En un país donde la justicia muchas veces parece lejana y oscura, hablar de tribunales transparentes es más que una necesidad: es una exigencia ciudadana. La transparencia no es un lujo institucional, es el oxígeno de la confianza pública. ¿Cómo confiar en lo que no se puede ver? ¿Cómo creer en quienes resuelven sobre nuestros derechos a puerta cerrada?
La confianza en los tribunales se construye con puertas abiertas, sentencias públicas, acceso a expedientes, explicaciones claras y lenguaje ciudadano e inclusivo. Necesitamos personas juzgadoras que hablen no sólo desde la ley o los criterios, sino también con la gente. Necesitamos salas de justicia que no se escondan detrás de formalismos o tecnicismos, sino que sean espejos de integridad y rendición de cuentas.
Transparentar no es exhibir, es dignificar. Significa permitir que todas y todos veamos cómo se toma una decisión y por qué. Significa también que las y los juzgadores rindan cuentas sin miedo, con argumentos y con verdad. La justicia no debe ser un privilegio hermético, sino un derecho claro, visible y entendible.
Pero no se trata únicamente de mostrar. Se trata de explicar. Muchas veces, incluso cuando la información judicial está disponible, esta se encuentra redactada en un lenguaje técnico que sólo entienden las y los abogados. Un tribunal transparente no solo publica sentencias: las hace comprensibles. Democratizar el lenguaje judicial es también democratizar la justicia.
Además, la transparencia debe ir acompañada de accesibilidad. Esto significa que una persona, sin necesidad de un profesional del derecho, pueda entender y seguir su propio proceso. Que los juzgados tengan plataformas digitales claras, canales de atención accesibles, mecanismos de revisión eficaces y sistemas de rendición de cuentas públicos y funcionales.
La transparencia judicial es también una herramienta contra la corrupción. Cuando los procesos se ventilan de cara a la sociedad, cuando hay monitoreo ciudadano, cuando la información fluye, se reduce el margen para las decisiones arbitrarias, las influencias indebidas y los intereses opacos. Un tribunal que no teme ser observado es un tribunal más libre, más ético y más fuerte.
Por otro lado, la desconfianza en la justicia no nace únicamente del desconocimiento, sino de experiencias concretas de impunidad, discriminación o revictimización. La transparencia, entonces, también es una forma de reparar, de abrir la puerta al diálogo institucional y de reconocer errores cuando los hay. Ninguna institución gana prestigio con el silencio. Lo gana cuando es capaz de escuchar, de explicar y de mejorar.
Quitarle el polvo a los tribunales es, en el fondo, quitarle el polvo a nuestra democracia. Solo así, con ojos que miren y voces que pregunten, la justicia podrá acercarse a quienes más la necesitan. Solo así, las personas volverán a creer que la justicia no es un privilegio para unos cuantos, sino un derecho para todas y todos.