Hoy hablaremos de un importante referente que tuvo nuestra amada Toluca, ya que aún existe un vestigio (Capilla Exenta) en el corazón del centro histórico, estamos comentando del antiguo Palacio Legislativo (hoy Plaza Fray Andrés de Castro).
¿Qué es esto que estoy leyendo? Son las memorias del general José Vicente Villada; ¿que son unas memorias? Es aquel relato que de una forma describe los hechos y acontecimientos que el autor ha vivido como protagonista o testigo; es por ello que para escribir esta pequeña crónica hay que leer un poco del general Villada. Comenzaremos a mencionar los nombres de la calle donde se ubicó este emblemático inmueble, con una fachada única con pilastras, molduras, columnas y ménsulas, de piedra de la hacienda de Xicaltepec, y de las canteras del pueblo de Tlacotepec. El primer nombre fue el de Porfirio Díaz por la época que vivía nuestro país en 1900, pasado el tiempo se le puso el nombre de La Concordia, por motivo de haber llegado a un periodo de unión, avenencia, paz, compañerismo, cordialidad, amistad y los más importante la hermandad y fraternidad del país. Ya a finales del siglo XX toma el nombre de Belisario Domínguez (el que suscribe me toca vivir esta etapa donde recuerdo en mi niñez, que en el mes de diciembre se ponían los comerciantes en las banquetas a vender todos los artículos del tiempo navideña), este palacio entra en funciones en el año de 1894, donde por su gran trabajo escultórico vemos que su trabajo debe haberles costado labrarla a los canteros.
En este palacio estuvieron los almacenes de libros y útiles para las escuelas públicas del Estado; la sala de recepciones, la biblioteca de la Cámara y los archivos del Congreso local, donde se instaló el 15 de agosto de 1893 la XIX Legislatura del estado durante la administración del insigne general José Vicente Villada, este edificio tuvo un costo de veinticinco mil pesos. La calle se abrió hacia 1869, según documentos de esta etapa, los predios resultantes se adjudicaron a particulares. Con la demolición de la iglesia del convento de San Agustín de San Francisco, se construyeron sus casas los compradores, perteneciendo un predio de este resultado a la familia Flores Arriaga quien en un principio primero lo alquilo y después la vendió al gobierno, para posteriormente edificar el palacio en referencia; la casa de la familia Flores se erigió en lo que fue antes la sacristía y oficina del convento de San Agustín de San Francisco, para luego instalar la Casa Cural.
Fua hasta que pasó a poder del gobierno, durante la administración del general Villada, el tiempo en que se construyó el frontispicio que algunos de nosotros nos tocó conocer (hoy Plaza Fray Andrés de Castro), pisando ese recinto grandes hombres del Estado de todos los sectores, representantes populares, así como ciudadanos ilustres estuvieron alguna vez en ese insigne palacio de la vieja Cámara, discutiendo y aprobando leyes trascendentales, pero quizá ninguna tan importante como la protección de la Industria, presentada durante la administración de don Isidro Fabela, y que convirtió a nuestra entidad económicamente, en el Estado Coloso, el Estado monstruo para emplear las palabras de un constituyente del 57. Pero la grandeza se desvirtúa cuando no va acompañada de nobles impulsos del espíritu, como esculpir en humo, o pintar en agua.
Comentan los antiguos cronistas, que el convento y templo de San Agustín de San Francisco fue construido con piedras provenientes de los palacios y teocallis indígenas. Si hubiéramos visto el muro del costado izquierdo de la Cámara, y el de la parte posterior, se hubiese comprobado que estaba construido, en su mayor parte de bermejos tezontles prehispánicos (una joya). También comentaremos de un pasadizo subterráneo que estaba debajo de la Cámara, corto, estrecho, humado, corriendo entre dos muros de piedra, teniendo una planta en forma de I, existiendo en el piso de tierra fragmentos de cráneos, tibias y costillas, con olor a catacumba. Cuando se comenta un pasadizo, se imagina que ese subterráneo fuese parte del que ingenuos toluqueños decían que iba desde el convento del Carmen, hasta el edificio de El Beaterio, que ocupó tiempo después el Instituto Literario. ¡Pero sorpresa…! No hubo tal pasadizo comprobado, no existió huella alguna cuando excavaron el suelo para edificar el estacionamiento situado en la fachada oriente del actual Palacio de Gobierno; tampoco cuando se cavó el piso de la antigua cárcel, ubicada en avenida Juárez esquina con Instituto Literario (otrora Constituyentes) para colocar la cimentación de la primera tienda de autoservicio Blanco, hoy Soriana.