De los derrotados y otras tristes historias

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De los derrotados y otras tristes historias

Martes, 13 Junio 2023 00:59 Escrito por 
Guillermo Calderón Guillermo Calderón Mis preguntas finales

Solo es una reflexión que pretende impulsar el

 mundo de las ideas, los valores y las actitudes.

Con la derrota en las elecciones en el Estado de México, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), perdió su principal fuerza motriz. Era el último motor que aún funcionaba y que precariamente los movía. Dejó de funcionar, debido a un sobrecalentamiento en una de sus piezas: el ego. Con la nave ya fuera de servicio, dejan atrás una larga época de ganadores y perdedores, previamente determinados. Solo quedan las historias de un otrora poderoso partido político al que, llegaron a reconocerle hasta capacidades de clarividencia política.

Aunque usted no lo crea, así sucedía en sus épocas doradas, en las que, con casi un año de anticipación, ya sabían quién ganaría la presidencia y con cuantos votos lo lograría. Me refiero a la de José López Portillo, que la conquistó con todos y cada uno de los votos válidos efectivos, pues fue el único candidato registrado en aquella elección de 1976. A cambio de esa percepción de su triunfo, Portillo nos dejó una famosa frase: “Con el solo voto de mi mamá para su hijito, Pepito, hubiera ganado”.

Ahora, el único ánimo que le queda es, el de encerrarse en su pasado. Mantener vivo sus recuerdos y alguna que otra triste historia de lo que alguna vez fueron e hicieron.  La gloria de sus batallas, sin opositores ni contrincantes. Los triunfos en el Senado y en la Cámara de Diputados federal, con grandes bancadas y sin espacios para nadie más. Las gobernaturas, a lo largo y ancho del territorio nacional. La mayoría calificada de los congresos locales. Casi todas las presidencias municipales del país y desde luego la Presidencia de la República.

A diferencia de aquella historia de 1976, Alejandra del Moral, no tuvo la perspicacia para comprender ni distinguir sus circunstancias, como sus antepasados lo hacían puntualmente, cuando las victorias tocaban a su puerta.

En esta ocasión, a diferencia de otros momentos, ni siquiera había la seguridad de obtener el voto de sus más cercanos. Invadida por la miopía, minutos después de las seis de la tarde del domingo cuatro de junio, salió a proclamar una victoria inexistente, “esta coalición logro la representación del cien por ciento (en las casillas electorales) y con la información de nuestros representantes podemos decirles que esta elección la ganamos”, al grito de gobernadora, gobernadora.

Para todo mundo, las derrotas sirven para preguntarse qué se hace bien o que no. Una derrota a cualquiera nos obligaría a realizar un ejercicio de sinceridad consigo mismos, en retrospectiva. Pero eso no sucede en quienes carecen de voluntad para cambiar. Menos en quienes no desean voltear la vista atrás y solo confían en mantener el autoengaño de que, el problema no está en ellos, sino en los demás. Tampoco, nada aprenden de una derrota, los tercos y obstinados, aquellos que salen “hacer lo que saben hacer, para bien o para mal” los que no buscan “constancia de buena conducta” en la vida, menos en unas elecciones de gobernadora.

Aun así, no debemos olvidar que para el país entero son importantes los partidos políticos, pero solo aquellos que tengan la capacidad de la autocrítica constante y cambien, especialmente en sus momentos de derrota.  Es la única forma de seguir vigentes frente al electorado y la manera de confiar en nuestra democracia. Es la condición que los ciudadanos imponemos para volver a creer en la política. Allí se encuentra la posibilidad para que las organizaciones políticas enmienden los agravios por sus conductas y sus equivocaciones y mejoren frente a sus obligaciones políticas.

Se equivocan, aquellos partidos que se niegan a cambiar sus historias de deshonestidad y no reconozcan sus múltiples desviaciones éticas, ya sea por ceguera o complicidad. Más aún, se equivocan quienes no quieren cambiar lo que se tiene que cambiar, porque les resulta imposible el desapego a su egoísmo y a su narcisismo, empezando por quienes encabezan las candidaturas a puestos de elección popular.

La triste historia continuará, mientras haya partidos políticos que se nieguen a comprender su realidad. Mientras mantengan a dirigentes deshonestos, carentes de la más mínima virtud ética o más aún ineptos e irresponsables, como en el caso del partido que, hasta hace unos días, fue hegemónico en el Edoméx. Mientras haya candidatas negadas a pedir perdón por los agravios del pasado, antes de iniciar una campaña para solicitar un solo voto a su favor.  Mientras haya quien impulse la idea que se gana, perdiendo una elección y aplaudan al dedazo, aunque sea, está la forma más artificial y antidemocrática de crear una candidatura.

Solo les falta, para terminar su historia, que propongan una nueva estatua para quien perdió la gobernatura y conmemorar, la lealtad a la mexiquense, en Paseo Tollocan, a lado de su prócer Carlos Hank González,  el creador de la frase, un político pobre, es un pobre político. Aunque no se si está estatua será aún más grande, por aquello del ego que se desbordaba en ella.

Ahora, mis preguntas finales, sobre los derrotados ¿Qué es más cierta, la crítica sobre su derrota o sobre su ego? ¿La autocrítica que necesitan, será sobre sus errores, omisiones y acciones de abuso o corrupción o solo será sobre los incumplimientos de sus coaligados? ¿ya saben quién escribió el guion de los Yo, en los discursos de campaña?

Hasta aquí con una más de: Mis preguntas finales, nos leemos en la próxima.

Guillermo Calderón Vega. Profesor Universitario, abogado, exfuncionario público, Experto en operación, negociación y concertación política. Twitter: @gmo_calderon / Facebook e Instagram: Guillermo Calderón Vega.

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