La convivencia social en la actualidad es muy diferente a la de hace una década. Las posibilidades de interacción y notoriedad social, combinadas con la inmediatez con la que llega y se difunde un mensaje, fotografía o video en el espacio público lo han cambiado todo, desde la simpatía o animadversión hacia un funcionario o personaje público, hasta la forma en la que se percibe la economía, los problemas sociales y, desde luego, la percepción social de las emergencias.
La proliferación de smartphones, videocámaras, drones, aplicaciones móviles, redes socio digitales, entre otros desarrollos tecnológicos, le dan a la ciudadanía una capacidad extraordinaria de acceso a datos e información como nunca antes se había visto. Dicha potencialidad con la que hoy se pueden crear todo tipo de contenidos y difundirlos de múltiples formas es inversamente proporcional a la capacidad de discernimiento, análisis y contextualización de los productos mediáticos que pueden salir de un smartphone y saltar de uno a otro en miles de repeticiones, como una bola de nieve, mientras más baja, más crece.
Cuando los ciudadanos publican en redes socio digitales información alarmista, dramatizada o falsa en torno a un incidente y encima de eso se muestran cerca o dentro de la zona de peligro, a través de la cámara de su smartphone, en vivo y en directo, con un afán de verse inmersos en una situación única, extraordinaria y cool –como si fuesen héroes–, además de ponerse en riesgo a sí mismos y a otros, rebasar el acordonamiento y restricción de accesos establecidos por las autoridades genera un efecto de permisividad y banalidad hacia un riesgo potencial, lo cual anima a otros ciudadanos a “meterse” o querer ayudar, sin medir las consecuencias.
Si su objetivo es lograr la atención más rápida de las autoridades u organizaciones responsables de dar respuesta, o quizá brindar ayuda, controlar la emergencia o rescatar heridos, los resultados no siempre son los que se buscan, sino contrarios, pues sin equipo, sin conocimiento y sin experiencia el número de lesionados se puede incrementar y el efecto puede ser muy peligroso y agravante de la situación. ¿Por qué? Porque toda emergencia en su fase inicial aún no es sometida a una evaluación y análisis por parte de personal responsable. Un incendio o explosión, por ejemplo, puede concatenarse con otros fenómenos químicos o ambientales y producir reacciones químicas desconocidas que generen nuevas explosiones, intoxicaciones o colapso de estructuras.
Tomar con seriedad y respeto el trabajo de la policía y de los servicios de atención a emergencias es fundamental. Aunque parezca que un oficial de seguridad “no hace nada, o no sirve para nada”, mientras cuida que no se rebase la cinta de acordonamiento, en realidad está haciendo lo más importante: evitar que haya más lesionados o que se generen condiciones de riesgo adicionales. ¿Eso es poco? ¡No, verdad!
Considerar que si una ambulancia o camión de bomberos llega tarde a una escena de emergencia es porque no les importa o por incompetentes, es muy injusto; arengar que el trabajo desarrollado por estos servidores públicos es malo, insuficiente, lento y poco profesional, y por eso se piense que cualquier persona o muchedumbre con cubetas y palas los puede sustituir, es temerario. Por eso, la próxima vez que a usted le toque presenciar una escena de emergencia, deténgase y piense que la mejor forma de ayudar es respetar y obedecer las instrucciones del personal de emergencias. Su vida está de por medio. Esto es también protección civil. ¡Que su semana sea de éxito!
Hugo Antonio Espinosa Ramírez
Funcionario, Académico y Asesor en Gestión de Riesgos de Desastre
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