José Agustín Ramírez Gómez, cuya pluma no solo escribió historias sino también trazó un camino rebelde en la literatura mexicana, nos dejó el pasado 16 de enero de 2024. Nacido en Guadalajara en 1944, Agustín fue un escritor emblemático que dejó una huella imborrable en la cultura mexicana. Su obra, firmada simplemente como José Agustín, refleja el espíritu de una generación que buscaba romper con las convenciones, tanto literarias como sociales.
Agustín fue parte fundamental de la literatura de la Onda, un movimiento que, según la reconocida escritora Margo Glantz, incluyó a figuras como Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña y René Avilés Fabila. Esta generación se caracterizó por su estilo informal, desenfadado y profundamente influenciado por la cultura pop, específicamente el rock and roll y los psicotrópicos. Era una literatura que buscaba dialogar con su tiempo, reflejando las inquietudes, rebeldías y transformaciones de la juventud de los años 60.
En el ámbito de la educación superior, siempre he sostenido que la formación de los universitarios debe ser integral. Ya sea en ciencias duras, humanidades, o en áreas jurídicas y sociales, es fundamental que el alumno desarrolle una capacidad empática hacia las causas del pueblo. Conocer a figuras como José Agustín no es solo un privilegio, sino un imperativo categórico indispensable para enriquecer esa formación.
Durante mi administración como rector de la Universidad Autónoma del Estado de México en 2016, tuve el honor de otorgarle el doctorado honoris causa. Este acto no fue solo un reconocimiento a su extraordinaria contribución a la literatura mexicana, sino también un testimonio del impacto profundo que tuvo en mi propia formación y en la de incontables estudiantes. Su obra se convirtió en un elemento crucial en nuestro currículo, proporcionando una perspectiva única y enriquecedora sobre la cultura y sociedad mexicanas.
El trabajo de José Agustín fue crucial para entender el panorama cultural y social de México en esas décadas. Con una escritura que desbordaba creatividad y libertad, Agustín supo captar la esencia de un México juvenil, efervescente y en constante cambio. Sus narrativas no solo eran un reflejo de su generación, sino también un desafío a las estructuras literarias y sociales establecidas. En sus obras, el lenguaje se convirtió en un instrumento de rebeldía, una forma de cuestionar y redefinir la identidad mexicana.
La relevancia de su obra trasciende las disciplinas académicas. Para un alumno de ciencias duras, leerlo significa entender mejor el contexto social en el que se aplicarán sus conocimientos técnicos.
Para un estudiante de humanidades o ciencias sociales, su literatura ofrece una perspectiva crítica y creativa sobre los desafíos culturales y políticos de nuestra sociedad como sus libros de tragicomedia mexicana, herramienta fundamental para entender y comprender la historia de México. En todos los campos, su escritura alimenta la empatía y el compromiso con las causas sociales.
Fue más que un escritor; fue un narrador de historias, un cronista de su tiempo y un rebelde con causa. A través de sus letras, nos dejó un legado que va más allá de las páginas: una invitación a cuestionar, a explorar y a no conformarse. Su obra nos recuerda que la literatura puede ser un espejo de la sociedad, pero también una ventana a mundos nuevos y posibilidades inexploradas.
Mi encuentro con la obra de José Agustín marcó un antes y un después en mi formación. Su enfoque irreverente y su aguda crítica social me impulsaron a cuestionar y a buscar siempre la innovación en mi práctica profesional y académica. Su influencia fue un factor clave en la forma en que abordé mi rol como rector, siempre buscando fomentar un ambiente de aprendizaje dinámico, crítico y socialmente comprometido.
En el contexto actual, donde la literatura sigue evolucionando y enfrentando nuevos desafíos, su figura sigue siendo relevante. Su capacidad de innovar y romper esquemas es un recordatorio de que las palabras tienen el poder de cambiar no solo nuestras percepciones, sino también nuestra realidad. Su partida deja un vacío en el panorama literario, pero su legado permanece, inspirando a nuevas generaciones a escribir con audacia, creatividad y, sobre todo, con libertad.
José Agustín no fue solo un escritor; fue un educador en el sentido más amplio de la palabra. Su legado en la formación de generaciones de universitarios es invaluable. Como rector, reconocí su importancia no solo otorgándole un doctorado honoris causa, sino también integrando su visión en el corazón de nuestra educación universitaria. José Agustín enseñó a nuestras abejas a volar más allá del panal, explorando y entendiendo la rica y compleja sociedad en la que vivimos. Su ausencia es profundamente sentida, pero su influencia permanecerá siempre en las aulas y en los corazones de quienes tuvimos la fortuna de aprender de él.