La única razón para desear volver atrás es la esperanza de reencontrarse con quienes amamos y ya no están en este mundo. Pero, como eso no va a suceder, no hay razón para volver atrás.
La frase "¡Ay, qué tiempos, señor Don Simón!" nos remite a la icónica película del cine de oro mexicano protagonizada por Joaquín Pardavé, que captura de manera magistral el sentimiento de nostalgia por un pasado idealizado. Este tipo de nostalgia, que se manifiesta con frecuencia en la cultura popular, también tiene una fuerte presencia en la política contemporánea, donde el pasado a menudo se reviste de gloria y simplicidad. Líderes y partidos políticos buscan capitalizar ese anhelo para impulsar sus agendas, apelando a épocas que evocan estabilidad y grandeza.
En países como México, Francia, Chile e Italia, hemos visto cómo los partidos políticos tradicionales recurren a la nostalgia en sus campañas electorales, intentando revivir épocas pasadas como modelos para el presente. En particular, el ala conservadora ha buscado movilizar a su electorado evocando la grandeza de un pasado glorioso, con el objetivo de restablecer valores que perciben como erosionados en la actualidad.
En Estados Unidos, el ascenso de Donald Trump ha estado profundamente vinculado a una narrativa nostálgica encapsulada en la consigna "Make America Great Again". Esta frase, que apela directamente al pasado, refleja una visión en la que se percibe que el país ha perdido algo esencial en su camino hacia el presente. La nostalgia evocada por este lema ha sido un pilar central de su movimiento político, resonando especialmente con aquellos que sienten que Estados Unidos ya no es lo que solía ser.
Para Trump, "Hacer grande a Estados Unidos otra vez" significa anhelar un país que sea una potencia económica fuerte, con fronteras seguras y una identidad cultural más homogénea. La nostalgia subyacente a este lema a menudo está asociada con una época en la que las mujeres, las personas negras y los migrantes tenían menos derechos y oportunidades. Este idealizado pasado evoca seguridad y prosperidad, sí, y también una estructura social que excluía muchos de los avances en igualdad y justicia logrados en las últimas décadas.
El arranque de la campaña presidencial de Kamala Harris fue estratégico, desviando la atención de las debilidades de Joe Biden y enfocándose en la defensa de las libertades estadounidenses y en contraponerse a la amenaza percibida por Trump. Sin embargo, en un reciente discurso, Harris logró articular un mensaje poderoso que resonó profundamente con su electorado. Al referirse a la propuesta de Trump y a la nostalgia implícita en su lema "Make America Great Again", Harris hizo una afirmación contundente: "Conocemos a lo que se refiere Trump y no vamos a volver atrás". Con esas palabras, capturó la esencia de lo que muchos temen que represente un regreso a la era de Trump: una época marcada por retrocesos en derechos civiles, políticas divisivas y una visión excluyente de lo que significa ser estadounidense.
Lo significativo de este momento fue la reacción del público, que no solo entendió el mensaje, sino que lo adoptó como su propio grito de batalla. De manera espontánea, la multitud comenzó a corear: "We are not going back, we are not going back" (No vamos a volver atrás, no vamos a volver atrás). Este reflejó un rechazo a las políticas del pasado y un compromiso con un futuro más inclusivo y progresista.
Este momento marcó un punto de inflexión en la campaña de Harris. Lo que comenzó como una estrategia defensiva para protegerse de las críticas a la administración Biden, se transformó en una afirmación positiva de su propia visión para el país. En una simple frase, Harris capturó el temor colectivo de retroceder a una época menos equitativa y unificar a sus seguidores en torno a una causa común. El lema "We are not going back" es un símbolo de resistencia contra Trump, así como un llamado a la acción para avanzar hacia un futuro más justo y equitativo para todos.
Faltan poco más de 70 días para la elección presidencial en Estados Unidos, y la incertidumbre sobre si Kamala Harris logrará hacer historia al convertirse en la primera mujer negra e hija de inmigrantes en asumir la presidencia está en el aire. Su candidatura representa un avance significativo en términos de diversidad e inclusión; Harris deberá enfrentar los ataques y el escepticismo de quienes dudan de su capacidad para liderar el país; consolidar su base de apoyo y movilizar a los votantes que ven en ella una figura capaz de romper barreras históricas, y atraer a los indecisos, será clave en la recta final.
La historia nos ha mostrado que, en la política, 70 días pueden ser una eternidad. Durante este tiempo, Harris deberá mantener la energía y esperanza de su electorado, demostrando su visión y competencia en medio de un clima cargado de tensiones raciales, debates sobre inmigración y cuestionamientos sobre el futuro de la democracia estadounidense.
Lo que está claro es que, más allá de los resultados electorales, más allá de demócratas y republicanos, y sin importar quién ocupe la presidencia, Estados Unidos seguirá teniendo una política exterior intervencionista y continuará fortaleciendo el capitalismo como modelo económico.