Parte I
Si como se ha dicho en una multiplicidad de fuentes documentales y, sin exagerar, en miles de reuniones de cierto tipo y variado calibre, «la familia es la célula de la sociedad» ¿por qué no habrían de transformarse dichas unidades microscópicas si desde otros vectores ocurren mutaciones a escala regional, nacional y global. Menos mal que el tejido social no ha permanecido inmutable, porque si no, continuaríamos recluidos en las cavernas, sin lenguaje ni civilización.
A su vez, en tanto los sujetos que forman las disímiles familias toman decisiones a esa escala micro, incluso fuera de los cánones pautados por la sociedad y sus países ¿por qué no habrían de presentarse transformaciones en aquel tejido del que forman parte? Se trata de un intercambio múltiple, dinámico, perenne, con influencias, ascensos, descensos, quiebres, revoluciones, retrocesos, ataques, defensas, oposiciones y revueltas que poco se alcanzan a ponderar en su justa dimensión, cuando de la sacrosanta familia se trata.
Para quienes siguen pensando que la familia es única e inmutable, habría que invitarles a leer algunos textos. Por ejemplo, varios pasos atrás en el tiempo, el de Friedrich Engels, El Origen de la Familia, la propiedad y el Estado (1891), en el que se ocupa de lo que ha sucedido desde el salvajismo, pasando por la barbarie, hasta llegar a lo que modernamente entendemos como familia. O bien, el libro de Jacques Donzelot, en el que nos recuerda que dicha unidad social se ha renovado tanto que:
«Ya no tiene sentido considerar a los hijos como algo en lo que apoyarse en la vejez o como instrumento de ambiciones concretas» (Donzelot, 1998: 221).
Para metamorfosis más recientes, hay que dar un paseo por libros como el de la francesa Élisabeth Roudinesco (2006), que lleva como inquietante título: La familia en desorden y, desde luego, el de David Popenoe (1998), quien encara lo que significan las estadísticas al alza de «Vivir sin padre». Imposible pasar por alto Historia del Matrimonio, de la socióloga estadounidense Stephanie Coonzt (2006) y, Amor Líquido, del filósofo, sociólogo y ensayista polaco Zymunt Bauman (2005). Para nuestro caso, hay que hincarle el diente a documentos como los de: Ariza, Marina y De Oliveira, Orlandina. (2004). Imágenes de la familia en el cambio de siglo; Lerner, Susana y Melgar Lucía (2010). Familias en el siglo XXI: realidades diversas y políticas públicas; Quilodrán, Julieta (2011). Parejas conyugales en transformación; Rabell, Cecilia (2009). Tramas Familiares en el México contemporáneo. Una perspectiva sociodemográfica, entre muchos, muchos otros.
Pretender que la familia, en singular, siga siendo lo que quizá fue durante corto tiempo, es negar el descomunal paso y peso que ejercen la historia social, económica, política, cultural, migratoria, tecnológica e incluso ambiental y, desde luego, sería clausurar el quehacer individual a gran escala y, viceversa, la sociedad sobre cada familia o persona. En una sucesión de colaboraciones, me propongo hacer una breve revisión en torno a los principales cambios a los que hemos asistido y de los que hemos sido coautores y coautoras, en torno a la transformación familiar. Sea pues, con esta primera entrega.
Convengamos que, en materia de familias, existió la denominada tradicional, basada en el poder absoluto del patriarca, orientada al cuidado y acrecentamiento patrimonial, para heredarla al primogénito, así como erigirse en dueño de su esposa, hijas e hijos; consecuentemente, un arregla-bodas, así como un padre autoritario, encargado de aplicar u ordenar castigos a cónyuge, descendencia, esclavos y sirvientes. Vamos, un dios-padre terrenal. Ese tipo de familia existió hasta mediados del siglo XVIII en gran parte de Europa y en Latinoamérica. Hemos de considerar que algunos vestigios de tales formas de pensar y de actuar se han filtrado hasta la actualidad, si bien en expresiones un tanto más tenues.
Después, hacia finales del siglo XVIII, sobrevinieron las familias modernas. Éstas construyeron sus bases sobre el amor erótico (concupiscente) en la pareja, lo que dio paso a la elección conyugal para ingresar a la institución matrimonial como receptáculo para legitimar la procreación, la división sexual del trabajo: labores domésticas y crianza para las mujeres; el espacio público y el empleo, para los varones y, que el Estado estuviese a cargo de la formación escolar de los infantes, aunque privilegiando a la progenie masculina. Este tipo de familias se mantuvieron vigentes hasta la década de los 60, hablando del siglo XX. A partir de los años 70, comenzó a surgir la familia posmoderna, basada en: la elección de la pareja, el control natal y la reducción de la descendencia, las uniones consensuales, el matrimonio opcional, el divorcio, la sucesión (o colección) de uniones o bodas, la doble y triple jornada a cargo de la madre-esposa, la fragilidad en la duración del vínculo conyugal, la erotización de la pareja, la reducción del periodo dedicado a la crianza por parte de las madres, la individualización y egotismo de los vástagos, la hipervaloración de la juventud y de la esbeltez, la emergencia del doble salario y, la consecuente pérdida o reducción de la autoridad paterna. Las tres grandes tendencias se entrecruzan y, si bien predomina la familia posmoderna o contemporánea, se aprecian rasgos –en mayor o menor medida– de las dos anteriores.
A pesar de tales mutaciones, en México, como en otros países, existen grupos sociales que, al desconocer las tres grandes tipologías, postulan la idea de que solamente debería tener cabida un tipo de familia, denominada: natural, normal, correcta, aceptable, digna y, por extensión, sanísima, entre otros epítetos que –como decían los griegos-- duermen el sueño de los justos. Por su estructura, en este país siguen siendo mayoría los subsistemas conyugal-nuclear, con hijos propios, así como las familias ampliadas, con uno o más subsistemas dentro, más otros parientes por línea y/o por grados de parentesco. Con base en datos de 2017, se reporta que en suelo azteca los hogares nucleares representan 72 % y que los ampliados agrupan 25.8% del total. Si comparamos dichas cifras, por ejemplo, con lo que teníamos en la década de los 70, se aprecia que las casas en las que únicamente habitaban la madre, el padre y sus vástagos, agrupaban 81 % y los no nucleares, figuraban con 19.3% de todos los hogares (INEGI, 2019; Ariza y Oliveira, 2006). En las sumas y restas, las familias monoparentales, sobre todo las de cabeza femenina, han ganado espacio. Dichas estructuras están enmarcadas por las características que imprime la posmodernidad.
Como lo he comentado, permean vectores globales y estructurales que hacen posible la transformación de la venerada familia mexicana, pero ¿qué metamorfosis más contundente que decidir sobre el número y secuencia de vástagos que cada mujer decida tener durante su vida reproductiva? Ellas han generado el punto de inflexión al mundo familiar. Veamos juntos el siguiente gráfico porque nos ilustra.
En 1960, permanecíamos como uno de los países que crecía demográficamente; se podía demostrar con varios indicadores, entre ellos, la Tasa Global de Fecundidad (TGF). Cual población de raíces judeo-cristianas, aplicábamos aquél bíblico mandato contenido en el Génesis que decía: «Creced y multiplicados». En promedio, las mujeres tenían y criaban siete hijos. Muchas otras, en el medio rural, tenían más progenie y algunas llegaban casi al doble de esa cifra, a costa de su cuerpo, salud y tiempo de vida. Estábamos logrando que la patria creciera.
En la década de los 60, se dio el paulatino uso de la pastilla anticonceptiva, para que las féminas controlaran la natalidad en sus países. La ingesta diaria de esa dosis hormonal se había descubierto en el año 1951; en EEUU comenzó a propagarse hasta inicios de 1960 y, tendríamos que esperar algunos años más para que en México se comenzara a consumir masivamente entre las sexualmente activas. En ello se estaba, cuando un movimiento social (y parcialmente global) se presentó: Las juventudes exigieron merecidos derechos políticos. Entonces, fuimos testigos del movimiento del 68, con la cruel matanza de Tlatelolco; sobrevendría la expresión hippie (paz y amor libre). Si pasamos por alto estos tres sucesos, más la creciente urbanización que experimentaba el país, entonces no se entendería porque hemos llegado a donde estamos.
Observe usted el mismo gráfico que tenemos arriba, casi tres lustros después del invento de la píldora anticonceptiva, en el año 1974, el México del régimen de Luis Echeverría, tomó parte en la Conferencia Mundial de Población, celebrada en Bucarest, Rumanía. Ahí acordaron que las poblaciones de los países tenían que ser controladas. México, no quiso quedar mal, al menos en ese sentido. Es cierto que se había modificado el Artículo 4º Constitucional y que abrió cauce al especificar la igualdad entre mujeres y hombres, así como el derecho a decidir el número de hijos/as y el escalonamiento de los mismos.
En ese año también se creó el Consejo Nacional de Población (CONAPO). Tres primaveras más tarde (1977) daría inicio el Plan Nacional de Planificación Familiar. Fue lanzada una campaña a través de los medios de comunicación, apoyada en una triada de eslóganes como bandera de concienciación: «La familia pequeña vive mejor»; «Vámonos haciendo menos» y, «Planifica, es cuestión de querer». Los resultados no se hicieron esperar, para 1980, cuando entraba en la recta final la presidencia de José Guillermo Abel López Portillo y Pacheco, el descenso de la fecundidad ya era un claro tobogán en picada. El presidente, defensor del peso, como un perro, contribuiría al ascenso de la población, al aportar dos vástagos más a los que había procreado con su primera esposa Carmen Romano, nada menos que con la actriz Sasha Montenegro.
Posicionado e integrado en las mentalidades colectivas el lema: «La familia pequeña vive mejor», mujeres de distintas edades, generaciones y condiciones socioeconómicas, comenzaron a hacer uso –algunas a escondidas de sus inclementes y demandantes maridos– de siete métodos de planificación y control natal: 1). Pastillas anticonceptivas; 2). Evitación del embarazo a través de la salpingoclasia; 3). Colocación del Dispositivo Intrauterino; 4). Aborto (clandestino, en su mayoría) o asistido; 5). Uso del condón; 6). El longevo e imperfecto coitus interruptus y, 7). Evitación (a veces falible) del contacto sexual con su pareja para reducir la probabilidad del embarazo, empleando el no menos multicentenario método natural o del «ritmo». Es cierto que sigilosamente ocupó su lugar, aunque pobre en frecuencia y resultados, la minoritaria y anti machista vasectomía.
En este México lindo, querido y ahora moreno, desde el año 2015 la Tasa Global de Fecundidad (TGF) se ha estabilizado en 2.1. Ello pone de relieve, entre otras cosas, que han sido las mujeres, mediante el control de sus cuerpos a la hora de ejercer su sexualidad, quienes han cimbrado y modificado una parte del sistema patriarcal de la otrora, familia tradicional y moderna. Seguiré…
Para saber más, consultar:
Ariza, Marina y De Oliveira, Orlandina. (2004). Imágenes de la familia en el cambio de siglo. México: UNAM.
Ariza, M. y Oliveira, O. (2006). «Regímenes sociodemográficos y estructura familiar: los escenarios cambiantes de los hogares mexicanos. Estudios Sociológicos», [en línea] XXIV (70), pp.3-30. [Disponible en]: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=59807001
Bauman, Zygmunt (2007). Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos. México: FCE.
Coonzt, Stephanie (2006). Historia del Matrimonio. Cómo el amor conquistó el matrimonio. España: Gedisa.
Donzelot, Jacques (1998). La policía de las familias. España: PRE-textos.
Engels, Friedrich, (1891). El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. En relación con las investigaciones de L.H. Morgan. Moscú: Progreso.
INEGI (2017). Encuesta Nacional de Hogares 2017. Disponible en: http://www.beta.inegi.org.mx/temas/hogares/
Lerner, Susana y Melgar Lucía (2010). Familias en el siglo XXI: realidades diversas y políticas públicas. México: UNAM/ COLMEX.
Loaeza, Guadalupe (2011). En el clóset. México: Ediciones B.
Popenoe, David (1998). «Life Without Father», en Daniels, Cynthia. Lost Fathers. The Politics of Fatherlessness in America. USA: St. Martin´s Griffin
Quilodrán, Julieta (2011). Parejas conyugales en transformación. México: COLMEX.
Rabell, Cecilia (2009). Tramas Familiares en el México contemporáneo. Una perspectiva sociodemográfica. México: UNAM/ COLMEX.
Roudinesco, Élisabeth (2006). La familia en desorden. México: FCE.
Coordinador Red Internacional FAMECOM