Juventud debería ser sinónimo de revolución, como decía Salvador Allende, entendiendo al revolucionario como aquel capaz de cuestionar al sistema, proponer con solidez ideológica y trabajar en favor de las mayorías. Desgraciadamente, en México, el joven militante es quien hace todo lo posible por quedar bien con quienes tienen el poder en sus partidos, sin importarles mucho la honorabilidad, ética, patriotismo o preparación. Las juventudes de los partidos están totalmente erosionadas ante su enorme prisa por posar y acumular, teniendo entre sus prioridades la satisfacción de sus objetivos más banales, en lugar de llenarse de más contenido y vocación por perseguir las causas más nobles. El joven político de México no entiende que la vida pública es para ver que tanto puedes darle a la gente y se esfuerzan demasiado por imitar a lo más rancio de la clase política, aspirando a ciertos privilegios y acumulación que sólo llevarán a le terrible consecuencia de extraer y marginar más a las mayorías.
Desafortunadamente, es común ver a la mayoría de los jóvenes militantes defender y promover a sus institutos políticos con demasiada pasión, poca honradez intelectual y casi nada de nociones éticas. Defienden lo indefendible, golpean sin causa las acciones del contrincante y callan sin pundonor ante los escándalos de corrupción de determinadas figuras con quienes comparten militancia. Llenan sus redes sociales de vanidad, lanzando elogios y porras en sus fotos con funcionarios, lucrando con los más marginados a quienes utilizan para poner frases sin mucho sentido, con el único fin de ganar likes. Perciben la política como el camino a la acumulación y dedican su tiempo a posar y quedar bien hasta que consiguen algún cargo o espacio dentro de la vida pública. Es desalentador para los 70 millones de mexicanos padeciendo de profundas desigualdades observar que los puestos se los disputan jóvenes que menosprecian la preparación, la ideología y el patriotismo, para privilegiar lo superficial, las porras, la ausencia de análisis y el servilismo.
México necesita una clase política leal a los intereses de la mayoría, de profundos ideales y convicciones, preparada, leída, ética, honesta, y sobria, sin afán de acumular privilegios a partir del poder público. Desafortunadamente en las generaciones que han ostentado el poder durante las últimas décadas hay pocos con alguna de estas características. El panorama se vuelve más preocupante cuando en la juventud se encuentran aduladores que podrían perpetuar lo más rancio del sistema, en lugar de observarse en los aspirantes a político más ideas, más preparación y más moral. Son demasiados los novatos imitando a personajes nada admirables, muchos son más vanidosos que preparados, más obedientes que honrados, más interesados en quedar bien con los políticos que con la gente, desde su trivialidad se percibe una nueva clase política potencialmente más dañina para los mexicanos que todas las anteriores. Los cuadros juveniles deben reformarse para olvidar todo lo vano y adquirir más sustancia. Nuestra nación requiere de generaciones con genuino amor a la patria, profundos deseos de cambio y voluntad para enfrentar todo aquello que hace daño. La política no es para acumular, es para trabajar y aportar en favor de la igualdad.