Aquel viernes 23 de mayo de 1947 los voceadores de periódicos alborozaron las tranquilas calles de la capital de nuestro Estado de México con un nuevo insólito pregón: ¡Diario de Toluca!... ¡Diario de Toluca!... ¡Aquí está su Diario!... ¡Cinco centavos el Diario de Toluca!...
La gente se paraba en las esquinas a comprarlo, a comentarlo, a verle la fachada. Eran cuatro páginas de información, formatos, artículos, comentarios, caricaturas. El primer número, de tinta fresca y con la novedad de sus iniciales titulares, pasaba de mano en mano, de calle en calle, de barrio en barrio. Al atardecer ya todo el mundo lo había visto. ¿Duraría? ¿Iba a salir todos los días, inclusive los domingos?
Se realizó un desorden de afanes que chocaban, tropezaban y vociferaban. El grupo de pioneros que lo había dado a la luz no había dormido la noche anterior. Todo ocurrió en carreras, teclear febril en las rémington, bullir los linotipos, estrépito de prensas y silbar del radiorreceptor de noticias.
Don Luis Echeverría Álvarez ex presidente de México en las instalaciones de El Sol de Toluca.
Cuarto eslabón de la cadena García Valseca. Seis meses de preparar el terreno, de montar los talleres y la redacción, de buscar el material humano adecuado, de planear cómo iban a ser las jornadas diarias. En la ceremonia inaugural habían estado el coronel García Valseca, el gobernador del Estado, señor Alfredo del Mazo Vélez, la madrina Linda Curi (de las mujeres más guapas de Toluca en su época), representativos de los más fuertes sectores toluqueños; se había roto una botella de fino champagne, se pronunciaron los votos de rigor y el Diario de Toluca empezó a andar. Los curiosos se habían apiñado en la ceremonia, corriendo un airecillo de expectación y de escepticismo.
¿Un periódico diario en Toluca? Sonreían los entendidos. Si a duras penas se sostenía un semanario, El Demócrata, y circulaba tal o cual revista mensual y decididamente cristiana hasta las cachas por aquello de que salía cuando Dios quería, ¿de dónde se iban a sacar las noticias cotidianas? ¿De dónde las corrientes de información para fluir ininterrumpidamente? ¿De dónde es la persistencia del anuncio? Para los conocedores de la materia, y los había a montones, un periódico diario en aquella época estaba condenado al fracaso.
Toluca era a la sazón una población provinciana por excelencia, tranquila, rezandera, gris, fría por añadidura, de calles estrechas, que se levantaba y recogía al son de sus campanas; ciudad de viejísimos pregones… de carros de mulas y de una tercia de fábricas textiles en el renglón industrial, con el añadido de fábricas de zapatos y de gaseosas.
Lo que poco sospecharon, si lo sospecharon se lo callaron, es que con el Diario de Toluca-cábala-magia y talismán-Toluca iniciaba su conversión de población calladona a urbe vivaz, vocinglera, uncida a progresivos quehaceres de progreso y creadora de insospechadas fuentes de trabajo.
Lo que fue el Hotel Azteca en la esquina de Hidalgo y Pino Suárez, fue el asiento de los talleres, oficinas y redacción. Olía a tinta y a papel, a thiner, a crisol de linotipos. Chirriaban las máquinas. El ambiente se metía por todos los poros. Vista, olfato y tacto se llenaban de sensaciones nuevas en el germinar del nuevo taller.
Formaron la primera avanzada de dirigentes del triunvirato: Carlos Garduño Torres, Manuel López Pérez y Jesús Ramírez Gámez, director, gerente y jefe de publicidad, respectivamente.
Con ellos Rodolfo García, Clemente Díaz de la Vega, Pepe Alonso, Cristina Martínez, Maruiano Reynoso, Javier Montes de Oca, Benjamín García, Alfonso Perdomo, Jesús Linas, Virgilio Flores, Manuel Moreno El chilaquil, El gordo Manuel Farfán, Carpóforo Helguera, Efrén Ramírez. Y, luego de días, semanas, cuando mucho pocos meses; Héctor Plata, Francisco Martínez (suegro del doctor Mario C. Olivera y ex secretario particular del licenciado Adolfo López Mateos, fungiendo como director del Instituto Científico y Literario), Ramón Pérez (RAPE), Morelos Gracia; y por allí, de visita o de auxilio, Renato Leduc, Álvarez Pulido, Adolfo López Mateos y Víctor Manuel Villegas.
Aún no se terminaba una jornada cuando ya la otra estaba encima. Se pagaba el noviciado, los primeros días fueron de encierro dictado por el amor propio. De las máquinas a los catres y de estos a las máquinas. Se comía cuando se podía, aunque en la bebida pocos eran los rezagados.
¡Tiempos heroicos! Que los hay en toda empresa, de grande o ínfima envergadura, de puntadas fuera de lo común. Cuando Javier Montes de Oca se topó una noche con la espeluznante realidad de que reporteros, linotipistas y formadores no estaban en sus puestos, habían sido vencidos por el sueño, la fatiga y quizá otro poco por las bebidas espirituosas. Y faltaba mucho por hacer. Luego entonces, tan pronto se sentaba a la máquina para cabecear las notas del hilo, como pergeñar el formato, y corría al linotipo y de este a formación, sacaba pruebas, enramada y por último a tirar. Fue un fantasma diligente al que todo le salió, afortunadamente, bien. Nada más faltó que saliera a vender. Tal ocasión el director había ido a la ciudad de México a asuntos relacionados con la marcha del matutino.
Los gajes del oficio no tardaron en presentarse en diferentes formas. Cierta tarde arribó furioso a la redacción un tipo de estampa diazmironiana, pistola en la diestra y sombrero arriscado. Al primero que se encontró fue a don Francisco Martínez (Panchito, el que suscribe lo recuerdo tan bien, bajito de estatura siempre pulcro en su vestir y educado), hogareño funcionario de la Universidad UAEMex. El empistolado fulminaba con los ojos: ¡Yo no soy charlatán ni merolico, quiero que rectifiquen esa noticia y quiero saber porque lo dicen!
Don Francisco, sentado en su escritorio frente a la máquina de escribir y con un ritmo de cuartillas al lado, le explicó pausado como él lo era y a la vez también conciliatorio, que la fuente de información provenía de una acusación presentada en el Ministerio Público de Tenancingo, pero que se tomaría en cuenta lo que el inculpado esgrimiera en su favor. De tal modo lo convenció y le bajó el enojo, que el hombre terminó por estrecharlo en un efusivo abrazo y en ponerse a las órdenes de todos, como su cuate.
El sujeto en cuestión era Antonio Picard, usurpador del nombre y el título de un médico ausente del país y más tarde homicida del galeno Gregorio Torres Santos, en Villa Guerrero. El hombre se hizo tristemente célebre por sus fechorías, pasó una larga temporada en las Islas Marías y muchos años después moriría en prisión.
De puño y letra de Antonio Picard escribió una carta que desde el penal del Pacífico mandó a todos los que trabajaban en El Sol de Toluca, con dedicatoria especial para el director y para el reportero de policía, que era don Enrique Carbajal Robles.
Empezando la misiva bajo estos términos: “Mis muy queridos hijos de la tiznada...”
Taller de maquinaria del Diario.
El Diario no boqueaba (hablar mucho, generalmente con indiscreción) como lo auguraban los pesimistas. Al contrario, nutrido de las raíces toluqueñas, pronto se abrió paso, formó lectores y anunciantes y pasó a formar parte de lo indispensable en la vida diaria de la capital del Estado de México. Información, crítica y comentarios en sus columnas, fueron un acicate para las autoridades. La iniciativa privada comenzó a darse cuenta de su potencial y de su misión y de que, al fin, en el nuevo órgano tenía el vehículo para abrirse paso, despertar el interés de la gente y promover, anunciar, dar a conocer e informar.
Se empezaba entonces la pavimentación de la ciudad, liquidando a la vieja y abarcando más áreas de cemento. El llamado a los industriales para que en la entidad se asentaran y crearan fuentes de trabajo se hizo persistente. Principiaba, vigorosa, la metamorfosis. En lo cultural, en el Diario empezaron a colaborar todas las plumas que en la ciudad y en otros lugares del interior, tenían un mensaje, una aportación en el tintero.
En tanto el Sol de Puebla y otros diarios de la Organización Valseca forjaban baluartes de periodismo moderno en el interior del país. Sol, sol, sol. El público los denominaba los nuevos soles. ¿Por qué seguir llamando al de aquí? Y en 1950 cambió el nombre: El Sol de Toluca.
Con anterioridad habían renunciado los señores Manuel López y Rodolfo García, tiempo después gran escritor y ameritado maestro. Siguió llegando gente nueva al periódico. Tomó la jefatura de redacción don Amadeo Vázquez, periodista español, bondadoso, capaz y con gran experiencia. El tiempo seguía corriendo. A los días siguieron las semanas y los meses.
Primer aniversario, primera gran edición. Suplemento en rotograbado. Primer impacto, consolidación definitiva. En La Marquesa fue la primera reunión-hermandad, lloviznaba aquel día grande de aniversario inicial. La camaradería de dirigentes, trabajadores, reporteros y empleados era verdaderamente ejemplar. Se presentía el éxito que a la larga habría de obtener el periódico, su identificación total con Toluca y el Estado.
En septiembre de 1952 el señor Carlos Garduño Torres entregaba el timón de la dirección local a don Abel Moreno Terrazas. Sorpresa general, con Garduño Torres se fue Ramírez Gámez, que con el tiempo fue el apoderado del célebre torero neolonés Humberto Moro.
A don Abel le tocó la construcción del edificio de El Sol de Toluca en la calle de Belisario Domínguez (otrora calle de La Concordia y Porfirio Diaz), número 106. Su propio hijo hizo los planos y dirigió los trabajos. ¡Cuántos afanes e ilusiones se hacía! Se imaginaba que iba a ser eterno el puesto. A la vista de ese edificio que concibió y vio nacer y crecer, y que contemplaba de lejos con morosa delectación, sufrió el primer gran descalabro de su vida. Un día que llegaba renqueando a la puerta, fue detenido por el polizonte Rafael Naranjo Tejeda, que otrora casi le besaba los pies.
Don Mario Vázquez Raña y don César Silva director de El Sol de Toluca.
¡Yo detenido! ¡Exclamó estupefacto don Abel!
Si señor… contestaba mordaz y riéndose el polizonte.
Ni siquiera se le permitió entrar a desahogar una necesidad menor y urgente.
De ahí a la grande. Quién sabe por qué esotéricos cargos de las autoridades.
Dos días después fue puesto en libertad. Pero el golpe había sido severo, de eso, de una caída anterior en su bicicleta y de su intempestivo cambio, enfermó y murió.
A él le tocó bailar con la más fea, fueron tiempos duros, especialmente en el renglón publicitario. Llegaban y se iban gente de la redacción y talleres. Vicente Castellanos Colín, Rafael Ariciaga Sánchez, Enrique Carbajal Robles, arribaron en su época. En ese lapso ocurrieron dos acontecimientos singulares que marcaron jalones en la transformación de Toluca: la erección del obispado y la construcción del Campo Militar de la 22ª Zona (hoy Parque Metropolitano Bicentenario). Del primero se derivó (tocó reseñar el acontecimiento a Conchita de Mena Palacios) la diligencia de la construcción de la Catedral, y del segundo el crecimiento natural de la ciudad hacia el sur. La Terminal Camionera estaba a punto de nacer.
La publicidad fue manejada por varias personas, entre ellas doña Carmen G. de Peñaloza y la señora Del Pozo de Ocádiz. También a don Abel le tocó el asalto a las oficinas del periódico por la columna de la mascarada estudiantil de 1953. El asiento del periódico ya no era la esquina de Hidalgo y Pino Suárez, sino un galerón en Belisario Domínguez.
Había una única entrada, a la que se tenía acceso por una pequeña puerta de una cortina de acero. Una noche de octubre, se escuchó a lo lejos la bulla y el vocerío de los preparatorianos que celebraban el fin de cursos con la “quema del libro”.
Ordinariamente desfilaban en torno a los Portales, seguían a Palacio de Gobierno (hoy Palacio Legislativo) y enfilaban al viejo caserón de Constituyentes (hoy Instituto Científico y Literario) por la avenida de Villada; pero ese día cambiaron el itinerario, de Palacio Municipal tomaron por Belisario Domínguez, al Sol de Toluca. En la puerta de la cortina de acero estaban varios trabajadores, en calidad de espectadores de la fiesta que se ofrecía en las calles. Dentro, en el centro del galerón, sentado en la cubierta de un escritorio y charlando con varios reporteros, se encontraba el director.
A la cabeza del carnavalesco desfile estudiantil iba el entonces presidente de la sociedad de alumnos del Instituto Científico y Literario, Carlos Barrios Honey, quien junto con media docena de sus compañeros entro resueltamente a las instalaciones del periódico. Pudiéndose haberse colado más, compañeros, si los trabajadores que estaban en la puerta, como asaltados por una sospecha, no cierran a piedra y lodo.
En la parte superior de la cortina, entre esta y el techo quedaba un hueco como de medio metro, de lado a lado, por lo que en vano se intentó una penetración en masa.
Barrios y compañía se dirigieron al director. Este, un tanto sorprendido, pero con aire bonachón, los saludó con un ademán.
Entonces ocurrió el siguiente, sorprendente diálogo:
Hola muchachos ¿Qué se les ofrece?
Se nos ofrece que venimos por usted.
¿Por mí? ¿Y eso?
Venimos por usted para desnudarlo, emplumarlo y pasearlo en burro por los Portales.
Barrios mismo tomó fuertemente del brazo a don Abel para llevárselo consigo.
La reacción del director no se hizo esperar. De un fuerte tirón se deshizo de la mano que lo atenaceaba, se irguió y exclamó:
¡A mí no me lleva usted ni nadie!
Carbajal, Albíter y Martínez estaban a su lado. Del fondo aparecían más trabajadores. En un momento dado los copados eran los estudiantes. En tanto de afuera lanzaban hacia adentro cohetes, luces y cohetones. Los estallidos se sucedían, el humo hacía irrespirable el ambiente. Casi no se veía nada.
La situación fue salvada por el comandante de la Policía Judicial, teniente Raúl Olascoaga Pliego, quien solo e inerte llegó a las puertas del edificio, habló con los estudiantes, los convenció de que depusieran su actitud y les hizo retirarse pacíficamente. Los muchachos solo pidieron que salieran sus compañeros. Instantes después retumbaba el ¡Goya! En el Portal Madero.
Pese al incidente, El Sol de Toluca emprendió vigorosa campaña en pro de la transformación del Instituto en Universidad, lo que se logró al cabo de poco tiempo. Otro hito en el progreso de hoy que vive nuestra ciudad.
Otro episodio tempestuoso de aquella época, el cese en masa por órdenes superiores, de los siguientes colaboradores en la redacción: Ángel Albíter, Francisco Martínez, Enrique Carbajal, Alfonso Solleiro, Ramón Pérez y Gustavo G. Velázquez. Fue un bombazo para el medio informativo. Eso ocurrió al filo de las 9:30 pm de un día de agosto de 1955.
Los depuestos se movieron rápidamente y esa misma noche aprovecharon una sesión de los trabajadores electricistas para informar públicamente de lo ocurrido y pedir su apoyo moral en caso de que lo necesitaran.
Pasado el episodio sucedieron meses de calma. De la ciudad de México llegaron a trabajar reporteros como Ernesto Guajardo y María del Carmen Gasca, dos elementos de empuje y compañerismo.
No tardó el segundo cambio en la dirección del Diario, en septiembre de 1955 a don Abel Moreno Terrazas lo sustituyeron don Alfonso Sánchez García y Gerardo Cuellar. Don Mario Alvírez, entonces alto funcionario de la cadena, estuvo presente en la entrega.
Había un puesto clave que, desde la salida de Ramírez Gámez, reclamaba mucho la atención, el jefe de publicidad. Se le dio a Luis Antonio González, que días después ingresó a El Sol. Había que poner orden y prácticamente crear el adecuado funcionamiento del citado departamento, desde aquella fecha Luis Antonio estaba al frente de esa misión.
El reinado de Sánchez y Cuellar fue efímero, en 1956 fue puesto en su lugar Luis García Ramos. Otro estilo, nuevo modo; empezó por inculcar a los reporteros técnicas modernas en el desempeño de sus labores. Dentro del periódico era el amo. Fuera, para el público, fuentes y autoridades, dio su lugar a los reporteros. Estos se movían a discreción y con su credencial llevaban amplios poderes para el desempeño de su función. Creo una columna “Pts… pts…” Que era un dolor de cabeza para funcionarios, por la crítica cáustica que destilaba y sus agudas observaciones.
Edificio el Sol de Toluca cuando pertenecía al Coronel García Valseca.
Con don Luis empezaron las mejores épocas del Diario El Sol, fundó en septiembre de 1957 la Extra de El Sol, primer vespertino en la historia de toluqueña y se dio a la tarea de formar reporteros; apareciendo nuevos elementos en la redacción: Eduardo Kuri, Hugo Villicaña, Antonio Garza Morales, Jorge Lara Estrada, Ignacio Albarrán y el muy estimado y bien recordado don Rafael Vilchis.
Con el tiempo y cuando más entusiasmado estaba y más sólidamente aferrado a su puesto, a don Luis se le comisionó a otro lado. Meses acéfala la dirección, hasta febrero de 1961 es presentado como nuevo director de El Sol de Toluca el señor David Alvarado Guerrero.
A todo esto, fluye incesantemente, de mil maneras y en múltiples aspectos, el crecimiento y el progreso de Toluca. En el aspecto industrial ya se tiene un valor de cerca de ocho mil millones de pesos. Crece el comercio, crece la ciudad y se pueblan poco a poco las delegaciones y barrios toluqueños.
El Sol lleva día a día el diástole y sístole de esa metamorfosis de la capital del Estado. Con Alvarado Guerrero se le da un empuje grande al diario. Se diría que su desarrollo va de la mano con el desarrollo estatal. Si Toluca se ha transformado y cuenta con modernas avenidas y su plaza cívica, El Sol, adquiere moderna maquinaria y se imprime en offset. Sus agencias internacionales de información son de primerísima envergadura, se plantean en sus columnas; Escaparate, Preguntas bobas, Desde mi Ventana, Pluma Loca y antes Cuarto Poder.
En quince años, fenómeno de atención mundial la industria del Estado cuadriplica su labor. De los ocho mil millones salta a cuarenta mil millones.
Pero la parte negra, el reverso de la medalla, la miseria en el campo se acentúa, las páginas de El Sol consignan todos los aspectos, todos los matices, todo el multiforme y a veces amorfo suceder cotidiano. Vicio y corrupción son señaladas donde surgen, el devenir frenético del ambiente que nos rodea hace impacto en sus páginas. El pueblo, su voz, lo toma como tribuna.
¿Ha cumplido su misión? Está en ella, vive en ella, se desplaza en ella.
La nueva pléyade de reporteros labora al ritmo de las necesidades actuales: Víctor Manuel Gutiérrez, Horacio Garza, Rafael Vilchis, Moisés Pérez y Salomón Mondragón; siempre con el acicate de que deben llegar con “la de ocho” de que no se les escape ningún aspecto cotidiano de la noticia.
En los talleres, los hombres del linotipo, de la formación, de fotomecánica, de la prensa, los fotógrafos, las compañeras y compañeros de administración y publicidad, los compañeros repartidores, los compañeros voceadores.
Idos para siempre de la envoltura terrenal, los señores: José Luis Escudero, Benjamín García, Manuel Laredo, Roberto Moreno, Gerardo Duran, Roberto Sánchez, Javier Montes de Oca, Carmen de Peñaloza, Eulalio B. Cadena, Abel Moreno Terrazas, Antonio Ríos, Luis Carrasco, José Luis Legorreta, David Alvarado Guerrero, Alfonso Solleiro, Ramón Pérez, Hugo Villicaña, Francisco Martínez, Rosa María Coyotecatl y Rafael Vilchis entre otros.
En la brecha los que están y vendrán. Los que sigan sufriendo en todos los ángulos el quehacer de un diario, cuyo personal es un equipo donde todos hacen falta, donde cualquier puesto se vive y se siente la diaria vida y el diario resultado de un órgano que cada 24 horas cumple su ciclo vital: nace, crece, se desarrolla y muere. Y al mismo tiempo es perenne y hace historia dejando huella.