Hoy hablaremos un poco de los relatos del Panteón General de Toluca, llamado La Soledad, ubicado en una de las principales arterias viales de nuestra ciudad Avenida Morelos oriente.
El pasillo que cruza el panteón de La Soledad es largo. Durante las mañanas lo cubre la bruma que apenas asienta con los primeros rayos del sol y que cae sobre los obeliscos y lápidas en mármol de carrara francés y otras más de cantera, piedra y granito, que predominan en el andador principal. El cementerio en referencia pareciera que se sobrepone con el tiempo y asemeja un retrato que no cambia después de más de 131 años de existencia.
Relatos de amor y desamor, de héroes de mil batallas o de grandes tragedias familiares, algunos plasmados en los libros de historia, otros olvidados. Además de un pedazo de la historia del siglo XIX de la capital mexiquense, el Panteón La Soledad también está lleno de leyendas que forman parte de su encanto. Los camposantos son la huella histórica de una ciudad. Sus inquilinos formaron lazos que forjaron en su momento una sociedad, una familia, una comunidad, un amor eterno. Ya sea el galope de un general sanguinario, una flor en una tumba desde hace más de 130 años como símbolo de amor o la última morada de quienes asistieron a una cena maldita, todo se ha quedado delimitado en el mismo predio. Juan N. Miramontes fue gobernador del Estado de México y un sobreviviente de la guerra de reforma. Fascinado con el servicio de las sexoservidoras de la época, no dio paz a sus enemigos ni muerto. No fue sino hasta que inauguraron el Panteón General La Soledad que decidieron trasladarlo ahí para evitar que se escapara de su tumba. Decían que el general había sido muy sanguinario durante la guerra de reforma, entonces es cuando decidieron enterrarlo con 40 toneladas de loza encima, es la tumba más grande y la más pesada, la gente decía que, si así lo ponían, no se iba a escapar.
Pero su historia no para ahí, pues quienes cuidan este camposanto, aseguran que, por las noches, el general Miramontes, famoso por degollar a sus enemigos, sale a cabalgar, es por ello que, incluso las mujeres que trabajaban por las noches, le ponen monedas en su lecho de muerte para que las proteja. A pocos metros está la tumba de los asistentes de la cena maldita organizada en 1910 por la familia Graff, para celebrar el Centenario de la Independencia. Los Graff organizaron un megadesfile a principios de 1910, con excelente banquete y todo el entorno muy ad hoc a la ocasión, el banquete fue realizado para la alta sociedad y para la comunidad alemana por todos los esfuerzos por el Centenario, en el Rancho La Providencia, pero, o no estaba bien curada la cazuela dónde se prepararon los alimentos o no estaba bien seleccionada la carne, son las dos versiones que hasta la fecha siguen y no se ha comprobado cuál fue la causante de que 35 alemanes murieron intoxicados por triquinosis que es carne echada a perder. En total, 14 de este grupo de alemanes fueron enterrados en el Panteón General y entre ellos estaba doña Elsa Graff, ella no merodea el camposanto, sino la fábrica cervecera, hoy en día Centro Tolzú y es la muestra de que una ciudad puede conocer a través de sus muertos.
En este panteón en referencia, una de las tumbas más significativas hasta nuestros días, es la de la Vida Cortada, emblemática escultura de un pájaro muerto mientras tres personas observan desde un árbol el cuerpo inerte de la madre. Aunque ya nadie visita el sepulcro, todos los días aparece una flor sobre él, símbolo del amor eterno de una madre, uno que trasciende la vida. La leyenda cuenta que el esposo, quien le prometió que todos los días habría una flor en su tumba, lo que hasta estos días se ha cumplido. La lápida fue esculpida en concreto por el artista plástico Juan Gómez y fue encargada para la memoria de María de Lourdes Barbabosa, una joven madre de 35 años quien falleció en 1890. Debido a su carga histórica, se busca musealizar este panteón que solo los valientes o los puros de corazón se atreven a caminar por las noches. Si tienen suerte y prestan atención, solo escucharán al general Mirafuentes cabalgando y les permitirá continuar con su camino en el mundo de los vivos. El general Mirafuentes murió antes de que se abriera el panteón, lo enterraron en lo que era el panteón de Santa Clara y comentan que cuando lo enterraron como que se salió una mano.