbito científico; sin embargo, inspiraron la novela “El pesador de almas” de André Mauroice en 1932 y, más recientemente, la famosa y multi premiada cinta de Alejandro González Iñárritu “21 gramos” (estrenada en 2003).

 

Pero no, nuestra reflexión de fin de semana no tuvo alcances científicos por supuesto, y tampoco puramente filosóficos, no. Nosotros solo hablamos acerca de ese hueco inexplicable que un alma deja en el corazón de otros o, mejor dicho, en los corazones de quienes nos quedamos cuando un alma se va.

 

Todos tenemos el corazón lleno de huecos, su estructura es tan frágilmente delineada como una telaraña que se distribuye para contenerlo todo, en un delicado equilibrio. Ahí tienen cabida nuestros miedos, pero también nuestra belleza. Ahí oscila nuestro desaliento y nuestra resistencia. Ahí, en más de una ocasión, se enmarañan sentimientos. Por eso es necesario cuidar las fibras que nutren nuestro espíritu, para evitar que se enreden y se quebranten.

 

Cada uno habló de los huecos que persisten debido a las almas que se nos han ido. Yo recordé una mirada pérdida, unos ojos inundados y una voz entre cortada que me pidió le acompañara a caminar. Hablé de ese momento en que caminamos tomados de la mano sin decir nada, quizá porque buscábamos las palabras que ayudaran a diluir el dolor, tal vez porque el miedo nos había inundado.

 

Con el tiempo uno aprende que hay quienes se van para quedarse, porque la esencia de su alma no pesa en nosotros, porque su ausencia constituye parte de nuestra telaraña y es así presencia, porque esa presencia tan peculiar es parte de la fuerza que regenera los tejidos de nuestra propia alma. Ahí radica la  trascendencia de quien se va. Cuando su alma no nos pesa, no nos duele.

 

Escribo mientras traigo a la mente la imagen de mi propia telaraña, recorro cada uno de sus hilos e imagino su resistencia. Percibo la energía que se guarda en cada una de sus cavidades y me convenzo cada vez más de que –cuando se vive a profundidad– se puede ser fuente de inspiración para construir una gran telaraña que dé cabida a las almas que nos acompañan mientras seguimos vivos.

 

P.D. Como dice Charles Simic: “Escribir es siempre una traducción en palabras de lo que no tiene palabras…”

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Ivett Tinoco García

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