Pasó hace muchos años ya. Treinta y seis años. Mi hijo era un niño de once añitos. Ese día, lo fui a dejar a su escuela a la que entraba a las siete de la madrugada. Y de regreso, por supuesto que sentí el sismo en todo su rigor. Era muy temprano todavía. Hice dos llamadas: una, a la Escuela Mexicana Americana. En ese momento, no me contestó Mrs. Chaix, la directora, sino una increíble maestra de psicología, quien me dijo que todo estaba bien en el edificio. Otra, a Alfonso Durazo Montaño, que vivía en un edificio de la colonia Roma, en un piso bien alto. Era el Coordinador de Delegaciones de la institución más noble que he conocido en mi vida: el CREA.
Yo era directora del CREA de la Delegación Xochimilco. Las instrucciones de Alfonso, eran ir a ver qué había pasado en mi Delegación y apoyar en todo lo que estuviera en mis manos. Salí ipso-facto de mi casa, y empecé a transitar hacia el sur de la Ciudad de México. Iba por Tlalpan, con una compañera de trabajo que vivía a la vuelta de mi casa. Por gracia divina, a ninguna de las dos, nos había pasado nada.
Qué horrible ir pasando por la Calzada de Tlalpan, e ir viendo edificios colapsados. Gente afuera de sus departamentos y casas; era un verdadero caos. Ni remotamente imaginé que estaría así la Ciudad de México.
Poco a poco se fueron decidiendo cómo hacer para no colapsar más la ciudad. La gente sola, comenzó a hacer filas de apoyo, en, por ejemplo, el Centro; la Colonia Roma; y las más afectadas por el sismo.
Nos tocó ir, vestidos con nuestras chamarras rojas, con nuestros grandes logos que decían quienes éramos y de donde veníamos, a cada uno de los CREAS, al Centro de la Ciudad, a dar nuestro apoyo.
Lo importante, no es que nosotros y miles de instituciones estábamos prestas para apoyar a los que se quedaron sin casa; sin cosas; sino a los que se quedaron sin absolutamente nada, --como un compañero de trabajo, que se salió volado y adentro de su edificio, se quedó su esposa y su hijito. Allí murieron--. Sino por la cantidad de mexicanos que estuvieron organizados y organizando, para apoyar a instituciones tan asombrosas como la Cruz Roja.
El sismo de 1985, es un parte aguas, para la sociedad mexicana. Nunca tuvimos tanto apoyo de tantos. Nunca se vio a un país más solidario y más lleno de apoyo y afecto a sus compañeros que más lo necesitaban.
Y por supuesto que recibimos apoyo de todo el mundo. Pero nosotros ya estábamos absolutamente organizados para poder, de piedra en piedra, quitar los escombros y las ruinas de lo que quedó en muchos edificios del centro del país. Y rescatar a nuestros semejantes.
Lo más triste que pude ver, fue el Estadio de Beis ball del Seguro Social, en Av. Cuauhtémoc y Viaducto Miguel Alemán, repleto de todos quienes habían fallecido. Era espantoso.
Luego fuimos poco a poco, al Centro de la Ciudad a “expropiar”, con nuestras órdenes en la mano, miles de predios que estaban sin ser atendidos, hace años. Y nadie nos decía ni pío. Estaban apoyándonos. La verdad éramos muy muy jóvenes, y fue la experiencia más espantosa que vivimos en ese tiempo de vida. Pero la más reconfortante y llena de saber que si estábamos vivos, teníamos que ayudar a los nuestros, que más lo necesitaran. Y así lo hicimos. Pudimos ayudar. Era el CREA de Heriberto Galindo y más nos valía hacerlo y bien.
Al día siguiente volvió a temblar a las 7 de la noche. Estaba con mi hijo en un Super Compras. Corrió tanto el chamaco, para ver que a su abuela no le hubiese pasado nada, que me costó trabajo alcanzarlo. Era septiembre19-20, y un día como hoy, también muero de miedo. ¡Dios nos agarre confesados!