Cuando el presidente Andrés López Obrador asumió el poder, sus acciones, previas a la toma de protesta, ya anunciaban un sexenio tormentoso; lleno de ocurrencias, de destrucción, de enfrentamiento. Su primera decisión, que casualmente surgió antes de iniciar su encargo, debió dejar las cosas en claro. La cancelación del aeropuerto contra todo pronóstico, que se construía en Texcoco, marcó un hito en su gobierno.
La aparente decisión tomada a partir de una encuesta que mostró un desaseo para cubrir el requisito infestada de trampas para orientar la decisión previamente tomada por el tabasqueño, evidenciaron lo que al final del sexenio ha venido sucediendo, la única y eterna voluntad del tabasqueño, por sobre todo, incluso, como se dejó ver en el proceso electoral del dos de junio pasado.
A propósito, es fácil observar que las elecciones no las perdió la oposición el día marcado en el calendario; pero tampoco, la victoria morenista se construyó en ese último tramo del proceso. El destino del resultado se empezó a tejer desde el primer día de diciembre de 2018.
Como consecuencia, nadie, que no fuera emanado de Morena, pudo haber tenido la mínima posibilidad de triunfo, nadie. Tenía que ser quien el presidente eligiera para contender por su partido; sin dejar de lado que la primera intención del mandatario fue la de continuar en el encargo; las intentonas fallidas de Arturo Fernando Zaldívar Lelo de Larrea, ex presidente ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y de Jaime Bonilla Valdez, exgobernador de Baja California, así lo dejaron ver.
Durante la administración obradorista, se pudo constatar que López Obrador creyéndose su idea de saberlo todo, no iba a consultar sus decisiones en absoluto, y éstas pasarían sí o sí, por encima de quien quisiera oponerse, los ejemplos dejan constancia de ello, como la construcción de sus proyectos: tren maya, refinería de dos bocas y aeropuerto Felipe Ángeles, sin dejar de mencionar la mega farmacia que presumió contendría los medicamentos de todas partes del mundo.
De la misma forma, la defensa sin recato que ofreció a sus colaboradores, los cercanos y los no tanto, a quienes defendió por encima de la razón, lo que determinó una impunidad de la que no se había visto con tal descaro en otros sexenios.
Es la hora que varios periodistas se preguntan, ¿continuará esa misma impunidad con el sexenio que comienza en octubre? ¿Qué decidirá la nueva presidente respecto de los hijos del aún titular del ejecutivo federal; sus hermanos y demás familiares que se encuentran involucrados en actos que deberían ser investigados?
¿Para qué? Respondió López Obrador a la pregunta si habría investigación a sus hijos, no importa tanto la respuesta, lo que importa es la indiferencia con la que respondió, lo que no puede dejar lugar a dudas. No habrá investigación, y Sheinbaum tendrá que decidir entre continuar por la misma ruta de cinismo o, hacer algo diferente.
El uso de los recursos públicos para perseguir a sus adversarios; no a los delincuentes o a los corruptos (a la fecha son pocos los que enfrentan un procedimiento por corrupción), a pesar de la promesa de acabar con ésta, pues no se ha demostrado; ni Felipe Calderón, ni Peña Nieto, o algún otro de los que pueden ser identificados como peces gordos, tienen complicaciones con la ley.
Lo que quiere decir que, todos ellos son tan inocentes como se ha declarado siempre López Obrador; por lo tanto, no se les puede acusar de corruptos, porque de hacerlo, es culpar sin pruebas, esas mismas que cada vez que se toca a un elemento del círculo cercano del mandatario, exige.
Entonces, ¿todos son inocentes? ¡qué descaro!
Lo que si hay y de sobra, es la persecución mordaz y casi demencial que emprendió el mandatario desde el inicio de su administración en contra de quienes no representan mayor peligro que lo que significa a su imagen de honesto; nadie es más peligroso que alguien que destape los secretos obscuros de su familia, y esos, son pocos los que se atrevieron a ponerlo en evidencia.
Carlos Loret de Mola, Víctor Trujillo, Ciro Gómez Leyva, Ricardo Alemán, entre otros, han sido encarnizadamente perseguidos por el gobierno, ¿cuál es su pecado? No alinearse como todos los demás al régimen de la 4t, y ese, es precisamente su pecado. Así terminará el sexenio; persiguiendo a los comunicadores. Le urge consumar con su venganza aunque diga que no lo es, pero: si camina como pato, grazna como pato y parece pato, hay derecho a presumir que se trata de un pato.
No podía terminar de otra forma este sexenio, no se vio nada diferente durante todo el tiempo que ha estado López al frente de la administración federal. El final será de pronóstico reservado, pero tampoco se aprecia que en el nuevo gobierno las cosas pudieran ser diferentes.
López Obrador persiguió como pocos gobernantes a la prensa, a los incómodos para él y, sobre todo, para la imagen que construyó a través de los años. Los más peligrosos para cualquiera que esconde secretos, son aquellos que investigan, preguntan, cuestionan y sacan a la luz pública el resultado de sus investigaciones.
¿Por qué no fue lo mismo con los políticos contrarios a la 4t? La respuesta es aún más simple: porque todos ellos tienen cola qué les pisen, si la clase política no fuera tan corrupta, no los hubiera tomado de “salve sea la parte” para obligarlos a ceder, incluyendo a su propia gente, a quienes sabe cómo tenerlos bajo control. Nadie se le puede salir de las manos.
López Obrador quiere ver en la cárcel a Loret de Mola, más que a Víctor Trujillo, o cualquier otro, la pregunta es: ¿lo logrará?