Hablaremos un poco de las Haciendas del Valle de Toluca o Matlazinco

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Hablaremos un poco de las Haciendas del Valle de Toluca o Matlazinco

Lunes, 05 Junio 2023 00:55 Escrito por 

Hoy hablaremos un poco de las Haciendas del Valle de Toluca o Matlazinco, ya que nos llevaría prácticamente escribir un libro sobre este tema ya que Toluca y su valle estuvo rodeada de grandes Haciendas que le dieron un aspecto muy hermoso; las yuntas arregladas en líneas paralelas arando las cementeras, el labrador lejos del bullicio de la sociedad, lleno de esperanzas y de fines nobles; las inmensas llanuras cubiertas de magueyes y maíz, de alverjón y cebada, y escenas campestres tan variadas y divertidas, siempre nuevas y poéticas que sorprendían y agradaban; se distinguieron las corridas de toros, los coleadores, herraderos y las carreras de caballos.

El Valle de Toluca es la región más elevada del país y corresponde en parte a la cuenca alta del río Lerma. Sus límites naturales son la sierra de las Cruces al oriente y nuestro gran referente y guardián el volcán Xinantécatl o nevado de Toluca al poniente. Al norte se considera que inicia en los límites de Ixtlahuaca y se extiende por el sur hasta la zona de Sultepec.

La región que abarca este relato, se reduce solo a una parte del extenso valle de Toluca; grosso  modo comprende los pueblos o partidos que a finales de la época colonial entregaban el diezmo a la colecturía regional (ministerio de recaudar algunas rentas), del arzobispado de México con sede en Toluca: Almoloya de Juárez, Lerma, Temoaya, Zinacantepec y el propio Toluca, ya avanzado el siglo XIX, estos partidos o, más preciso, municipios, con excepción de Lerma, formaron el distrito judicial y rentístico de Toluca que además incluyó a Villa Victoria, erigido en municipio en la etapa porfiriana.

 

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Solo conociendo sus propios orígenes un pueblo podrá conocerse a sí mismo. Es por esto que el acercamiento a nuestro pasado resulta imprescindible para la comprensión de nuestro presente.

Es por ello que, si queremos una visión integral de nuestra propia historia, es necesario adentrarnos en la historia regional, lo que no solo reforzará la propia identidad, sino que contribuirá también al fortalecimiento de nuestra conciencia.

Durante el siglo XVIII en el gobierno virreinal, se advirtió la construcción al camino a Toluca, ya que el administrador de alcabalas de Toluca se mostraba partidario de la construcción de este camino porque la gran cantidad de ganado de cerda no pagaba el derecho de peaje correspondiente, de esto surgiría que este ganado pagará medio real por cabeza.

Fue durante el gobierno del segundo conde de Revillagigedo (1789-1794) cuando se iniciaron las obras de tres caminos: el de Toluca, de Veracruz y el de Acapulco. Pocos años después el virrey, marqués de Branciforte (1794-1798) informó que estaban concluidos los caminos de Toluca y Veracruz.

Durante el siglo XIX (1810), aparecieron varios arribistas que adquirieron las haciendas que otros miembros de la élite más antiguos habían perdido en difíciles circunstancias. Estos advenedizos, comúnmente políticos sin fortuna personal de consideración, ascendieron de la insurgencia triunfante comprando haciendas a precios muy bajos o aceptando pagar las deudas de los antiguos dueños más que el valor real de las propiedades.

La élite propietaria de la tierra antes de la Independencia en su mayoría era de ascendencia española, pero poco después muchos de ellos fueron reemplazados por los servidores públicos y grandes políticos del México independiente encabezados por Agustín de Iturbide, Vicente Guerrero, Mariano Riva Palacio y otros más.

La combinación de propiedad española, empresa productiva y población residente de trabajadores agrícolas germinó en lo que sería en los siglos venideros la institución más característica del campo mexicano: ¡La Hacienda…!

El surgimiento de las haciendas no ocurrió en un momento preciso, sino que fue resultado de la articulación de circunstancias de diversa índole que se dieron en la época virreinal. Las mercedes reales y la compraventa de tierras abonaron el terreno inicial; las composiciones legitiman la posesión a partir del siglo XVII (1643), aún de lo adquirido del modo irregular.

En suma, propiedad, más empresa, más población dio por resultado la Hacienda.

 

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Pasado el invierno, renace en las Haciendas la vida, se engalanan los bosques y se visten las praderas, las aves llenan con sus acentos las campiñas; el sol es más esplendoroso al llegar la primavera, el calor vivificador sucede al viento glacial que sopla en las cimas elevadas.

En abril y mayo cambia completamente la monotonía y termina la rudeza de la estación de escarcha y los vientos arrasantes, tan fuertes en el Valle de Toluca; de pronto ya a finales de mayo, se carga la atmósfera de electricidad y se forman grandes tempestades, el cielo se obscurece, el rayo estalla y los campos se regeneran con la provechosa lluvia, que trae la estación de las flores y los bellos aromas, cambio sintetizado en lo que los rancheros llaman truenos de mayo.

Además de las siembras y el cuidado de ellas, hay en las haciendas diversas ocupaciones de otra especie, entre ellas la de dar salitre al ganado, los rodeos en cuya época el ranchero siente agitar su existencia en medio de los peligros, ejercitándose en lazar, colear y manganear. Cuando finalizan las cosechas, el mayordomo y el caporal arreglan la diversión; se adornan las carretas con banderas y arcos de ramas, se cubren con flores los bueyes y algunos instrumentos de agricultura; en la carreta capitana, se lleva con más esmero alguna imagen, la del santo patrono de la finca o la de la Virgen de Guadalupe; en algunas haciendas acompaña la música a las carretas, y todos los dependientes forman una especie de procesión, se dirigen a los gavilleros poblando el aire con grandes cohetes, en medio del regocijo general; después se toma el obsequio que les prepara el amo y termina la diversión con toros y baile; esto es generalmente el final del corte de trigo y la cosecha de maíz.

En las haciendas que tienen herradero la diversión es mayor; desde quince días antes, el caporal y los vaqueros preparan los caballos y comienza la corrida, esto es, que se reúne el ganado mayor, situando las partidas en puntos en que sea fácil recoger a todos los animales que encierran en potreros cercados para más comodidad; separando el diferente ganado por clases y como no se puede cumplir ahí exactamente tal separación, la completan en el corral de mayores dimensiones, la víspera del día en que se ha de herrar (clavar y ajustar las herraduras a los caballos y otros animales en los cascos de las patas).

Los arneses del caporal son de diversos colores y de uno solo el de los vaqueros, los convidados llevan sus caballos más o menos ataviados y sus criados visten casi siempre lujosas camisas. Concluido el apartadero y las manganas, queda listo todo para continuar al día siguiente, por la noche hay baile bajo alguna enramada o un gran jacalón y se tocan los sones del país, alegres y festivos, en medio del ruido y desorden producida por las bebidas. El banquete que se prepara a expensas del propietario, se reduce a los asados del pastor y de la barbacoa de carnero, ternera o novillo, con el correspondiente pulque u otras bebidas.

Los preparativos para el principal día de diversión, se hacen muy temprano, y se da principio a los herraderos a la hora en que lo dispone el amo o administrador. Las señoras se colocan en un tablado, con los demás curiosos que van a disfrutar la fiesta.

 

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Calientes los hierros, el caporal, para comenzar, exclama fuertemente: “Ave María Purísima”, los becerros van pasando de un toril a otro y tomando tres vaqueros o aficionados a cada animal por los cuernos y la cola, lo derriban, dejando libre la parte en que se ha de imprimir el fierro; el caporal con otro inteligente, comentan en alta voz señales de cada animal, para que dos dependientes las vayan apuntando; después se cuenta el total de cabezas y si algún becerro se embravece, es toreado un rato.

Concluido el herradero y separados los toros que se han de lidiar o colear, según la diversión que se elige, se hace un recuento del ganado y el caporal da el grito de puerta o campo. Después de esto sigue la diversión de torear y son llevados al redondel los aficionados, a los cuales los vaqueros tratan de convencer de que nada les sucederá, poniéndose a su lado y dispuestos a quitarles el toro; aunque las señoras excitan a los tímidos y casi siempre termina la escena con los gritos de quítenmelo, y al levantarse el estropeado nunca falta la voz de ¡otro! ¡otro!

El escribiente de la hacienda procura lucirse y el caporal lo impulsa para que muestre valor y desafié el riesgo, asegurándose que no hay peligro, muchos pretenden manifestar su habilidad, con montar al toro que en un momento es arrojado en tierra y después le aprietan el pretal (tiento o cinta de cuero curtido que ciñe el pecho del caballo y sirve para impedir que el apero se deslice hacia atrás, sujetándolo con los extremos superiores), a satisfacción del que va a montarlo; todos entran al redondel con aire valeroso, unos fingiendo y otros porque así lo sienten.

Los que huyen del peligro, son acogidos con la risa general y el estrépito (ruido fuerte) bullicio de los concurrentes; un buen jinete monta y después de haber lucido su habilidad desciende del tablado algún comprometido que no ha podido resistir a las manifestaciones de los demás; obsequioso y condescendiente, alentado tal vez con alguna mirada y movido por el que dirán, se allega a los vaqueros que le dan mil reglas para que no caiga, le animan con argumentos persuasivos que se desvanecen desde el momento en que, subiendo sobre todo el toro, conoce la distancia que hay entre la teoría y la práctica, y casi siempre adolorido, se da la enhorabuena de haber escapado de un peligro serio. El coleadero acaba de llenar lo que falta de la tarde, o el tiempo que queda cuando se emplean varios días en herrar. También se hace esta operación con los potrillos y muletos (estar sin domesticar) en los que se ejercita la mangana (lazo para apresar las manos de un caballo o toro).

Las Haciendas del Valle de Toluca o Matlazinco, tuvieron buenas casas para habitarlas, las eras, trojes y demás oficinas de las fincas son en lo general vastas y sólidamente edificadas y muy bien ventiladas. Las tierras suelen recibir abonos y tienen el riesgo que ministran (dar algo) las vertientes de los montes. Las cosechas son abundantes y seguras; el maíz dura algunos años sin picarse, por cuyo motivo el Ayuntamiento de México tuvo en Toluca alhóndiga para el abasto de la capital, el siglo antepasado.

 

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Haciendas porfiristas de mayor extensión territorial en el distrito de Toluca 1889-1893:

La Gavia; municipio de Almoloya de Juárez propietaria doña Guadalupe Riba, extensión 64,500has.

Hacienda de Suchitepec; municipio de Villa Victoria, propietario Trinidad Pliego, extensión 17,136 has.

Hacienda de Ayala; municipio de Villa Victoria, propietario Vicente Pliego, extensión 8,316 has.

Hacienda La Huerta; municipio de Zinacantepec, propietarios hermanos Henkel, extensión 4,138 has.

Hacienda Mestepec y San Cristóbal, municipio de Almoloya de Juárez, propietario Joaquín Cortina, extensión 3,440 has.

Hacienda de Salitrillo; municipio de Almoloya de Juárez, propietario Ramón Díaz, extensión 3,096 has.

Hacienda de Cano: municipio de Zinacantepec, propietario Antonio Pliego, extensión 3,139 has.

Hacienda de San Nicolás; municipio de Almoloya de Juárez, propietario Teodoro Albarrán, extensión 2,580 has.

Hacienda del Rio; municipio de Almoloya de Juárez, propietaria doña Josefa Arias, extensión 2,580 has.

Hacienda de Tejalpa; municipio de Zinacantepec, propietario Luis Pliego y Pliego, extensión, 2150 has.

Un fenómeno interesante en cuanto a la distribución de la propiedad territorial en el Distrito de Toluca que se manifiesta en este periodo es que determinadas familias concentraban a su vez varias Haciendas y Ranchos, como es el caso de la famosa familia Pliego.

La familia Pliego además de las Haciendas mencionadas, eran propietarios de las Haciendas de Majadas (860 has), La Garceza (956 has) que fue donada por el esposo de doña Ma. de la Luz Pliego Sánchez de López, esposa de don Santos López Rodríguez, hombre de grandes virtudes filantrópicas, esta hacienda La Garceza fue donada para edificar donde actualmente se encuentra el Seminario Conciliar de Toluca, y de Panzacola (951 has).

Por lo anterior, en referencia a lo de la distribución de la propiedad territorial en el mismo distrito de Toluca durante el periodo porfirista, se presenta una característica, que mientras las haciendas de mayor extensión se concentran en un número reducido de terratenientes, el número de propiedades asciende en la medida de que disminuye la extensión de las propiedades.

Conforme a los datos anteriores es de hacerse notar el hecho de que mientras diez hacendados poseen 111,075 has, ochenta y seis propietarios cuentan con una extensión menor de 250 has, treinta de los cuales poseían menos de 50 has. Entre las propiedades que se encuentran en este caso puede mencionarse los ranchos de Tlacopa (15 has) y de la Mora (36 has) en el municipio de Toluca; el de la Providencia, el de la Casa Grande, L a Virgen, de Guadalupe y de San Francisco (cada uno de 21 has) en el municipio de Metepec.

Las haciendas del municipio de Toluca que cuentan con el mayor número de habitantes y trabajadores son; de La Puerta, de Majadas, San Diego Linares, Santín, San Juan de la Cruz, Magdalena, Carrillo, San Diego de los Padres y la de Canaleja.

Me remonto un poco al siglo XVIII para comentar algunos de los propietarios de las Haciendas dentro de la jurisdicción del corregimiento de Toluca que pagaban censo enfitéutico al Estado y al Marquesado del Valle.

San Nicolás Tolentino; dueño Fausto Marcial de Urrutia 1790; Juan de la Cruz Manjarrez 1776.

San Nicolás (después) San Juan de la Cruz; dueño Tomás de la Torre y Elousa 1790 y 1796; padres Carmelitas dueños anteriores.

San Simón Zacango (La Macaria); dueño Matías Carrasco 1790; Ángel Estévez 1776; Nicolás Sánchez Riscos y José Ortigosa, dueños anteriores.

San José Socomaloyan alias La Garceza; dueño Juan Marquina 1790; Manuel Mercado 1776; doña Josefa Calahorra herederos de Francisco Estévez.

San Diego; dueño Br. Agustín Cuevas (albacea del Br. Juan Francisco Velázquez) 1790; Juan Francisco Velázquez 1776; Juan Muñoz de Ceballos y Br. José de Soto dueños anteriores.

Sauz; dueño Manuel Garduño 1790; Juan de Herrera 1776; Manuel Díaz dueño anterior.

San Pablo (después conocido como San Pablo David); dueño Miguel David 1790; Guillermo Garduño 1776; Lucas de Zúñiga dueño anterior.

San Antonio Buenavista (Buenavista Meana); dueño heredero del canónigo lectoral Cisneros 1790; José Cayetano Núñez de Ibarra 1776; Antonio Álvarez.

Buenavista (el chico); dueño, Br. Don José Mercado (hijo de Jose Mercado) 1790; José Mercado 1776; Br Henostrosa.

La Crespa (Encarnación); dueño José Antonio Ortiz 1790; Mariano Eloerroagua 1776; Diego Núñez Viceo, Br. Henostrosa y Br. Cayetano Sotomayor, dueños anteriores.

La Magdalena; dueño José Fernández Castañón 1790; José Fernández Castañón 1776; Manuel de Ibarra dueño anterior.

San Nicolás de los Reyes o Palmillas; dueño Tomas de la Torre Elosua 1790; Tomas de la Torre Elosua 1776; Joaquín Santín dueño anterior.

Doña Rosa (antes San Antonio de Padua); dueño Joaquín Dongo 1790; Joaquín Dongo 1776; doña Rosa de la Peña dueña anterior.

Canaleja (antes San Nicolás); dueño Marqués de Rivascacho 1790; Antonio Bezanilla 1776, Manuel de Gurrutiochea dueño anterior.

N.S de Guadalupe; dueño José Ortigosa 1790; BR. Bartolomé Velasco de la Torre 1776; Sebastián Piña dueño anterior.

San Nicolás (después Santín); dueña viuda de don Felipe Barbabosa 1790; Lic. Felipe Barbabosa 1776; Pedro Santín dueño anterior.

San Miguel Tecaxic (después Hacienda de Nova); dueños herederos del canónigo lectoral Cisneros 1790; Juan Antonio Huerta 1776; Br. Juan Rodríguez de Nova dueño anterior.

Rancho Buenavista (antes La Pila); dueño capitán don Bernardo García 1790; Marcos Lechuga 1776; José Joaquín Rubín de Celís dueño anterior.

Rancho San Isidro (junto a Tecaxic); dueño Francisco López de Cárdenas 1790; Miguel López de Cárdenas 1776; doña Teresa Cisneros, Simón Romero dueños anteriores.

Rancho San Francisco Calixtlahuaca; dueño Miguel de Zea 1790; herederos de José García de Figueroa 1776.

N.S. de Guadalupe Tlachaloya; dueño Roque Valiente 1790; herederos de Alberto González Téllez 1776; Alberto González Téllez, dueño anterior.

Palmillas; dueño coronel conde de la Torre y Cosió 1790; doña Ana Carvajal viuda de Sánchez Riscos 1776; Nicolás Sánchez Riscos, dueño anterior.

Ya en la etapa del México independiente, algunos visitantes de la ciudad quedaron sorprendidos del desarrollo y auge de la tocinería toluqueña. Entre 1823 y 1824 el viajero inglés William Bullok, en compañía de su hijo, visitó el Valle de Toluca y dejó testimonio de la tradición gastronómica de la región: los mejores jamones y chorizos de la Nueva España son curados aquí; visitamos algunas fábricas de embutidos y admiramos nuevamente sus criaderos de finos puercos.

Ya avanzado el mismo siglo (1882), don Justo Sierra comentó la experiencia de su viaje en ferrocarril de México a Toluca y la importancia que tenía la producción ganadera que daba fama a la ciudad: Aurelio J. Vengas en su guía del viajero en Toluca (1894), registro las cifras del abasto anual de carne en la ciudad: 5.090 reses, 5,256 borregos y cabras, y 18,250 cerdos; por supuesto producidos en las haciendas y ranchos de la comarca.

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Gerardo R. Ozuna

Toluca: Rescatando identidad