El poeta, escritor y ensayista mexicano, que trabajó como observador cronista Manuel Gutiérrez Nájera a finales del siglo XIX, compara a nuestra bella Toluca con una mujer joven y fresca.
Con el romanticismo que caracteriza a esa época, Gutiérrez Nájera escribe en relación con otras ciudades mexicanas como Mérida es la opulenta señora del henequén, la rica hembra; Guadalajara es andaluza, tienes ojos negros, mantilla blanca y navaja para herir a los enemigos de la libertad; Tampico parece amada de los peces, la del hermoso rio, la de las náyades desnudas; Tlaxcala es una tumba; Guanajuato una mina; la caverna deslúmbrate de Aladino; Jalapa es jardín; Oaxaca, nido de cóndores; Chilpancingo es montaña, la cúspide inaccesible de Guerrero; Monterrey y San Cristóbal son vigías, centinelas avanzados; en Morelia palpita el corazón de la insurgencia; Veracruz es como la gran ventana abierta por donde se asoma una linda mujer mirando hacia Europa mientras cantan las mandolinas, hierve la Borgoña en las copas y se oye el ruido de los chorros de oro; Querétaro la triste, la enlutada, semeja el féretro de Maximiliano, ajusticiado por la Republica; en Cuernavaca la naturaleza canta un himno, la cascada de San Antonio entona un salmo y el aire que viene despedido por los obscuros arboles de Huizilac, y todavía caliente como mejilla del siervo recién abofeteada por el amo, habla en voz baja de aventuras y empresas de Cortes, de los sueños románticos del pálido Archiduque y de las tristezas agoreras, funestas de la altiva Carlota.
Para Gutiérrez Nájera, Toluca es una ciudad flamante y nuevecita, una muchacha joven y coqueta; al referirse a la ciudad señala con su marcado romanticismo: “Coquetea la traviesa y ríe de sus enamorados, su risa de muchacha, cortejada por brillantes legiones de donceles, es la que vemos; hecha espuma al pasar por el Monte de las Cruces, la que escuchamos cuando salta el agua en la selvosa cumbre, como nietezuela que retoza en las rodillas del abuelo. Tenemos que llegar a ella subiendo, primero, cual si trepando por el tronco y las ramas del frondoso cedro nos enramamos hasta el balcón de la garrida castellana; y, llegando a la cima hay que bajar, así como se arrodilló el trovador ante el alcázar escalonado.
El prólogo del viaje a Toluca es tan hermoso como el prólogo de todos los amores. Figura el incienso, el humo de la locomotora; vestido de novia, cuajado de encajes, la espuma frecuente de las aguas; el cedro, candelabro gigantesco; y la catedral dispuesta para nupcias, la montaña.
Vamos a Toluca aprisa, como se va, cuando mucho se ama, a la casa de la novia. Llegamos y nos hechiza el aspecto de la ciudad. No es monumental, no es arcaica, es joven. Tiene la frescura, la sonriente mocedad de una muchacha que sabe ataviarse y vestirse con muselina, con percal, con listones vistosos, con claveles en el pelo. Ningún convento la ensombrece, ninguna iglesia pesada la magulla; toda ella está flamante y nuevecita”.
La impresión que da la ciudad de Toluca a principios del siglo XX es efectivamente la de una población nueva, limpia y flamante pues Toluca adquiere una conformación y una identidad como ciudad en la época porfirista.
Antes del porfiriato, a lo largo del siglo XIX, Toluca presenta un aspecto ruinoso y de abandono. Juan Pedro Didapp; escritor, periodista y político mexicano; escribe en 1901 al respecto que en los dos primeros tercios del siglo XIX los años transcurrían uno tras otro y la ciudad de Toluca permanecía estacionaria, sea porque las guerras intestinas sangraban al país en aquel entonces, sea porque los gobernantes eran poco inclinados a realizar mejoras materiales, lo cierto es que; “Toluca permaneció por muchos años en un estado embrionario en lo que se refiere a mejoras materiales: sus calles sin buen pavimento, sus banquetas viejas de piedras carcomidas; las casas y los edificios públicos en general, de aspecto ruinoso y feo; los acueductos en tal estado de abandono, que el líquido se derramaba a ambos lados. La hierba crecía con tal libertad, que en las calles, plazas y azoteas quedaban convertidas en praderas en donde se oía el silbido de los reptiles”.
La semblanza de la ciudad de Toluca a fines del siglo XIX y a principios del XX es muy diferente. Un viajero inglés Sir Edwuard T. Pl., antiguo miembro de la Cámara de Comunes, observa en 1902 la limpieza de las calles toluqueñas, su buena pavimentación, la hermosura de sus edificios públicos y la belleza de los paseos y jardines. Para el visitante inglés la ciudad de Toluca y el Estado de México en general, se han modificado en el lapso de quince años, especialmente durante la administración del Gral. José Vicente Villada, pues había sido una de las entidades más afectadas por las guerras civiles presentando un aspecto lamentable por el abandono en que se encontraban las calles y edificios.
Un diario de la ciudad de México publicó en el año de 1902 varios artículos para dar a conocer los progresos del estado de México y la labor administrativa del Gral. Villada. Conforme a esta publicación, en el año de 1889, en que el Brigadier Villada recibió el gobierno de la entidad, Toluca distaba mucho de poderse llamar la capital de un estado, pues el aspecto de sus calles, el abandono de sus jardines, la falta de higiene por carecer de atarjeas para dar salida a los desperdicios de la población, la mala distribución del agua potable para el servicio público, la falta de policía y de aseo esmerado la hacían aparecer más bien como un pueblo que como la capital de un estado tan importante como el de México. Estas condiciones provocaron que en varias ocasiones se produjeran epidemias con un gran número de víctimas por lo que el general Villada tomó como primera medida construir atarjeas en la ciudad, nivelando y pavimentando las calles posteriormente. Al mismo tiempo dictó disposiciones para que se realizarán jardines en las plazas públicas.
El jardín de la plaza principal, fue el primero que se reformó pues los antiguos eucaliptos se sustituyen con árboles de ornato, se construyen prados con plantas florales, se levantaron fuentes, se colocó en el centro del jardín una estatua de don Miguel Hidalgo, se pavimentaron las calles que rodeaban al jardín y para iluminarlo se instalaron faroles de luz incandescente.
El jardín de la Plaza de Zaragoza (Plaza de Alva), se reformó al mismo nivel que la Plaza principal; a iniciativa de don Santiago Graf, el Ayuntamiento había aprobado en enero de 1887 que la antigua Plaza de Alva se construyera un jardín que fue diseñado por Silviano Enríquez y se convirtió en la Plaza Zaragoza.
La antigua Plaza del Tequezquite que se había convertido en un basurero se modificó construyéndose en su lugar un precioso jardín inglés, el jardín Morelos, que se inauguró en 1890; en el que se instalaron fuentes y se iluminó con luz incandescente con faroles de hierro. La restauración de la Alameda fue objeto de especial atención por parte del general Villada; Aurelio J. Venegas señala que este jardín, que en el porfiriato permanecía en los confines de la ciudad, se fundó por los años 1842 a 1844, en 1874 se reformó y se abandonó hasta el año de 1890 en que se creó un departamento zoológico, una pajarera de alambre, un local para cría de venado, corredores, un invernadero y un lago con aves acuáticas.
Además de las plazas públicas, Toluca tenía en los inicios de este siglo los monumentos de Hidalgo; el de los Hombres Ilustres del Estado y el de Colón. El primero se encontraba situado en la avenida Independencia, a unos doscientos metros de la estación del Ferrocarril Nacional Mexicano; el segundo en la Plaza de la Merced, se inauguró en 1889 y se caracteriza por tener la forma de un obelisco de 9.40 metros de altura, donde se ostentan los nombres de los hijos distinguidos del Estado de México, y en un medallón de metal, de alto relieve, el busto de Sor Juana Inés de la Cruz. En 1892 se levantó un monumento a Cristóbal Colón en la primera glorieta del Paseo del mismo nombre y contaba con una base cuadrangular sobre la que descansaba un pedestal que sostenía una columna tallada de estilo corintio y coronada, según el proyecto, con la estatua del navegante genovés.
A los jardines públicos, plazas y monumentos mencionados, habría que añadir los principales edificios de la ciudad que fueron construidos o reformados en su mayor parte durante el periodo porfirista. Entre los edificios públicos importantes que se localizan a principios del siglo XX se encuentran el Palacio de Gobierno al lado poniente del jardín de la Plaza Principal, el Palacio Municipal en las calles de la Federación y Porfirio Díaz; el Palacio de Justicia, en la segunda calle de la Ley (hoy Villada), contiguo al Templo de San Juan de Dios (Santa María de Guadalupe); el Palacio Legislativo en la calle de Porfirio Díaz, muy cerca del Palacio Municipal; el Instituto Científico y Literario, en la calle de Plutarco González; el Teatro Principal y Hotel de la Gran Sociedad que ocupaba el mismo edificio frente al Portal Morelos; el Hospital Civil en el noroeste de la ciudad; la Escuela de Artes y Oficios para Varones en el callejón de Manuel Alas; la Escuela Normal para Profesores y Artes y Oficios para Señoritas y el Mercado Riva Palacio frente al Portal Merlín.
La arquitectura civil de nuestra Toluca la bella en la época porfirista:
Nuestra ciudad de Toluca tiene importantes manifestaciones de la arquitectura religiosa en la época colonial que han sido objeto de estudio e investigación; pero se ha abordado poco el tema de la arquitectura civil en esta ciudad. La arquitectura civil toluqueña tiene un significado histórico predominante del siglo XIX.
Hasta la primera mitad del siglo XIX no se localizan construcciones civiles de importancia, exceptuando Los Portales, cuya iniciativa de construcción se remonta a 1827, la edificación inició en 1832 y los Portales de la Constitución (calle del maíz) y Morelos se concluyeron en 1836. El que se llamó Portal Merlín en el porfiriato, se inició en 1870 por el entonces cura párroco de la ciudad, Fr. Buenaventura Merlín.
Durante la segunda mitad del siglo XIX y en el periodo porfirista es cuando se levantan en Toluca importantes edificios públicos y privados; es considerable diferenciar a la arquitectura civil toluqueña en tres etapas; la primera corresponde a los años de 1850 y 1851; la segunda etapa a la década de 1870 y la tercera al periodo porfirista.
A mediados del siglo XIX, bajo la administración de Mariano Riva Palacio, se realizaron varias edificaciones, con fecha 16 de septiembre de 1851 se inauguró el mercado público Mariano Riva Palacio, que ocupaba una manzana entera enfrente del Portal Merlín y que tiempo después fue demolido.
En 1883 se destinaron veintitrés mil pesos para reponer el local y acondicionarlo para que se celebrará la “exposición de productos naturales, de minería, agricultura, industria, ciencias y bellas artes”. Las reformas de este inmueble consistían en una techumbre de madera que casi había quedado derruida por el pasar del tiempo y falta de mantenimiento.
El mismo 16 de septiembre de 1851, Mariano Riva Palacio inaugura también el famoso Teatro Principal, construido bajo la dirección del Ing. Luis G Aranda con los fondos del altruista José María González Arratia quien era el propietario del local. El Teatro estaba situado en la calle de Matamoros 1, anexo al Hotel Gran Sociedad y en 1883 lo adquirió la Sra. Eudoxia Díaz de Rosenzweig en $32,000.00 pesos.
En este mismo año 1851, se acondicionó la cárcel de la ciudad frente al Instituto Literario, aprovechando parte del Beaterio construido en el siglo XVIII; se hicieron modificaciones al edificio y se trasladaron los presos del Palacio de Gobierno al nuevo local.
En cuanto a las construcciones que corresponde a la década de 1870, se encuentran el Palacio de Gobierno, el Palacio Municipal, la reconstrucción del Palacio de Justicia, La escuela de artes y oficios para varones, la adaptación del asilo de niñas huérfanas, antecedente de la escuela Normal para profesores y de artes y oficios para señoritas, y el rastro de la ciudad.
Durante esta década de 1870 a 1880 tiene una especial importancia la participación del arquitecto Ramón Rodríguez Arangoity, al que se debe el proyecto del actual Palacio de Justicia (otrora Palacio de Gobierno). Este edificio tuvo inicio bajo la administración de Mariano Riva Palacio en 1870 y se inauguró en 1874 bajo el periodo gubernamental del licenciado Alberto García. El Palacio Municipal, también fue un gran proyecto del arquitecto Rodríguez Arangoity y aunque ha sufrido algunas modificaciones es de las pocas construcciones existentes de la época porfirista. Esta construcción se inició en el año de 1872 y concluyó en el año de 1883.
La reconstrucción del Palacio de Justicia fue dirigida también por el mismo arquitecto Rodríguez Arangoity; estaba situado en una parte del Hospital de San Juan de Dios en la segunda calle de la Ley (hoy Villada), contiguo al templo católico del mismo nombre (hoy Santa María de Guadalupe) y frente a la iglesia evangélica del Divino Salvador, esta obra inició en enero de 1873 y el licenciado Alberto García colocó la última piedra el 16 de septiembre de 1874.
El edificio de la escuela de artes y oficios para varones, situado en el primer callejón de Manuel Alas, también fue dirigido por Rodríguez Arangoity y su construcción fue impulsada por el gobernador Juan N. Mirafuentes. Esta institución tiene como antecedente el “Hospicio de pobres” que ocupaba parte del ex convento de La Merced y fue inaugurado en 1872. En septiembre del año de 1889 por decreto se convirtió en Escuela de Artes y Oficios para varones.
El 5 de febrero de 1871 se inauguró el Colegio de Niñas o Asilo de Niñas Huérfanas en un edificio que se adaptó en parte del ex convento de frailes carmelitas por iniciativa del gobernador Riva Palacio. En 1891 el asilo se denominó Escuela Normal para Profesoras y de Artes y Oficios para Señoritas al fusionarse con la escuela José Vicente Villada.
Otro edificio que se inauguró en la década de 1870 fue el Rastro de la ciudad, situado en el barrio de San Juan Bautista.
El periodo porfirista comprende las últimas décadas del siglo XIX y la primera del siglo XX. Durante estos años se construyeron y reformaron en la ciudad de Toluca varios edificios públicos y privados. Entre los inmuebles públicos destaca el Palacio del Poder Legislativo que fue inaugurado por el general Porfirio Díaz en el año de 1900. Este edificio tenía un pórtico de cuatro columnas estilo corintio, una cornisa y un tímpano de cantería y, en los arcos de medio punto destacan bronceados canceles. Este edificio fue demolido en la cirugía plástica que se realizó en el centro de Toluca en la administración del licenciado Juan Fernández Albarrán.
En los primeros años de este siglo también se inauguró el Hospital Civil de Toluca que era de los más avanzados en su género por la adopción de medidas higiénicas y de salubridad con las que se equipó. Su planta era del sistema radiado y era de las construcciones más bellas de la ciudad.
Una de las construcciones más emblemáticas que existe de la época porfirista hasta la fecha, es la Escuela Normal para Profesores, fue inaugurada en 1910, inmueble ubicado en avenida independencia, construcción de influencia europea que se proyectó siguiendo las medidas que recomendaba la pedagogía de este tiempo.
El Panteón General “La Soledad” también se edificó en el porfiriato, su fachada, oficinas y la vivienda del administrador se construyeron en 1892. El panteón empezó a funcionar en 1883 clausurando los cementerios de San Juan Bautista, San Sebastián, Santa Clara, Santa Bárbara, San Bernardino, San Juan Evangelista y San Diego.
La estación del ferrocarril Nacional Mexicano es otra de las obras de la década de 1890.
La vida social en Toluca porfirista:
Durante el periodo porfirista la sociedad toluqueña se caracteriza por una marcada diferenciación de clases. En estos años la clase desposeída suele relacionarse con los indígenas y la clase alta con la raza blanca. Según la cifra que nos proporciona el abogado, periodista, editor y escritor de ensayo Gustavo G. Velázquez, en 1886 había en el Estado de México 423,425 indígenas y la raza blanca era de 41,450.
Los centros de reunión de la alta sociedad eran diferentes a los lugares de concurrencia de la clase baja e incluso en las instituciones públicas, como escuelas y hospitales, se daba esta gran diferencia social. En el periódico El Heraldo Manuel Caballero denuncia que en 1894 la diferencia que se da en la Escuela Normal para Profesoras y de Artes y Oficios para Señoritas; entre las inditas y las señoritas acomodadas. Esta diferencia se observa también en la distribución de enfermos en los hospitales; en el Hospital de Toluca, concluido a principios del siglo XX, había un pabellón destinado a los enfermos distinguidos y dos salones para los enfermos protegidos por la Beneficencia Pública.
Las clases sociales solamente se mezclaban en algunas festividades cívicas o en algunas fiestas tradicionales, como en el caso de los días 1 y 2 de noviembre (celebración de los Santos difuntos) en que a finales del siglo XIX y principios del XX, las familias de todas las clases se reunían en el famoso mercado Riva Palacio, se adornaba el edificio con luz eléctrica y se hacía un bello paseo nocturno.
La población de la ciudad de Toluca era de 13,188 habitantes en 1893 e incluyendo los diez barrios: Tepexpan, Santa Bárbara, Calvario, Pinahuisco San Miguel, San Luis Obispo, San Juan Evangelista, Huitzila, Tlacopan, San Bernardino y San Sebastián; 18,183 habitantes.
Resulta interesante observar que en los años que corresponden a la etapa porfirista se forma en la ciudad de Toluca una burguesía extranjera que invierte capitales en distintas ramas económicas, especialmente en la industria cervecera y en las industrias alimenticias.
Con la mayoría de las industrias de cerveza en el país, la Compañía Cervecera “Toluca y México S.A.”, fue fundada por Santiago Graf en 1875 con el predominio del capital alemán. Juan Oherner estableció la fábrica de cerveza en Guadalajara y José Schneider la de Monterrey en sociedad con capitalistas locales, como Isaac Garza, en el año de 1890.
La mayor parte de los inversionistas alemanes se relacionan directamente con la fábrica de cerveza; pero algunos de ellos participan en otros ramos de la economía. En este último caso puede citarse como ejemplo a German Roth (padre de mi muy estimada amiga Lucy), dueño de varias minas en el sur del Estado, Arcadio Henkel, empresario relacionado con varios renglones económicos; era dueño de la Hacienda de San Juan de las Huertas en el municipio de Zinacantepec, lugar donde a menudo se hacían fiestas al gobernador José Vicente Villada con el que la familia Henkel tenía grandes lazos de amistad. Los hermanos Henkel eran dueños a principios de este siglo del molino más importante de la ciudad, el molino de La Unión que contaba con el sistema moderno de cilindros y tenía en 1901 una capacidad de 500 barriles diarios por lo que era de los más importantes de la República. El nombre de Arcadio Henkel se relaciona con la construcción del ferrocarril de Toluca a Tenango del Valle inaugurado en 1897, con los tranvías de la ciudad de Toluca, con el alumbrado eléctrico de la capital de la entidad, y con el establecimiento del Banco del Estado de México.
Los inversionistas españoles tienen relación especial con la industria de conservación de alimentos o empacadoras de carnes; como ejemplos representativos podemos citar a Dionisio Astivia, Tomas Cortina o Demetrio Barenque, este último se dedicaba también a la explotación del zacatón.
En los últimos años del siglo XIX y principios del XX se inicia en Toluca la formación de una burguesía nacional que en ocasiones está asociada con capitales extranjeros. Como ejemplo característico de esta burguesía nacional puede citarse el caso de los dueños de la fábrica textil “La Industria Nacional”.
Durante este periodo también se encuentra en formación una nueva clase social, la de los obreros; en el año de 1907 la Compañía Cervecera Toluca y México S.A. contaba con 800 obreros, la fábrica de vidrio que surtía las botellas a la primera tenía 250 obreros; La Industria Nacional, 300 y la Toluqueña de conservas alimenticias 50. El salario de los obreros de La Industria Nacional era de .83 centavos en 1905, los de la fábrica cervecera ganaban en ese mismo año de .68 centavos y su salario se redujo a .37 centavos en 1910. El Heraldo Obrero denunciaba en relación con los salarios de estos trabajadores en el año de 1905 que los obreros andaban descalzos y mal alimentados especialmente porque el precio del maíz y frijol se duplica cada dos o tres meses.
Junto a la burguesía y a la clase obrera que en el periodo porfirista se encuentran en una etapa de formación y que con el paso del tiempo habrían de fortalecerse y consolidarse como clases sociales, en Toluca se encuentran también el grupo de los hacendados, de formación y raíces coloniales.
Entre los dueños de haciendas que a fines del siglo XIX residen en la capital del estado de México se encuentran los siguientes: los hermanos Albarrán, José Julio Barbabosa, Rafael Barbabosa, Jesús Barrera, Manuel y Vicente Ballesteros, Ramón Díaz, Eudoxia Díaz, Manuel y Jesús Fernández, Santiago Graf, José Guadalupe Garduño, Victoria Chaix, Felipe González, la familia Henkel, Valeriano Lechuga, Javiera Pliego, Alfonso Pliego y Zúñiga, Carmen Pliego de Silva, Jesús y Trinidad Pliego y Carmona, Soledad Pliego, German Roth, Leonardo Sánchez, Justo San Pedro, Luis Sobrino, Bernardino Trevilla, Joaquín Valdés, Luis Vilchis y Luis Zamora.
Este grupo de hacendados es muy heterogéneo pues se observa el hacendado dedicado exclusivamente a la explotación de sus propiedades territoriales y el empresario industrial que también posee haciendas, como es el caso de Santiago Graf, German Roth o los Henkel.
Frente al reducido número de hacendados se encuentran los jornaleros de campo que forman un numeroso grupo. En 1893 había en el distrito de Toluca 6,000 o 7,000 jornaleros que percibían en ese año .25 centavos diarios. Sus condiciones de vida eran deplorables, de gran miseria y pobreza; ya en el año de 1902 recibían un salario de .31 centavos al día y el precio de kilo de carne era de .30 centavos, .32 centavos el kilo de pan y .22 centavos el kilo de azúcar.
En el año de 1897 había en la ciudad de Toluca cincuenta y un abogados y diecisiete médicos. Entre los abogados más antiguos mencionamos a Dionisio Villarello (se recibió el 9 de diciembre de 1846), Camilo Zamora (se recibió en marzo de 1853), Carlos Suárez (27 de noviembre de 1855), Antonio Inclán (abril de 1857), Joaquín García Luna Castro (8 de febrero de 1859) y José María Condes de la Torre (10 de febrero de 1860); de los médicos más antiguos podemos citar a Juan Rodríguez (se recibió el 2 de junio de 1872); Eduardo Navarro (4 de marzo de 1874); Juan N. Campos (27 de noviembre de 1875); Ricardo Marín (julio de 1879).
Es interesante observar las medidas médicas y de salubridad que se adoptaron durante el periodo porfirista en el Estado, para controlar las enfermedades endémicas que a lo largo del siglo XIX costaron muchas vidas. La construcción del Hospital Civil de Toluca en el noreste de la ciudad durante el porfiriato, con sus modernas y avanzadas instalaciones dieron muestra de ello.
Además del Hospital Civil, que a fines del siglo XIX estaba en construcción, Toluca contaba con el Hospital de San Juan de Dios, fundado cincuenta años antes y el Hospital de Maternidad e Infancia que fue inaugurado en septiembre de 1889 por doña Concepción Cardoso de Villada y se localizaba en la avenida Independencia.
La atención social a la mujer y a su formación profesional son algunas de las innovaciones que en los años porfiristas se aprecian en el Estado de México, particularmente bajo la administración del Gral. José Vicente Villada; la mujer principia a tener participación dentro de la vida profesional, sobre todo en la ciudad de Toluca.
En septiembre de 1891 se establece la Escuela Normal para Profesoras que además de impartir la carrera normalista le daba a la mujer opción para aprender distintos oficios como la construcción de aparatos telefónicos y telegráficos, relojerías, modas y confecciones. Por otra parte, a la mujer se le dio en esta entidad otras alternativas para formarse profesionalmente, como la carrera de farmacéutica, antes que a la mujer se le diera acceso a esta profesión en la capital de la República.
La vida cotidiana de Toluca durante el porfiriato se veía interrumpida por varias festividades religiosas que se celebraban en la ciudad, como la famosa Semana Santa o el Día de los Santos Difuntos; con sus tradicionales platillos regionales; referente a las conmemoraciones cívicas en las que participaba con frecuencia el Instituto Literario organizando veladas artístico literarias y otros eventos, por la inauguración de alguna obra material, o por la presentación del cinematógrafo Lumiere, de Virginia Fábregas o alguna otra compañía de teatro o zarzuela en el Teatro Principal.