Cuando hablamos de la maternidad estamos hablando de un derecho, de una aspiración, de un anhelo para muchas mujeres de dar vida, de amar y proteger a un ser humano al que le van a dar parte de su propia vida, que van a formar y que van a acompañar en cada momento. Cuando hablamos del derecho de las mujeres a abortar, no estamos hablamos de estar a favor o en contra de la vida, sino del derecho de las mujeres a decidir si quieren o no quieren ser madres.
Las demandas femeninas de descriminalizar el aborto nunca han buscado negar la vida, sino ir en contra de que el Estado tipifique como delito la decisión de interrumpir un proceso de gestación con el que no están de acuerdo, y que modificaría de forma sustancial no solo su cuerpo, sino su proyecto de vida y la concepción que ellas tienen de sí mismas. La maternidad voluntaria entraña la exigencia de libertad.
Muchos pueden ser los motivos de una mujer para interrumpir un embarazo, problemas de salud, condiciones económicas o familiares, la modificación de su plan de vida, cuestiones emocionales, entre muchas otras. Cuestionar su validez implica asumir erróneamente que se conoce el peso, la dimensión y el valor de quien las enfrenta. El aborto no es, para el Estado, una decisión moral, pues esta cuestión corresponde al fuero interno de cada persona.
En otras palabras, el Estado no puede intervenir en los deseos, sentimientos o motivaciones de las personas. Criminalizar a las mujeres no es una solución que pueda sostenerse legalmente, dado que tipificar como un delito la interrupción del embarazo se establece como una norma discriminatoria, que además inhibe los derechos reproductivos de las mujeres.
No podemos hablar de una vida libre de violencia en la que las mujeres no puedan decidir si son o no son madres, si continúan o interrumpen un embarazo en el inicio de la gestación, ya que también estaríamos perpetuando el escenario en el que las mujeres se asumen solamente como instrumentos de procreación sin ninguna otra opción, y se reduce su rol al de la maternidad, que si bien es un papel fundamental en nuestra sociedad no es único al que una mujer puede aspirar u optar.
Antes de hablar del derecho a abortar, prefiero hablar del derecho a la maternidad, un derecho a las que las personas deben de acceder de forma voluntaria y consciente, y que es consecuencia de otro derecho esencial, el derecho a decidir, como una materialización de nuestra condición humana.
Somos personas y por tanto en la responsabilidad y la libertad tenemos capacidad de autodeterminarnos, de elegir sobre nuestro cuerpo y sobre los cambios en este y en su vida, ¿Qué sociedad puede ser más violenta que aquella que obliga a las mujeres a ser madres?
Como hombre, debo insistir en que solo las mujeres desde su ser pueden elegir sobre su cuerpo y el Estado debe garantizar que la elección sea libre y con la protección necesaria para que su vida no peligre. En palabras del médico argentino, inventor del by- pass “Con el aborto legal no habrá más ni menos aborto, habrá menos madres muertas. El resto es educar”.