Hoy hablaremos “Matraca a las señoritas toluqueñas” siglo XIX

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Hoy hablaremos “Matraca a las señoritas toluqueñas” siglo XIX

Lunes, 26 Agosto 2024 00:00 Escrito por 

Caminar por las calles de nuestra amada Toluca, que hoy llevan el nombre de Allende, Bravo Mina (hoy Morelos), Aldama, Rayón etc., equivale a transportarse a la vieja ciudad de hace más de cien años que impresionó tan grandemente a aquel talentoso yucateco, gobernador del Estado de México, que se llamó don Lorenzo de Zavala. A través de los visillos, las manos inquietas de mujeres, como rosas de invernadero, se mueven sin cesar, hilvanando la trama inútil de un encaje que parece jamás ha de tener fin. Los ojos siempre soñadores de las mujeres silenciosas que tejen y tejen, nos persiguen ahora como entonces, haciéndonos soñar y revivir la vida de Toluca, donde aún flota un aire de claustro y una tenue tristeza conventual. No era ciertamente nuestra ciudad, tal cual la conoció el gran historiador Gutiérrez Nájera, florecida en geranios, hoy en día preciosos agapandos de colores blancos y lilas; por el contrario, por el enorme y destruido convento de San Agustín de San Francisco parecía pesar sobre las cosas, imponiendo su austeridad. El río Verdiguel, hoy en día completamente embovedado, pasaba a flor de tierra, llevando entre sus aguas turbias y hediondas, hilachos, basura y pedazos de petate; en sus orillas había pestilentes zahúrdas que llenaban el ambiente de un olor no precisamente de ámbar. Las calles que entonces se llamaban: calle Real; calle Libertad; puente de Corazón de Jesús; calle de San Fernando; callejón del Cenizo; de la Pilita; de San Juan de Dios, posteriormente La ley (hoy Villada); calle de San Lorenzo; la de Tenería (hoy Lerdo); callejón del Muerto; callejón del Carmen; calle de Esquipulas; calle de los Arbolitos callejón de Saraperos, y muchos otros nombres que viven solamente en el recuerdo adormecido de los viejos, presentando el más ingrato de los aspectos, mal adoquinados, sin aceras, poco alumbradas, llenas de vagos de picha y sabana, para cometer sus fechorías durante las noches, siempre riñendo y jugando juegos de leperos frente a la famosa pulquería de la calle Real. Cuando llovía se inundaban los barrios de San Juan de Dios y de la Merced, corriendo por las calles adyacentes un torrente de aguas turbias que imposibilitaba el tránsito y llenaba de fango las humildes casuchas de los más vulnerables.

 

mujeres toluca siglo xix

 

En esa época, no había más diversiones que concurrir al paseo de los Arbolitos, al Cóporo, a las novenas que los buenos frailes de San Francisco, de la Merced o del Carmen, organizaban con frecuencia, siempre concurridas, aunque nada tenían de bonitas, como dice el malhadado papel al que nos vamos a referir, por las devotas que ocultaban las rosas de sus mejillas bajo los pliegues del rebozo de bolita de Sultepec, Temascaltepec o Tenancingo. Las mujeres no se veían en los paseos públicos y cuando los había, eran las honradas madres de familia que se cuidaban de dejar en casa a sus hijas guardadas bajo los siete sellos de la desconfianza. Por lo demás las señoritas toluqueñas eran extremadamente retraídas, determinando esta circunstancia que en el carnaval del año de 1835 aparecieran tapizadas las esquinas de la ciudad con un papel redactado en formas de proclama que indignó de sobremanera a la susceptible sociedad de entonces. El Reformador, ilustre periódico diario de aquel entonces, creado a iniciativa del no menos ilustrado don Lorenzo de Zavala, reprodujo el papel en cuestión, cuyo título era “Matraca a las Señoritas Toluqueñas”, con el que hemos encabezado este relato.

La indignación por aquel panfleto ultrajante para las señoritas de Toluca, creció de punto porque se ignoraba quién era el autor que ocultaba su nombre bajo las iniciales F.C., llegando a atribuírsele al mismo gobernador. Nada menos que entre otras lindezas se decía en el meloso trato a las señoritas, que eran tan inciviles, que parecían ermitañas. Después de que acabáis de coser, fuerza en que quedáis ociosas y pensando en las musarañas (añadía aquel malhadado papel): por devotas que se os suponga no empleareis todo el tiempo que os sobra en rezar y echar oración mental. Tampoco puede decirse que lo paseis en la lectura, pues que apostaría mi cabeza a que ni las novenas de real conocéis. De manera especial se les echaba en cara la aversión que sentían por los empleados llevados a Toluca por el ateo don Lorenzo de Zavala, a tal grado que se les decía “pero nada os diré en recomendación del baile; y así algo de la clase de los que asistid con gusto: no vais a lo que tienen las familias de los empleados del estado, ¿y por qué?, porque según he sabido, los padres franciscanos dicen que son herejes y falto de religión los diputados y la mayor parte de los oficinistas”.

 

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En fin, terminaba aquel panfleto recomendándoles que se apartaran de los frailes de La Merced y de San Francisco, que les había servido hasta de chichiguas, aconsejándoles que en lugar de leer libros tales como El Barón de Foublas o Teresa la Filósofa, se dedicaran a la lectura de la historia del mundo, que es tan propia al carácter de la mujer, porque divierte e instruye. Uníos a las familias que han venido a dar la importancia y fomento a vuestra tierra; concurrir con ellas a sus reuniones de diversión y sociabilidad, y si advertís que hay deslenguados y zaragates, haceos una contra ellos, despreciadlos y desterradlos de vuestra compañía. No ocultéis vuestros coloraditos rostros a los hombres limpios que os quieren ver en los balcones; nada os han de hacer; cuando más solicitaran vuestra mano, y si os amaís, ganará mucho esta ciudad, con que los empleados se enlacen con vosotras y se haga así una combinación entre el interés de ellos y de vuestros padres y parientes.

Desechad a los barbones y a las preocupaciones de ciertas viejas que dicen que un hombre no es trabajador ni laborioso, mientras no trae las manos como una pala de aventar lodo. Concurrid a los bailes, no de los padrecitos, sino de los mundanos, porque esto es puramente mundano; y a los primeros vedlos en la iglesia y no más. Cuantos en su nombre tenían las iniciales de F.C. se disculparon de no ser los autores de aquel panfleto, por las columnas de El Reformador, pero esto no aminoró para nada la indignación de las toluqueñas, hasta que don José María Heredia, aquel ilustre cubano, en otro papel cuyo título es “Más vale tarde que nunca”, vertió el cofre de sus alabanzas en su elogio.

 

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Gerardo R. Ozuna

Toluca: Rescatando identidad