Hoy hablaremos muy brevemente, de un personaje, no nacido en nuestra Toluca, oriundo del pintoresco pueblo de Temascaltepec, Estado de México, llegando a quedarse para siempre a nuestra ciudad y, logrando muy efímeramente gobernar a nuestra entidad, él es Alfredo Zarate Albarrán.
Toluca, era una ciudad limpia, sus madrugadas frías muy frías, le dan el aspecto de muchacha tempranera que lavara sus pies en las corrientes de algún arroyuelo.
Oliendo a nostalgia recuerdo muy lejanamente sus callejones y tiempo atrás en estos mismos imagino los carruajes con caballos.
Cada acera y cada fachada de cada una de las casas muy de madrugada regadas y barridas hasta el límite en que los arbolitos, adorno indispensable en nuestra Toluca, separan el arroyo de las aceras.
Se solía atravesarlas desde la estación del Ferrocarril Nacional hasta la estación del Toluca-Tenango- San Juan de las Huertas. Testimonios comentan que, desde esos días estudiantiles, no siempre dulces, sino llenos de penumbra, para muchos de ellos Toluca se les quedó en el corazón.
Su música era el tra-tra de sus coches de caballos, la bruma y la sinfonía del paisaje siempre presente.
En la cantina La Gran Sociedad en los bajos del Hotel Principal, entonces regenteado por Lolita, quien fuera dueña de la casa de huéspedes llamada sencillamente “Casa Lolita”. En esta cantina, desempeñando funciones no precisadas, de encargado, de cuidador o de sin trabajo, estaba Alfredo Zarate Albarrán, quien simpatizaba con el grupo de Javier Ruiz, que entonces la hacía de consejero intelectual de Juan Manuel Patiño, inspector de policía; Javier tenía una gran amistad con Panchito Martínez y los dos, Javier y Francisco recibían la visita diaria y la compañía ingeniosa del Fifí Morelos García notario público.
Cuando hablamos del hotel Principal de Toluca, es que en ese entonces ocupaba el sitio en donde se levantó el Hotel Rex y parte de la sala cinematográfica (ya derribada) del mismo nombre cine Rex, donde la habitación del hotel costaba dos pesos diarios, con ropa limpia, aunque sin baño.
En relación a lo anterior, Zarate Albarrán en realidad ayudaba a su hermana Evangelina Zarate de Mendoza, que había enviudado de Galación Mendoza, el dueño de los billares y de la cantina.
El que despacha las copas y hacía las veces de mesero, cantinero y fabricante de tortas era Montes de Oca, cuñado de Javier Ruiz y compadre de Zarate Albarrán.
Por vivir en este Hotel en el año de 1932, para desempeñar un trabajo modesto, la amistad iniciaba al calor de unos vasos de cerveza y con la euforia de las tortas de queso de puerco (tompiate) con chipotle.
Sin embargo, en La Gran Sociedad era frecuentado por un joven Suarez Ocaña, líder estudiantil del Instituto, asesinado por Saturnino Ocaña, que odiaba al licenciado Fabela. Suarez Ocaña era un joven inquieto, nervioso, esperanzado en victorias; quienes le conocían afirmaban que era inculto pero audaz. Era precursor de la dinastía de Atlacomulco, aunque su fallecimiento no haya servido para otra cosa que, para asegurar el porvenir de Rafael Suarez Ocaña, a quien Enrique González Mercado (padre del buen amigo Enrique González Izunza) y hermano de doña Margarita González de del Mazo, su paisano, bautizó con el apodo humorístico de El Tecolotito.
Llegando a comentar sobre tres años decisivos en la vida de Zarate Albarrán, Portes Gil confirma la derrota de Sánchez Anaya, jefe de las comisiones de Seguridad en la Policía del Distrito Federal (hoy CDMX), y originario según se comentaba de Ocoyoacac. El grupo que lo había apoyado, integrado por elementos del doctor Darío López y por disidentes del Partido Socialista y del rivapalacismo, todavía quiso jugar la carta de la gubernatura a pesar de que Labra (Wenceslao, esposo de Rita Gómez e hija de don Filiberto), aparecía ya como el designado por los dioses políticos.
El coronel Antonio Romero, que llegaría al senado por seis años, era, en esta etapa, el baluarte del labrismo. Las diputaciones federales fueron el primer paso para luchar contra Labra, aunque en la campaña se verían unidos grupos disímbolos dentro del PNR. Labra postuló a sus elementos, entre ellos Alfredo Zarate Albarrán, quien figuró como candidato por el distrito de Tenancingo, teniendo como contrincante a Heliodoro Díaz López, después diputado federal por Lerma. Díaz López se mostraba adicto a Alfredo Navarrete, con quienes se sumaron algunos elementos que habían pretendido convencer al doctor Gustavo Baz para que figurara como candidato de unidad, sin que este distinguido profesionista aceptara, seguramente aconsejado por el propio Lázaro Cárdenas, con quien recorría cada día el bosque de Chapultepec, en paseo matinal a caballo después de la operación del apéndice hecha al divisionario de Jiquipilcan.
Zarate figuró, casi seguro de la victoria; Labra negociaría en cualquier otro distrito, pero no en aquel en que figuraba el futuro gobernador. Así el PRM declaró que en los plebiscitos internos por Tenancingo había triunfado Zarate Albarrán, quien contó para su victoria y para el acarreo de simulados votantes con la ayuda del jefe de Zona Ejidal, Fernando Ortiz Rubio.
Por Tejupilco, donde Zarate tenía muchos amigos por haber vivido en aquel caluroso pueblo en su infancia, figuró como candidato el entonces capitán Jesús Mondragón, que contaba con el apoyo del general Sánchez Tapia. Por Texcoco figuró un nativo sureño de Sultepec, Alfredo Sánchez Flores; por Toluca el doctor Joaquín Mondragón, contra Antonio Mancilla, que hizo cuantas maniobras estuvieran a su alcance para derrotar al médico. Alfonso Flores Mancilla fue declarado triunfante por Ixtlahuaca, contra el candidato navarretista Efrén Arias, que llevaba como suplente a Roberto Barrios, y así otros. Las elecciones oficiales transcurrieron sin pena ni gloria, a pesar de que el doctor Darío López y algunos elementos navarretistas todavía hicieron una muy débil oposición.
Alfredo Zárate Albarrán
En menos de dos años Zarate Albarrán ascendió los dos escalones más importantes de la política local: diputado federal y pronto senador de la República, y con el apoyo total de Wenceslao Labra, que quizá nunca supo que Zarate Albarrán, no le concede beligerancia, o sabiéndolo, le concedió perdón y le otorgó protección. Con Zarate Albarrán se formó un grupo muy conocido en el estado, de viejos políticos gomistas; Reyes Nava, Juan N. García, Ignacio Bustamante y otros. A su grupo se incorporaron otros elementos como Mucio Cardoso, padre e hijo, y por él se inclinaba su amigo de la infancia, Juan Fernández Albarrán, que había sido traído por Labra como Secretario General de Gobierno. En el régimen local Zarate Albarrán surgió como el hombre fuerte, sin que Alfonso Flores M., que le tenía envidia, pudiera siquiera competir ni rivalizar con él, Zárate era la gloria del sur, cómo se escribió en alguna de las paredes del Real de Arriba, aludiendo el lugar de su nacimiento.
Hasta el año de 1940, terminó el periodo de cuatro años que debería ser precedido por el gobernador, para establecerse un periodo de seis años, tal como acontece hasta la fecha, el general Antonio Romero, había sido presidente del PRM regional, y con tal carácter dirigió la campaña contra los almazanistas.
Recordemos que el general Matías Ramos y el entonces coronel Antonio Romero fueron acusados de haber asesinado a un coronel de apellido Martínez, que figuraba como el principal promotor del almazanismo. Entre todo el elemento oficial vinculado a Labra, el que daba la impresión de madurez era Zarate Albarrán. Así, al menos, fue juzgado por el general Manuel Ávila Camacho, que recomendó ante el PRM la candidatura del hombre de Real de Arriba, que en menos de tres años recorrió el camino que otros recorren en veinte años o más.
Para destacar los contrastes hasta ver lo que acontece con Heliodoro Díaz López, que aspirando desde muchos años atrás a una diputación apenas la logra en este periodo, mientras que Zárate no tuvo tropiezo alguno en su ascenso.
Incursionamos en hablar un poco de la segunda esposa de Zarate Albarrán, comenzando en mencionar la campaña que se realizaba para reina del carnaval, alguien le comentó a Zárate que, por el rumbo del Carmen, vivía una chica muy hermosa de buena familia llamada Herlinda Barbabosa. Sin consultar con nadie y casi sin haberle visto nunca el rostro, se anunció que habían llegado votos para reina del carnaval en favor de la agraciada señorita Barbabosa, cuyas virtudes ponderaban ya quienes enviaban votos en su favor. En aquella ocasión el asunto quedó en pura sugestión, que quizá olvidó la señorita en referencia.
Pero siendo Zárate ya un personaje y rodeado del grupo de amigos que en su torno hacían gran fortuna. Apareció otra vez la candidatura de la señorita Barbabosa para reina de las fiestas patrias, y no ya del carnaval, en oposición a la candidatura de una señorita García Moreno, empleada de la Procuraduría General de Justicia del Estado (hoy Fiscalía General) hija del conocido licenciado García Moreno.
Ortiz Rubio, el más adicto amigo de Zarate Albarrán se puso al frente de la campaña de Herlinda y recogió la adhesión de Zárate, que había quedado viudo unos meses antes con tres hijos (dos mujeres y un varón); la campaña de la señorita Barbabosa tenía el tinte de una campaña política, pero Labra autorizó al teniente Sebastián Arámbula para que propagara la candidatura de la señorita García Moreno a fin de impedir el ingrato espectáculo de imposición que abochornaba el ambiente político.
Sin embargo, la candidatura de Herlinda Barbabosa, por voluntad del nuevo caudillo de la política local saldría triunfante y serviría para unirla, por lo menos transitoriamente, al amor de un hombre que en la madurez física parecía haber llegado a la cima de una carrera de triunfos que nadie jugaría.
Zarate, con hijos ya adolescentes; el hombre de otros años sencillo, ahora victorioso candidato para la gubernatura, y viudo de su abnegada y virtuosa compañera de los años de pobreza, iba a emparentar con una dama hermosa que llevaba en las venas la sangre de la aristocracia toluqueña.
Alfredo Zarate Albarrán sufre un atentado el 5 de marzo de 1942, en lo que fuera el Centro Charro de Toluca (hoy Fiscalía General del Estado) en manos de Fernando Ortiz Rubio, presidente del Congreso del Estado de México y director de la policía y tránsito, muriendo el día 8 de marzo del mismo año.