Comercio Automotriz:
El comercio en su rama automotriz estaba representado por varias agencias. La agencia Ford, cuyo propietario era don Manuel Sánchez, asociado con sus hermanos Jesús y Mariano, se instaló en avenida Independencia número 59, para tiempo después reubicarse en la avenida Villada número 4 planta baja de la casa de don German Roth, inmueble que aún se conserva a cargo de mi estimada amiga Luci Roth de Muñoz Samayoa (hija de don German). Los aparadores estaban protegidos por unos barandales curvos para evitar que las personas tocaran directamente el vidrio. Ahí funcionó hasta el año de 1934, fecha en que se inauguró la nueva ubicada en Hidalgo; este evento fue realizado con una rumbosa fiesta amenizada por la orquesta de Moisés, la cual era patrocinada en sus conciertos de los lunes en la XEW, por la Ford Motor Company. (esta agencia en la actualidad ya no existe en este lugar).
En la construcción de este espacioso local, ubicado frente al jardín e Iglesia de Santa Clara, intervino el ingeniero Rogerio A. Silva. La estructura del taller fue encomendada a la empresa Campos Hermanos, que por aquellas fechas iniciaba sus operaciones.
Es de reconocer que los hermanos Sánchez fueron ejemplo de empresarios de gran seriedad y disciplina; en la actualidad el que lleva a cargo este ramo automotriz es el buen amigo Ernesto Sánchez Echeverri hijo del finado amigo Germán Sánchez Fabela y Musy Echeverri de Sánchez.
A principios de la década en referencia, el automóvil Ford de cuatro cilindros costaba 800 pesos oro; y en 1936, el nuevo modelo V-8, costaba 3,500 pesos plata.
Otra agencia de automóviles era la conocida Chevrolet, localizada en Independencia, en el tramo comprendido entre Rayón y Sor Juana Inés de la Cruz, la cual era propiedad de don Gabriel Esnaurrizar, casado con la señora María Carretero.
En la postrimería de la década mencionada, fue fundada la agencia Chrysler; que representaba el señor Menvielle, padre del muy conocido don Eugenio.
La Dodge fue establecida en los bajos de la casa numero 10 de Juárez por don Ramón Pérez Muñiz; de aquí fue trasladada a otro local de la avenida Hidalgo oriente; finalmente la agencia cambió de representación y se trasladó a la salida de la ciudad, en el punto donde fue conocido como puerta Tollotzin. Don Ramón, casado con Redemta Elorza, era ayudado en su comercio por su cuñada Hortensia Elorza.
A mediados de los cuarenta se realizó la inauguración de la Agencia Automotriz Agrícola y de Transportes, cuyo representante también era don Ramón Pérez Muñiz.
El Tianguis:
El tianguis entre nosotros es la expresión típica del comercio, aun desde antes de la llegada de los españoles. En Toluca, en la época colonial esta tenía lugar en el centro mismo de la ciudad. Se desarrollaba en la calle del maíz (hoy Constitución), en los alrededores de los Portales y del antiguo mercado, cuyo establecimiento se hizo aprovechando el local de la exposición que organizó Mariano Riva Palacio. A principios del siglo XX se construyó el mercado 16 de septiembre y se ordenó el desplazamiento del tianguis a sus alrededores; así pues, desde principios de siglo (1910), este tuvo lugar en las calles adyacentes a este mercado, que después de muchos años de construcción fue concluido en el año de 1933.
El tianguis, o día de plaza, como también se le llamaba, tenía lugar los viernes y sus preparativos se hacían desde la víspera. Gente de todos los pueblos del Valle se daban cita aquí, llegando en camiones, carretones, en animales o caminando; quienes venían de zonas muy retiradas se alojaban en los mesones de la Ronda, de San Macario, todavía cercanos al antiguo mercado, y en el de don Serafín Aguilar, situado en la calle de Gómez Pedraza.
Concurrían miles de personas que llegaban al amanecer y se retiraban al atardecer. Las transacciones casi constituían un trueque, puesto que la gente venía a vender y producía y adquiría lo que necesitaba. El grandioso escenario multicolor (en verdad era un espectáculo), se localizaba al oriente y al sur del famoso Templo de El Carmen, ocupando casi toda la plaza España (hoy en día la construcción de un gran observatorio); a lo largo de General Prim por el norte y al oriente por Rayón, al sur por las calles de Arteaga y al poniente por la Plazuela del 16 de septiembre; también se extendía a lo largo de la avenida Juárez, hasta su cruce con la calle Real o avenida Independencia. La concurrencia llegaba por los cuatro puntos cardinales, pero los accesos principales eran el callejón de El Carmen, el callejón Primo de Verdad, la calle Matlazincas por el norte, Arteaga y General Prim, a lo largo de los cuales venia gente de los pueblos de San Andrés, San Pablo, Ixtlahuaca, Calixtlahuaca, etc.; por la avenida Juárez, arribaban los precedentes de Tenancingo, Tenango y otros lugares del sur.
Para facilitar las operaciones, los vendedores eran acomodados por las autoridades del Ayuntamiento, concretamente el administrador del mercado y sus ayudantes, en determinados lugares. Así, encontrábamos a partir del Templo del Carmen a los vendedores de rosarios, cuyos puestos consistían en una mesa con un toldo, y exponían sus rosarios, imágenes y otros artículos sobre una tela aterciopelada, que hacía destacar los artículos en ven, destacaba el mercado de animales. Siguiendo por la Plaza España, acaso uno de los tramos más pintorescos, destacaba el mercado de animales, que se hacia al oriente del Carmen; ahí se vendían, cerdos, asnos, borregos y otros animales domésticos. Enseguida se colocaban también los fabricantes de artefactos, utensilios y artesanías de madera, procedentes de San Antonio la Isla y Santa María Rayón (hasta la fecha artesanías muy conocidas y vendidas): cucharas, juguetería, baleros, trompos, carritos para jalar, muebles grabados; completaba la exhibición la sillería de madera natural con asiento de tule traída del Tenancingo. Un poco mas adelante, sobre este mismo tramo, podían adquirirse nichos de madera para santos, así como también cromos impresos a todo color, muy apreciados por la gente.
En la acera contraria, junto a las casas de los Piña, los Casasola y los Zenil, se colocaban eventualmente los pulqueros, que depositaban sus curados en grandes tinas; sus puestos consistían en cuatro postes con techo de tejamanil, sobre el cual se ponían piedras para que estos no volaran, y había asientos en la parte de atrás para los parroquianos que dispusieran de beber pulque; los laterales eran cubiertos con tramos de yute de costalería. Un poco mas al oriente, frente a la cantina La equitativa, de Guillermo Alcántara, y la Cerería La Aurora, de Caritino García, se reservaba anualmente ese espacio para los puestos de cera y del alfeñique (recordemos que somos pioneros en alfeñique); en los días de muertos; sobre la parte oriente de la Plaza España se instalaban los puestos de jarros y piezas de alfarería procedentes de Metepec y de Santiaguito, cerca de Almoloya de Juárez; era enorme la variedad de esta artesanía y coloridas piezas de ornato. En General Prim, sobre la Plaza de El Carmen, se asentaban los vendedores de pollo. Curiosamente estos mercaderes, formaban una tribu, pudiéramos llamarle, de polleros endógamos, pues se casaban solo entre los miembros del grupo y se intercalaban a sus esposas, sin que hubiese pleito o diferencias por ello.
En relación por lo anterior, en huacales de tiras de madera o malla de lazo de jarcia traían su mercancía, la cual vendían por kilo, aunque mañosamente llenaban los pollos de agua para que dieran mayor peso. También allí mismo desplumaban hábilmente a las aves para venderlas así al público, principalmente a las señoras de la sociedad de Toluca, que cada viernes compraban. Este pintoresco grupo de vendedores adquiría todo el pollo que procedía de los pueblos y en la tarde ya reunido todo, era embarcado y llevado a la ciudad de México a bordo de los Transportes Lozano.
La Plaza de El Carmen, era ocupada por los vendedores de jarcería, acocotes, lazos, mecapales y petates; este conjunto ofrecía también una vista de lo más pintoresco. También ahí los miércoles se hacia un muy concurrido y animado tianguis de palma, que era utilizada para el tejido de sombreros, al cual llegaba gente en su mayoría de San Andrés Cuexcontitlán y pueblos circunvecinos, que aun se dedicaban al tejido de palma.
Siguiendo nuestro recorrido por las calles de General Prim, nos encontramos con los puestos de fruta de toda clase, procedente de Valle de Bravo, de donde se traía el plátano, principalmente, y la ciruela, que se expendía en jícaras y al secarse se vendía como pasa. En todo este tramo podía uno comprar asimismo verduras y flores en los puestos que llegaban desde Rayón, donde tenía una serie de puestos don León Infante.
En este crucero como se mencionó anteriormente, en fin de año se expendía la caña de azúcar proveniente de tierra caliente, que era utilizada en las fiestas decembrinas. En el tramo de Rayón frente al mercado continuaba el expendio de verduras y frutas y, en el crucero con la calle de Arteaga, como vestigio de la antigua plaza del carbón, que aquí se hacía, se vendía cal, tequesquite y otros artículos para el nixtamal. En Arteaga, precisamente frente a las tiendas de don Maximiliano Caballero y de don Joaquín Fernández, se instalaban los yerberos, que ofertaban todo tipo de plantas medicinales y aromáticas que tenían gran demanda. En el cruce con avenida Juárez, los canasteros vendían cestería especialmente a turistas norteamericanos, que empezaron a llegar alrededor de 1935, cuando pudo transitarse con cierta facilidad la carretera de Laredo. También se encontraban ahí los puestos de ropa y otros textiles, como el de los Gaytán, que vendían rebozos, o el de los Cárdenas, que hacían una gran exhibición de sus mercancías, como los vistosos sarapes de Gualupita y prendas de vestir de lana.
El tianguis terminaba en la avenida Juárez, donde estaba el puesto de Luis Gómez, vendedor de loza y peltre, quien comúnmente se instalaba frente a la tienda de Ciro Estrada (reseña ya escrita).
Un poco más al norte se encontraba el puesto de ropa hecha para obrero confeccionada en mezclilla y gabardina, de gran demanda en la época. Entre estos comerciantes estaban los papás de Toño Naime, y la familia Cuevas, que también vendía zapatos tenis. La venta de sedas y géneros, procedentes de la ciudad de México, y que con gran algarabía eran adquiridos en medio del bullicio de mercaderes y visitantes, completaba este tramo, la venta de artículos de perfumería.
Además de los puestos instalados en el tianguis, concurrían a este, infinidad de vendedores ambulantes; los barilleros, que llevaban al frente una cajita de poco fondo en donde exponían su mercancía consistente en agujas para coser, dedales, encajes, espejos, agujetas para zapatos, etc.; los paleteros llevaban sobre la cabeza el bote que llevaba paletas de diversos sabores las cuales en esa época costaban un centavo, los dulceros ofrecían por los pasillos sus macarrones de leche, cocadas, camotes, etc.; del mismo tipo de los que hacia la famosa Clarita y que hasta hoy en día se venden este tipo de dulces en las alacenas de los portales.
Ya al atardecer se presentaba el vendedor de cacahuates garapiñados, el de toritos e iglesitas de yeso con puertas y ventanas obturadas con papel de china, que llevaban por dentro una vela encendida para iluminarlas. Eventualmente aparecían por ahí quienes ofrecían astas o cuernos (como percheros) de toro, que se usaban para colgar el abrigo o el sombrero.
Así mismo era común ver payasos callejeros que presentaban algunos números famosos de Ricardo Bell y que entre ellos llamaban “entradas cómicas”, completando sus actuaciones con algunas prestidigitaciones muy simples, como aquella que a un niño le hacían poner un huevo como si fuera gallina. Había merolicos que con su convincente verbo vendían “curalotodo”, y atraían a la gente, que en gran cantidad les rodeaba, anunciando con gritos que harían mover hasta un muñeco de trapo.
Nunca faltaban los animadores, siempre en parejas, en cuya actuación el adivinador propiamente dicho, sentado y con los ojos vendados, contestaba algunas preguntas que le hacían los concurrentes sobre objetos y animales perdidos, previo pago de un peso.
Al filo del mediodía se veía de vez en cuando a los anunciadores en largos zancos de madera, de aproximadamente cuatro metros de altura, quienes mediante una bocina hacían propaganda de alguna marca de cigarros o de determinada casa comercial del rumbo. Estos gigantes gritones sufrían cuando los chamacos les tocaban los zancos.
La fiesta no estaba completa sin los cancioneros, generalmente duetos que actuaban en medio de un ruedo de gente entonando corridos cuya letra impresa en papel delgado vendían al final de cada canción a un precio de cinco centavos. Se trataba de una música monótona, pues las melodías casi siempre eran las mismas. Resultaba notable ver que cuando en el curso de la canción se mencionaba a la Virgen de Guadalupe, el auditorio de oyentes se descubría la cabeza a un mismo tiempo. Por supuesto, tampoco faltaban los carteristas quienes actuaban por parejas y en complicidad con algunos puesteros, en donde dejaban lo robado.
Para cerrar este este capítulo, comentamos que, en medio de la frenética actividad del viernes de plaza, como a las tres de la tarde, se desataban unos diez o doce voceadores vendiendo periódicos, generalmente de fecha pasada, gritando a su vez y exagerando alguna noticia sin importancia, y quienes compraban y agotaban estos diarios, eran, en su mayoría, analfabetas, e iban pidiendo el favor de que alguien se los leyera.
¡¡Continuará……!!