Parece un sueño, el cinco de febrero de 1952, nació este Seminario; tuvo por cuna el risueño y mágico pueblo de Valle de Bravo. Nació el arrullo de cascadas, envuelto en auroras de oro y grana, y contemplando el cielo la pupila cristalina de un lago.
El pastor de esta porción de pueblo de Dios, como lo hace un padre, anunció tan esperado nacimiento a través de circulares invitaciones, para que conocieran y apadrinaran el pequeño, y así gran parte de su clero y algunos seglares preeminentes se dieran cita en Valle de Bravo, para contemplar el Seminario, niño que nacía fecundo en esperanzas para la amada Diócesis.
Desde su nacimiento, este Seminario fue confiado a la protección de la Santísima Virgen de Guadalupe, su patrona principal, quien con mano dedicada se ha consagrado a lo largo de estos años de formar en su seno a los “nuevos Cristos”.
El inquieto Felipillo quedó como modelo de las generaciones que desfilarían por este Seminario. El protomártir mexicano que supo conquistar el cielo a temprana hora, con el derramamiento de su sangre, se encargaría de enseñar con su ejemplo, la entrega total de los seguidores de Cristo, en el amor a Dios y a las almas.
Al entonces Beato Pio X -modelo de sacerdotes, que supo escalar con sus virtudes y la senda del sacerdocio, hasta el pontificado, y de allí llegar al cielo- se le confió este seminario, para que siguiendo su ejemplo de pobreza, humildad, ciencia y amor a Dios, llegaran todos los aspirantes al sacerdocio, a ser fieles ministros del Señor en la entrega cotidiana de su vida, como Pio X lo hizo.
El excelentísimo Señor, cual padre previsor, confió la educación de su pequeño Seminario a hombres sensatos y experimentados. Cupo en gracia al señor presbítero don José Álvarez Barrón, ser el primer vicerrector de este Seminario, quien lo dirigió con mano segura hasta el 15 de noviembre de 1961. Cabe decir que, al terminar su gestión, diez de los alumnos que él recibiera en Valle de Bravo, eran ya diáconos.
¡Gracias, padre Álvarez, por los girones de tu vida que dejaste en el Seminario de Toluca; tus desvelos han fructificado y la veintena de sacerdotes que tu formaste está ya en la brega; ellos luchan por Cristo, y una buena parte!
Bajo las órdenes del padre Álvarez y para colaborar en la misma empresa fueron nombrados los señores sacerdotes: don Heriberto Escamilla, como prefecto de la Primera División y maestro de varias asignaturas; on Telésforo Flores, también como prefecto de Disciplina y maestro de varias asignaturas; don Agustín Escudero, como maestro en algunas asignaturas.
El recuerdo de ellos vive perennemente en el Seminario, y todo el plantel les guarda una gratitud eterna.
Una casona llena de recuerdos
En los anexos del Santuario de Santa María, hay una casa llena de recuerdos….. Allí vacacionaron los seminaristas de la Arquidiócesis de México, por largos años. En aquel 5 de febrero, con motivo de tan fausto acontecimiento, alberga 60 jóvenes, que heridos del amor de Dios querían seguir las huellas de Cristo. Fueron, a quienes tocó en suerte ser los fundadores del Seminario. De entre ellos, llegaron veinte al sacerdocio y trabajaron en la viña del Señor.
El Seminario se traslada a Toluca
Solo un año vivió aquel pequeño Seminario alejado de la casa paterna. Para el siguiente curso, 1953, fue trasladado al lado del Pastor, para que a la sombra de su cayado se desarrollara lozano, fuerte y diestro. Su nuevo domicilio se fijó en el lugar que otrora ocupara la antigua Hacienda “La Garceza”, propiedad del ilustre señor don Santos López Rodríguez, quien desprendiéndose con gran generosidad de su propiedad, la donó al excelentísimo señor Obispo, para que allí se construyera definitivamente la casa de los futuros sacerdotes de Toluca.
“Señor Santos López, los muros que nos cobijan, los prados que nos recrean y el murmullo de chopos y llorones cuando los azota el viento, a diario nos hablan de vuestra generosidad. Solo sabemos decirle: Muchas gracias. ¡Que Dios lo premie con la vida eterna!”
En su realización, el edificio desde su principio fue dirigido por el ingeniero arquitecto Armodio del Valle Arizpe.
El Seminario está construido de concreto y cubierto en su exterior, con tabique de la Huerta, con lo que adquiere lo que en arquitectura llamamos “Estilo Aparente”.
Hermosos y amplios ventanales, en los que resalta el signo de nuestra redención, dan paso a la luz que inunda aulas, corredores y cuartos, dando un esplendor incomparable a esta bendita casa, ¡tan hermosa! Que constituye una parábola eterna: pequeño grano de mostaza en un principio, y hoy árbol frondoso que abriga entre sus muros a cientos de levitas aspirantes al sacerdocio de Cristo!
A quien contempló el desplomarse de una antigua construcción y dar paso a nuevas instalaciones y estructuras, quizá le parezca un sueño el poder admirar hoy la magnífica transformación: los enormes galerones en que se reunían las simientes, pronto se convirtieron en habitaciones, estudios, corredores, etc, y lo que fue casa de un gran hacendado es hoy casa de Dios, de donde saldrán los progenitores de los habitantes del cielo.
Al centro de este majestuoso edificio, se yergue desafiante la Capilla del Seminario Mayor, de forma circular y única en su estilo. Fuertes trabes de cemento armado sostienen su remate, que es un anillo del cual surgen una serie de tímpanos de forma triangular, coronados, sobre la que se yergue una estatua del Arcángel San Miguel custodio fiel del Seminario y patrono secundario del mismo.
La Capilla esta circundada de ventanales que están cubiertos unos con ónix y otros con vitrales, que le darán un colorido inusitado.
Es esto a grandes pinceladas, la reseña sencilla de un Seminario, que ha caminado a pasos de gigante y ha conseguido lo que hermanos suyos centenarios no han conseguido.
Si es verdad que su realización fue gracias al esfuerzo y sufrimiento de un “Pastor Infatigable”, no es menos verdad que también se ha realizado, gracias a las “ovejas” a él confiadas. Todo el edificio es una bella amalgama de sudores del pastor y de su pueblo, particularmente a la A.C, que desde un principio fue un fuerte apoyo, en especial a la U.F.C.M. no nos deja mentir entre otras cosas, la señora Elena Salgado de Roth, quien se desvivió por el Seminario, y quien ocupó el puesto de presidenta de dicha organización por largos años. Gratitud hacia ella y a todas aquellas personas que siguiendo su ejemplo, cooperaron “nuevos Cristos”.
Y porqué no, vaya una gratitud a aquellos seminaristas de antaño, que mezclaron sus sudores con el cemento que forman los muros del regio Seminario; sus manos encallecidas por el pico y la pala son para los toluqueños un ejemplo de siempre estar hablando de esfuerzo y abnegación.
Semblanza de don Santos López Rodríguez
La presencia de un espíritu noble y generoso siempre vivirá entre los hombres, porque la bondad de sus actos y su trascendencia son testimonios de su perennidad: “La memoria del justo es eterna”; “pues sus obras acompañan”.
Estas ideas vienen a mi mente al recordar y saber de él por sus nietos, a don Santos López Rodríguez.
Joaquín López Sánchez y Jacoba Rodríguez fueron los padres de don Santos, quien nació en Lledias, Asturias (España), un 9 de diciembre de 1894, vivió en el blanco clima de Toluca desde la edad de 11 años.
Su tío don Ramón Rodríguez, se lo trajo a nuestras tierras y cuidó de su educación, poniéndolo en manos de los padres Paulinos, para su enseñanza primaria, y luego, después del estudio de Comercio en el Colegio Eliseo Católico de Querétaro, donde cursó la Preparatoria.
Estos fueron los fundamentos de su cristianismo: la virtud de la caridad, dimensiones en el transcurso de su vida.
Regreso a Toluca donde se dedicó a trabajar en el comercio de semillas, y casado con la señorita María de la Luz Pliego Sánchez, el 4 de junio de 1919, tuvo nueve hijos: Gloria, Clara, Consuelo, Concepcion, Enrique, María del Refugio, María del Carmen, Joaquín y Ramón.
La Providencia prepara los caminos…. Sin duda, fue quien sugirió a don Santos el gesto de generosidad y desprendimiento por lo que tuvo los fundamentos para la construcción del Seminario.
Fue la tarde del 17 de febrero de 1951, en la misma fecha de la preconización episcopal de del digno prelado, cuando se desarrolló el siguiente diálogo entre nuestro obispo de ese entonces y don Santos:
“Excelentísimo Señor, ahora como obispo, ¿qué es lo que más necesita?”
Seminario! ¡No tengo Seminario!
“Y para esto, ¿qué es lo que de inmediato necesita?”
“Terreno ¡un terreno que sin estar dentro de la ciudad, no esté retirado de ella, según las normas del derecho canónico”.
Fue aquí cuando don Santos perpetuó su nombre entre ellos al contestar: “Mire yo tengo el casco de la Garceza con 17 hectáreas y lo pongo a su disposición”.
El celo del Pastor solo pudo contestar:
“La tomo. ¿Cuándo comienzo a trabajar en ella?”
“Nada mas déjeme sacar algunas cosas…” concluyó con toda sencillez don Santos.
Era un hombre en quien se podía tener confianza, comentaba el excelentísimo rector al evocar esos recuerdos.
Desde entonces el nombre de don Santos López, ha sido íntimamente unido a la vida del Seminario.
Señor don Santos, mientras su antigua Garceza lance al viento su campanil y las estructuras de su recia cúpula, estará usted latente en sus voces y plegarias; mientras en los corredores, en los patios y en las aulas haya un seminarista, usted seguirá viviendo aquí, “los muros que nos cobijan, los pardos que nos rodean y el murmullo de los chopos y llorones azotados por el viento”, a diario nos hablen de su generosidad, con la mente, el corazón y los labios viviremos diciéndole ¡Muchas Gracias! Que Dios le premie y le otorgue el descanso en la Vida Eterna!”
Dedicado a mis buenos amigos y nietos de don Santos López ¡¡Santos y Enrique López García!!