La primera edición de la obra del economista Enrique Padilla Aragón, "México: desarrollo con pobreza", apareció en agosto de 1968. Hacía un análisis de la economía mexicana a partir del régimen cardenista hasta finales de la década de los setenta del siglo XX. El economista observaba que dicho crecimiento económico registraba aceleraciones y retrasos, con algunos avances aunque con crecientes desigualdades, pero que la tasa de desarrollo iba de más a menos en el periodo.
Aunque por esa década de los setenta ya se empezaba a cuestionar la ecuación de desarrollo igual a crecimiento económico, en México siguió funcionando la ilusión del mito y en los siguientes 50 años el país ha buscado aplicar diferentes políticas económicas (incluyendo la apertura al exterior hasta el neoliberalismo), obteniendo no sólo alzas y desaceleraciones, sino incluso vigorosos auges (como el petrolero), pero también fuertes caídas (petroleras, financieras) y graves recesiones, con más o menos inflación, retrocesos y una persistente concentración del ingreso.
En lo que va del siglo 21 la tasa de crecimiento económico sigue con alzas (ya sin auges) y bajas (fuertes cuando las agravan las recesiones mundiales), que resultan en un estancamiento de alrededor del 2 por ciento anual, que apenas rebasa la ya de por sí baja tasa del aumento demográfico.
Lo que el economista Padilla Aragón veía en retrospectiva, un no economista como Gustavo Esteva claramente percibía pocos años después la "Agonía de un mito: ¿Cómo reformular el 'desarrollo'?"
Esteva cuestionaba no sólo la definición del "desarrollo" sino la misma noción de "pobreza". El verdadero pobre, sostiene Gustavo Esteva en una entrevista esclarecedora, no es quien carece de lo que se estima necesario según los "estándares de vida", sino aquel a quien se ha despojado de las capacidades para determinar su propia vida y los medios para alcanzarla.
El progreso y el desarrollo se vuelven términos que es necesario analizar con cuidado. Gustavo Esteva, en su tiempo amigo y colaborador del controvertido ex sacerdote Iván Illich, un pensador austríaco avecindado en Cuernavaca, autor de una serie de críticas a las instituciones clave del progreso en la cultura moderna. Criticó la medicina profesional y de patente, así como el trabajo ajeno y no creador, y el consumo voraz de energía necesaria para el desarrollo económico como una negación de la equidad y la justicia social.
Fue especialmente crítico del sistema escolar en los años setenta, un tema que desde entonces está englobado en una posición crítica del desarrollo y la noción del supuesto progreso de la sociedad. Tema éste de la reforma de la educación y su correlación con la pobreza, hasta hoy muy controversial no solamente en nuestro país.
En la discutible cuestión de qué significa el progreso o desarrollo, Esteva acompañaba a Illich y señalaba que el subdesarrollo cobró importancia como concepto cuando fue introducido por el presidente de Estados Unidos Harry Truman en 1949. Esto dividió, casi de la noche a la mañana, a la humanidad en dos grupos: los desarrollados (como ideal) y los miserables que no lo eran, pero deberían aspirar a serlo, guiados por los ¨expertos¨de los países desarrollados.
En el ¨mejor¨ de los casos surgió el homo consumidor, pero en el peor apareció el homo miserabilis súbitamente como una mutación del homo economicus (caracterizado por la escasez común al ser humano), y nació la miseria o "pobreza extrema" como se le clasifica en México. Una persona apenas sobreviviendo sin siquiera educación, ni mínimo salario ni mínimo consumo básico (hoy conocidos como Ninis porque ni tienen oportunidades de estudiar ni de trabajar) o en general los excluidos, marginales u oprimidos.
A pesar de esto, la gente vive hoy la idea de desarrollo con ambivalencia: resiente los daños que causan en su realidad natural y social, pero también muchos lo ven con fascinación.
El mito persiste y se cree todavía en el diagnóstico del subdesarrollo... y del futuro desarrollo, aunque los sentimientos de la sociedad están polarizados. Unos exigen confiar en el libre mercado (otra ilusión, pero que a veces funciona) y otros en el Estado, que pretende ser nacional popular (otra ilusión que en ratos funciona), pero que en el neoliberalismo global resulta transnacional y elitista.
En fin, nos encontramos en el periodo de incertidumbre al final de una era, cuando sus conceptos y racionalidades no permiten ya entender fácilmente la realidad y transformarla. Se requiere crear pragmáticamente, sin ilusiones, una nueva realidad con bienestar, por todos y para todos.