Comenté en mi anterior colaboración que este viernes me dedicaría al tema de los matrimonios entre personas del mismo sexo, considerando que la semana anterior abordé las nupcias heterosexuales en México. Ha de recordarse que, a partir del año 2009, en la Ciudad de México y, luego en otras siete entidades del país, las homo-bodas civiles comenzaron a cobrar visibilidad. Hay que tener en cuenta que una cantidad indeterminada de homoparejas --de nacionalidad mexicana-- pudieron haberse casado en otros países más posmodernos, antes de que llegaran aquellos emblemáticos años 2009 y 2010. Quizá ello se tornará en un secreto que algún día saldrá a la luz o, podría ser que tal intimidad sea llevada al sepulcro de los amantes, esposos y esposas de clóset.
¿Por qué y para qué se homo-casan? Hay mucho que decir acerca de los motivos históricos, subjetivos, culturales y legales que pueden llevar a tan osada decisión; pero se precisaría más espacio. Lo que sí se asoma son algunos rasgos generales que las estadísticas permiten trazar desde los llamados «matrimonios igualitarios». Lo que enseguida presento se deriva de datos oficiales disponibles en los cubos interactivos que proporciona el INEGI y que he procesado a partir del año 2010, hasta el 2016.
En mi columna anterior comenté que las bodas heterosexuales van a la baja, con un manifiesto declive a partir del año 2012. Parece que tal declive persistirá. En contraste, aunque no se puede comparar en términos cuantitativos, los enlaces civiles «igualitarios» muestran una tendencia ascendente. Iniciaron con 689 bodas en 2010 (solamente ese año en la Ciudad de México) y, para 2016 se casaron otras 2,387 parejas, de hombres o de mujeres. Ver siguiente gráfico.
Se trata de un periodo muy corto para intentar vislumbrar si esta trayectoria es iniciática o simplemente es la explosión que luego volverá a la mesura, entendiendo que este tipo de enlaces depara otras cosas, además de la foto, la fiesta y la luna de miel. No pretendo comparar los primeros siete años de esta novedad civilizatoria, contra más de tres siglos de sacro maridaje. Por ahora, parece que unos contra otros y que algunas contra otras, se han animado a formalizar legalmente su historia amorosa; cierto es que aporta diversas ventajas en términos de igualdad ante la ley, protección social, acceso a servicios de salud, identidad y respecto al manejo familiar o conyugal del patrimonio.
¿Se unen civilmente antes o después que las parejas hetero? Poco más de la mitad de las bodas tradicionales, se celebraron cuando ellos y ellas tenían entre 20 y 29 años de vida. En cambio, los y las esponsales del mismo sexo escogieron emparejarse cuando eran ligeramente mayores. Ver las siguientes dos gráficas. En el caso de los hombres, casi la mitad de ellos (47 %) se unieron civilmente de los 35 años en adelante; incluso se observa un ligero repunte cuando entran al medio siglo de vida, con 13 % de los casos. Contrajeron nupcias, en 41 % cuando los prometidos habían cumplido entre 25 y 34 años de edad; de todas formas, se unieron civilmente a más edad que sus pares hetero.
En el caso de las mujeres que se casaron con pareja de su mismo sexo, 46 % lo hicieron también un poco más tarde que las parejas heterosexuales y con más frecuencia que sus pares masculinos homo-casados. Otro 40 % se distribuyó en los subsecuentes rangos etarios, pero a diferencia del maridaje entre varones, ellas no repuntan tanto cuando llegaron a los 50 años de edad y más.
Quizá sea el hecho de que «el clóset», el estigma y la discriminación a ellos y a ellas les implique decisiones y grandes luchas existenciales, así como la necesidad de librar conflictos intrafamiliares, antes de tomar tan compleja decisión. Seguramente tiene que ver con el empoderamiento que poco a poco van construyendo frente a sus propios mundos. Pasados los 25 años parece que una parte de los gays y de las lesbianas comienzan a enfilar con mayor fuerza y entereza hacia aquello que desean configurar para su vida emocional.
Con base en los indicadores de estos primeros años, se concluye que las homo-parejas que han optado por la palestra matrimonial tiene que ver con un proceso de empoderamiento que guarda correspondencia con tener mayor edad, más escolaridad y con la autosuficiencia económica a través del empleo. Si comparamos las uniones heterosexuales con los matrimonios igualitarios, se aprecia lo siguiente:
1). Los conyugados hetero reflejan los niveles de escolaridad que tenía la población en México durante el periodo 2010 a 2016, precisamente por constituir a la gran mayoría de participantes. Recordemos que los casamientos habituales superan los 500 mil cada año y, emanan del amplio tejido social, dando cuenta de la distribución escolar que prima en toda la población; algunos puntos más, algunos menos en cada nivel educativo. De todos los que contrajeron hetero-nupcias, con estudios de primaria se reportó cerca de la quinta parte, es decir, 18.6 %, con secundaria 27 %, con preparatoria o equivalente 21 % y con estudios profesionales 20 %. El restante porcentaje (13.4) se distribuyó entre los que no tenían escolaridad y entre aquellos que no especificaron su condición.
2). Quienes se han casado con personas de su mismo sexo, tuvieron niveles de escolaridad más altos que el resto de los casamientos heterosexuales. Veamos: Son profesionales 51 %, tenían estudios de preparatoria o equivalente 30 %, reportaron estudios de secundaria 14 % y, de primaria, apenas sumaron 2 % de las homoparejas. Hay que comentar que dicha tendencia es un poco superior a la conseguida por mujeres casadas con mujeres, pues las parejas gays que han contraído este compromiso civil sacan una ligera pero consistente ventaja porcentual en cada nivel educativo.
3. Con respecto al empleo, en los casorios convencionales efectuados, 95 % de los masculinos tenían empleo, en tanto solamente 42 % de sus parejas laboraban. En cambio, cuando las parejas de masculinos se unieron civilmente, tenían empleo ambos, en 91 % de los casos. Para las mujeres desposadas con pareja del mismo sexo, ambas tenían empleo en 85 % del total.
Estas características nos indican que se trata de una clase social empoderada; que ha tenido condiciones para acceder al matrimonio, en este caso, todavía desigualitario. Sin duda, queda mucho camino por avanzar. Las leyes son imprescindibles, pero siempre serán insuficientes si se quiere transformar la realidad.
La semana próxima cerraré este tema con algunos otros aspectos.
Coordinador Red Internacional FAMECOM